25/10/2018, 22:07
Pensó que todo se arreglaría como ocurría siempre, que ambos dejarían de estar enfadados y que su relación se estabilizaría, pero esta vez parecía que todo era distinto, justo cuando Nabi, en vez de ir tras ella, decidió encararla, jalándola del brazo e impidiéndola marcharse a la mesa.
— ¿Es eso una orden, Eri? Porque esa es la única forma de la que conseguiras que me quede. Si mal no recuerdo, tú y yo NO somos nada más que una Jounin y un Genin, ya no somos amigos, ni compañeros ni nada. ¿Por qué debería quedarme? ¿Qué ganas tú con que me quede? Yo no quiero quedarme en el mismo sitio que tú.
Eri se giró a mirarle con una mueca de disgusto, pero su rostro pareció desencajarse al escuchar la voz de Nabi tan llena de enfado y reproche hacia la kunoichi. El color pronto huyó de su rostro, dejándolo un poco más blanco que de costumbre y su boca, entreabierta, no sabía que sonido emitir. ¿A qué venía aquello? Fácil, a todo lo que le había soltado aquel día, frente a Juro, harta de las distinciones que se hacían entre aldeas aquellos días, en aquellos momentos tan difíciles que parecían vivir.
Nabi la soltó, y entonces sintió un ligero vacío en su interior. ¿Acaso allí acabaría todo? Sí, debía reconocer que cuando le echó en cara todo aquello no lo hizo de la mejor manera posible, pero también tenía derecho a enfadarse, ¿no? ¿O acaso debía ser siempre la correcta y pura Uzumaki Eri?
— Prefiero la tormenta, al menos sé que ella me puede hacer daño, de ella me espero que me atormente. De ti, nunca me lo esperé.
Frunció los labios evitando que unas lágrimas rebeldes escaparan de sus ojos. ¿Con que era eso? ¿Ella había dañado sus sentimientos? ¿Y los suyos? ¿Cómo podía aguantar que sus propios compañeros insultasen a los que antes consideraban amigos? ¿Cómo tiraban por la borda todo su maldito esfuerzo por mantener a flote una Paz que parecía que nadie de su promoción y derivados querían.
Lo miró directamente a los ojos, y sacando de su bolsillo unos ryos que dejó en una mesa sin contarlos si quiera, furiosa y con fuego chispeante en sus ojos azules, habló:
—He hecho todo lo que se ha pedido de mí, he intentado ser lo mejor persona posible, pero, ¿sabes qué? Al parecer contigo no he sido ni la mínima parte de lo que he pretendido ser, o al menos eso parece —dijo con el corazón afligido, luego caminó por su lado y abrió la puerta de golpe—. Pero que sepas que tú, ahora mismo, también me has hecho daño, y si por una vez en tu vida fueses consciente de lo mucho que me importas y la razón de por qué soy tan estricta contigo, te darías cuenta de la verdad.
Giró su cabeza por última vez, sus labios seguían fruncidos, y con los ojos acuosos y mirándole directamente, abandonó el lugar dejando caer una triste lágrima por su mejilla derecha.
— ¿Es eso una orden, Eri? Porque esa es la única forma de la que conseguiras que me quede. Si mal no recuerdo, tú y yo NO somos nada más que una Jounin y un Genin, ya no somos amigos, ni compañeros ni nada. ¿Por qué debería quedarme? ¿Qué ganas tú con que me quede? Yo no quiero quedarme en el mismo sitio que tú.
Eri se giró a mirarle con una mueca de disgusto, pero su rostro pareció desencajarse al escuchar la voz de Nabi tan llena de enfado y reproche hacia la kunoichi. El color pronto huyó de su rostro, dejándolo un poco más blanco que de costumbre y su boca, entreabierta, no sabía que sonido emitir. ¿A qué venía aquello? Fácil, a todo lo que le había soltado aquel día, frente a Juro, harta de las distinciones que se hacían entre aldeas aquellos días, en aquellos momentos tan difíciles que parecían vivir.
Nabi la soltó, y entonces sintió un ligero vacío en su interior. ¿Acaso allí acabaría todo? Sí, debía reconocer que cuando le echó en cara todo aquello no lo hizo de la mejor manera posible, pero también tenía derecho a enfadarse, ¿no? ¿O acaso debía ser siempre la correcta y pura Uzumaki Eri?
— Prefiero la tormenta, al menos sé que ella me puede hacer daño, de ella me espero que me atormente. De ti, nunca me lo esperé.
Frunció los labios evitando que unas lágrimas rebeldes escaparan de sus ojos. ¿Con que era eso? ¿Ella había dañado sus sentimientos? ¿Y los suyos? ¿Cómo podía aguantar que sus propios compañeros insultasen a los que antes consideraban amigos? ¿Cómo tiraban por la borda todo su maldito esfuerzo por mantener a flote una Paz que parecía que nadie de su promoción y derivados querían.
Lo miró directamente a los ojos, y sacando de su bolsillo unos ryos que dejó en una mesa sin contarlos si quiera, furiosa y con fuego chispeante en sus ojos azules, habló:
—He hecho todo lo que se ha pedido de mí, he intentado ser lo mejor persona posible, pero, ¿sabes qué? Al parecer contigo no he sido ni la mínima parte de lo que he pretendido ser, o al menos eso parece —dijo con el corazón afligido, luego caminó por su lado y abrió la puerta de golpe—. Pero que sepas que tú, ahora mismo, también me has hecho daño, y si por una vez en tu vida fueses consciente de lo mucho que me importas y la razón de por qué soy tan estricta contigo, te darías cuenta de la verdad.
Giró su cabeza por última vez, sus labios seguían fruncidos, y con los ojos acuosos y mirándole directamente, abandonó el lugar dejando caer una triste lágrima por su mejilla derecha.