29/10/2018, 22:03
El frio y la soledad acompasaban muy bien mi vida. Estaba poco más que muerto en vida. Ser consciente de tantas cosas y no tener el poder necesario para arreglar ninguno de los desastres que tenía que presenciar era terrible. Eri me odiaba, yo me odiaba, odiaba a Amegakure y odiaba a Kusagakure. Tanto odio estaba haciendo mella en mis ganas de vivir.
¿Hablar con Eri? ¿Para qué? No la iba a convencer de mierda, no me iba a escuchar ni el saludo, me iba a ignorar, como todos, como siempre. Así que ¿qué sentido tenía intentarlo? Ninguno, ya no. Después de todo lo que me había dicho Datsue, ver a Eri defendiendo a los amenios era demasiado para mi pobre e inocente mente.
Y en el fondo llevaba bien lo de no pensar en Eri, no hablar de Eri y no soñar con Eri. No pensaba, no hablaba y no dormía. Mi estrategia funcionaba a la perfección. Hasta que mi padre me mandó al Edificio del Uzukage, al parecer me habían llamado para una misión.
Así que con una sudadera gorda, pantalones gordos y Stuffy, me dirigí al lugar indicado. Iba casi arrastrando los pies, así que tarde bastante más de lo normal en llegar, solo para ver a Eri entrar delante de mi. Antes de poder procesarlo, mi cuerpo ya estaba dándose la vuelta y volviendo por donde había venido. Para pararme al segundo paso y darme cuenta de que esa actitud era basura, no iba a conseguir evitarla durante mucho tiempo.
Entré tras ella, arrastrando los pies, con unas ojeras que ni Datsue y un perro que parecía contagiado por mi aura de negatividad. Las manos en los bolsillos de la sudadera y la capucha puesta, si esto fuera Amegakure parecería que iba a violarla y apuñalarla para dejarla tirada en cualquier callejón bajo la lluvia.
— Eri
Solté con una voz más gutural y grave de lo normal. No había casi nadie en recepción, solo una mujer pelirroja como Eri que nos miraba con interés desde detrás del mostrador, con el pelo suelto y una sonrisa casi inocente.
¿Hablar con Eri? ¿Para qué? No la iba a convencer de mierda, no me iba a escuchar ni el saludo, me iba a ignorar, como todos, como siempre. Así que ¿qué sentido tenía intentarlo? Ninguno, ya no. Después de todo lo que me había dicho Datsue, ver a Eri defendiendo a los amenios era demasiado para mi pobre e inocente mente.
Y en el fondo llevaba bien lo de no pensar en Eri, no hablar de Eri y no soñar con Eri. No pensaba, no hablaba y no dormía. Mi estrategia funcionaba a la perfección. Hasta que mi padre me mandó al Edificio del Uzukage, al parecer me habían llamado para una misión.
Así que con una sudadera gorda, pantalones gordos y Stuffy, me dirigí al lugar indicado. Iba casi arrastrando los pies, así que tarde bastante más de lo normal en llegar, solo para ver a Eri entrar delante de mi. Antes de poder procesarlo, mi cuerpo ya estaba dándose la vuelta y volviendo por donde había venido. Para pararme al segundo paso y darme cuenta de que esa actitud era basura, no iba a conseguir evitarla durante mucho tiempo.
Entré tras ella, arrastrando los pies, con unas ojeras que ni Datsue y un perro que parecía contagiado por mi aura de negatividad. Las manos en los bolsillos de la sudadera y la capucha puesta, si esto fuera Amegakure parecería que iba a violarla y apuñalarla para dejarla tirada en cualquier callejón bajo la lluvia.
— Eri
Solté con una voz más gutural y grave de lo normal. No había casi nadie en recepción, solo una mujer pelirroja como Eri que nos miraba con interés desde detrás del mostrador, con el pelo suelto y una sonrisa casi inocente.
—Nabi—