30/10/2018, 23:57
(Última modificación: 30/10/2018, 23:58 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—¡Ayame! ¿Cómo vas? —escuchó la voz de Daruu al otro lado de la puerta.
—M... ¡Más o menos! —exclamó ella en respuesta, terminando de subir la cremallera de su costado—. ¡Enseguida salgo!
Con ojo crítico, se miró al espejo, girando varias veces sobre sí misma. Sus ropajes habituales habían sido sustituidos por un vestido negro con motivos azules que se ajustaba a su cintura, y después caía con un elegante vuelo hasta sus rodillas, y unas gruesas medias del mismo color oscuro que abrigaban sus piernas. Calzando sus pies, unas botas puntiagudas de talle alto y, completando el disfraz, un sombrero también puntiagudo para su cabeza y una escoba. Ella nunca había participado en una fiesta de disfraces, si dejaban aquella infantil pero divertida representación teatral que tuvieron que hacer en una de sus misiones, por lo que no tenía muy claro si estaba haciendo aquello bien. Sin embargo, sí tenía claro que uno de sus objetivos primordiales era ocultar su identidad, por lo que completó el disfraz con un antifaz negro que cubría la mitad superior de su rostro, a excepción de sus ojos.
«Técnicamente seguimos estando dentro del País de la Tormenta, pero...»
Demasiado cerca de la frontera entre los tres principales países. No quería arriesgarse a que alguien la reconociera y sembrar el pánico entre la gente.
Días atrás, la invitación de Kiroe de acompañarles a Yachi para ayudarles a limpiar su peculiar cabaña de vacaciones la había pillado completamente desprevenida, pero Ayame no necesitó más que un par de segundos para aceptar. Aunque una vez allí casi se arrepintió al recordar que ella había estado en Yachi hacía un año, y que había sido por aquellas mismas fechas cuando se había quedado encerrada en una suerte de terrorífica casa encantada con tres shinobi más.
«No pasa nada. Estoy con Daruu-kun y Kiroe-san. No tiene por qué volver a pasar nada malo... ¿No?» Se repetía una y otra vez, en su afán de quitarse el miedo del cuerpo. «Además, no estamos en el mismo Yachi...»
A lo que ayudó sin duda cuando vio a Daruu vestido de chico-gato y a su madre de una especie de Muerte con rodillo de cocina. Casi se atragantó al verles.
—¿Sabes a quién me recuerdas? —le comentó a su pareja, abrazándose el estómago entre risas inaguantables—. Al chico de esa serie tan mala de superhéroes de Uzushiogakure —Formuló, incapaz de aguantar las carcajadas—. Ya... ya sabes... La de la chica mariquita y el chico gato... ¡Ay! ¿Cómo se llamaba?
Y más risas. Lástima que con el antifaz no podía limpiarse las lágrimas.
—M... ¡Más o menos! —exclamó ella en respuesta, terminando de subir la cremallera de su costado—. ¡Enseguida salgo!
Con ojo crítico, se miró al espejo, girando varias veces sobre sí misma. Sus ropajes habituales habían sido sustituidos por un vestido negro con motivos azules que se ajustaba a su cintura, y después caía con un elegante vuelo hasta sus rodillas, y unas gruesas medias del mismo color oscuro que abrigaban sus piernas. Calzando sus pies, unas botas puntiagudas de talle alto y, completando el disfraz, un sombrero también puntiagudo para su cabeza y una escoba. Ella nunca había participado en una fiesta de disfraces, si dejaban aquella infantil pero divertida representación teatral que tuvieron que hacer en una de sus misiones, por lo que no tenía muy claro si estaba haciendo aquello bien. Sin embargo, sí tenía claro que uno de sus objetivos primordiales era ocultar su identidad, por lo que completó el disfraz con un antifaz negro que cubría la mitad superior de su rostro, a excepción de sus ojos.
«Técnicamente seguimos estando dentro del País de la Tormenta, pero...»
Demasiado cerca de la frontera entre los tres principales países. No quería arriesgarse a que alguien la reconociera y sembrar el pánico entre la gente.
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Días atrás, la invitación de Kiroe de acompañarles a Yachi para ayudarles a limpiar su peculiar cabaña de vacaciones la había pillado completamente desprevenida, pero Ayame no necesitó más que un par de segundos para aceptar. Aunque una vez allí casi se arrepintió al recordar que ella había estado en Yachi hacía un año, y que había sido por aquellas mismas fechas cuando se había quedado encerrada en una suerte de terrorífica casa encantada con tres shinobi más.
«No pasa nada. Estoy con Daruu-kun y Kiroe-san. No tiene por qué volver a pasar nada malo... ¿No?» Se repetía una y otra vez, en su afán de quitarse el miedo del cuerpo. «Además, no estamos en el mismo Yachi...»
A lo que ayudó sin duda cuando vio a Daruu vestido de chico-gato y a su madre de una especie de Muerte con rodillo de cocina. Casi se atragantó al verles.
—¿Sabes a quién me recuerdas? —le comentó a su pareja, abrazándose el estómago entre risas inaguantables—. Al chico de esa serie tan mala de superhéroes de Uzushiogakure —Formuló, incapaz de aguantar las carcajadas—. Ya... ya sabes... La de la chica mariquita y el chico gato... ¡Ay! ¿Cómo se llamaba?
Y más risas. Lástima que con el antifaz no podía limpiarse las lágrimas.