1/11/2018, 15:24
Ante los brillantes ojos ilusionados de Daruu, Yuki alzó las palmas de sus dos manitas hacia las esposas que le apresaban, y una esfera brillante de un fuego de un particular pero ya familiar color azul comenzó a consumir el hielo, muy poco a poco. El corazón de Daruu latió a buen ritmo mientras las esposas se derretían, ansiando la libertad. Cuando pudo mover las muñecas y estirar los brazos, la más grande de las sonrisas se exhibía en su rostro. Daruu dio un par de saltos agitando los brazos, disfrutando de poder moverse por completo de nuevo.
—¿Nyahora lo firmarás? —insistió Yuki.
Daruu asintió, y tomando el pergamino, se arrodilló en el suelo, se quitó la túnica para que el papel no se empapara con el húmedo suelo del callejón, y lo abrió, extendiéndolo. Allí habían varios nombres, el último, el propio de Nesobo. Bien, sólo tenía pues que firmar al final.
Extendió la mano hacia el chico-gato.
—Bien, vamos allá. ¿Me prestas un boli o algo?
—¿Nyahora lo firmarás? —insistió Yuki.
Daruu asintió, y tomando el pergamino, se arrodilló en el suelo, se quitó la túnica para que el papel no se empapara con el húmedo suelo del callejón, y lo abrió, extendiéndolo. Allí habían varios nombres, el último, el propio de Nesobo. Bien, sólo tenía pues que firmar al final.
Extendió la mano hacia el chico-gato.
—Bien, vamos allá. ¿Me prestas un boli o algo?