1/11/2018, 18:26
—Quise haber venido durante el festival —murmuró ella, de forma similar a como lo había hecho Ayame—. Pero no pude por una misión, la verdad... Es que quería volver aquí, tenía una vaga esperanza de que podía encontrarte de nuevo el mismo día que nos conocimos, pero... —hizo una pausa, suspirando—. Aunque no había podido, hoy te he visto, así que creo que no poder venir hizo que te pudiera ver, así que salgo ganando.
—Así que nos movían motivos similares —respondió Ayame, con una sonrisa y un ligero rubor cubriendo sus mejillas.
En realidad, ella y la Uzumaki apenas se habían visto un par de veces, pero una extraña química había surgido entre ambas, como si se conocieran de mucho más tiempo. Ayame se sentía cómoda con ella y, desde luego, era la única persona de Uzushiogakure en la que sentía que podía confiar. Sobre todo para una tarea así.
Ayame apoyó sendas manos en la mesa y se reincorporó con lentitud.
—Creo que debería ir yéndome —dijo, con una sonrisa apenada—. Me alegro mucho de haberte vuelto a ver, Eri-chan. Espero que las cosas vayan mejor encauzadas de aquí en adelante, y que la próxima vez que nos veamos sea en mejores condiciones —le dijo, adelantando una mano para estrechársela—. Recuerda no contarle a nadie sobre esto, por favor.
Le dedicó una última sonrisa y, después de ajustarse la capucha y el antifaz, bordeó la mesa para dirigirse a la salida de la pastelería, después de lanzar una queda despedida a la encargada del lugar. Una vez fuera, Ayame volvió a estremecerse bajo el frío del invierno y echó a andar. Su padre la habría abofeteado en aquel momento por su inocente ingenuidad, Yui la habría encerrado en el más profundo de los calabozos de la torre, Daruu la habría mirado con unos ojos que deletrearían "traidora". Pero, en aquellos momentos, nada de eso le importaba y una sonrisa de profunda satisfacción curvaba sus labios.
«Todo va a ir bien.» Se dijo con un quedo asentimiento y la felicidad aleteando agitadamente en su pecho.
Pero antes de eso tenía que asegurarse de que su secreto quedaba a salvo. Con su mano derecha formuló el sello del carnero y cerró los ojos momentáneamente para concentrarse mejor. Dentro de su mente levantó férreas barreras que bordearon cualquier recuerdo que hiciera referencia a que había estado con Uzumaki Eri en Tanzaku Gai y todo lo que había surgido entre ambas. Ayame no pensaba hablar con nadie sobre ello hasta que no llegara el momento, y su padre no podría atravesar esos muros con sus ojos, así que por el momento estaba a salvo.
Así debía ser. El primer paso hacia la paz estaba dado.
—Así que nos movían motivos similares —respondió Ayame, con una sonrisa y un ligero rubor cubriendo sus mejillas.
En realidad, ella y la Uzumaki apenas se habían visto un par de veces, pero una extraña química había surgido entre ambas, como si se conocieran de mucho más tiempo. Ayame se sentía cómoda con ella y, desde luego, era la única persona de Uzushiogakure en la que sentía que podía confiar. Sobre todo para una tarea así.
Ayame apoyó sendas manos en la mesa y se reincorporó con lentitud.
—Creo que debería ir yéndome —dijo, con una sonrisa apenada—. Me alegro mucho de haberte vuelto a ver, Eri-chan. Espero que las cosas vayan mejor encauzadas de aquí en adelante, y que la próxima vez que nos veamos sea en mejores condiciones —le dijo, adelantando una mano para estrechársela—. Recuerda no contarle a nadie sobre esto, por favor.
Le dedicó una última sonrisa y, después de ajustarse la capucha y el antifaz, bordeó la mesa para dirigirse a la salida de la pastelería, después de lanzar una queda despedida a la encargada del lugar. Una vez fuera, Ayame volvió a estremecerse bajo el frío del invierno y echó a andar. Su padre la habría abofeteado en aquel momento por su inocente ingenuidad, Yui la habría encerrado en el más profundo de los calabozos de la torre, Daruu la habría mirado con unos ojos que deletrearían "traidora". Pero, en aquellos momentos, nada de eso le importaba y una sonrisa de profunda satisfacción curvaba sus labios.
«Todo va a ir bien.» Se dijo con un quedo asentimiento y la felicidad aleteando agitadamente en su pecho.
Pero antes de eso tenía que asegurarse de que su secreto quedaba a salvo. Con su mano derecha formuló el sello del carnero y cerró los ojos momentáneamente para concentrarse mejor. Dentro de su mente levantó férreas barreras que bordearon cualquier recuerdo que hiciera referencia a que había estado con Uzumaki Eri en Tanzaku Gai y todo lo que había surgido entre ambas. Ayame no pensaba hablar con nadie sobre ello hasta que no llegara el momento, y su padre no podría atravesar esos muros con sus ojos, así que por el momento estaba a salvo.
Así debía ser. El primer paso hacia la paz estaba dado.