2/11/2018, 22:23
Umikiba Kaido se adentró en la primera posada que encontró. Era un edificio que parecía más pequeño de lo que en realidad era —posiblemente por el hecho de que se encontraba rodeado de edificios mucho más grandes—, cuyo letrero, en neón azul, daba su nombre:
Un nombre ostentoso que le quedaba grande a la posada. En su interior no había dioses, sino más bien turistas con pocos ahorros que trataban de abaratar costes por todos lados. Aquel era más bien un sitio humilde, y se podía constatar por muchas cosas. Por la pintura de las paredes, carcomida por el paso del tiempo. Por las mesas y la barra, desgastada. Por la comida, que no ofrecía grandes lujos ni variedad. E, incluso, por el precio, que para grata sorpresa de Kaido era contenido, teniendo en cuenta que por aquella aldea nada era barato.
Y, hablando del dinero, a Kaido empezaba a terminársele. Un par de días más sacando dinero de la cartera sin reponer nada y ya no habría más que musarañas en su interior.
«El Reposo de los Dioses»
Un nombre ostentoso que le quedaba grande a la posada. En su interior no había dioses, sino más bien turistas con pocos ahorros que trataban de abaratar costes por todos lados. Aquel era más bien un sitio humilde, y se podía constatar por muchas cosas. Por la pintura de las paredes, carcomida por el paso del tiempo. Por las mesas y la barra, desgastada. Por la comida, que no ofrecía grandes lujos ni variedad. E, incluso, por el precio, que para grata sorpresa de Kaido era contenido, teniendo en cuenta que por aquella aldea nada era barato.
Y, hablando del dinero, a Kaido empezaba a terminársele. Un par de días más sacando dinero de la cartera sin reponer nada y ya no habría más que musarañas en su interior.