2/11/2018, 23:05
—Veinte ryos la noche —le respondió el encargado tras la barra. Era un hombre que rozaba la cuarentena, moreno y con un gran bigote que casi parecía ocupar la mitad de su rostro—. ¿Qué vas a tomar? Hoy tenemos un caldo de muerte.
—¡De muerte, sí! Porque te mueres de diarrea cuando lo pruebas —espetó un hombre que estaba sentado a la barra, cerca de Kaido. No tardó en reírse de su propio comentario, con voz ronca. Tenía un vaso de cerveza en la mano, medio vacío, y tenía pinta de haberse tomado ya unos cuantos más.
—Oh, venga, Caurl, deja de dar por culo y espantarme a la clientela —dijo, más bien en un tono de broma que de reprimenda.
Caurl era de los pocos que no parecía un foráneo. Kaido lo supo porque el resto de clientela estaba formada por familias, sentadas cada una en sus respectivas mesas, muchos de ellas con alguna guía turística en la mano o hablando de a qué baño termal podían visitar a la mañana siguiente.
—¡De muerte, sí! Porque te mueres de diarrea cuando lo pruebas —espetó un hombre que estaba sentado a la barra, cerca de Kaido. No tardó en reírse de su propio comentario, con voz ronca. Tenía un vaso de cerveza en la mano, medio vacío, y tenía pinta de haberse tomado ya unos cuantos más.
—Oh, venga, Caurl, deja de dar por culo y espantarme a la clientela —dijo, más bien en un tono de broma que de reprimenda.
Caurl era de los pocos que no parecía un foráneo. Kaido lo supo porque el resto de clientela estaba formada por familias, sentadas cada una en sus respectivas mesas, muchos de ellas con alguna guía turística en la mano o hablando de a qué baño termal podían visitar a la mañana siguiente.