4/11/2018, 00:26
Y entonces, cuando llegó su turno, la realidad le pegó una bofetada demasiado evidente. De esas que te da la vida merecidamente.
«Pero que estúpido que eres, coño»
Y como el menor de edad que era, se pegó la vuelta y abandonó las inmediaciones.
Shirosame era un tipo no muy alto, aunque corpulento. De piel clara, una cara ortodoxa y simplona, con la nariz torcida y los dientes mal hilados. El cabello azul, también largo, y los ojos del mismo color.
Vestía un conjunto negro entero. Camisa, pantalón y bufanda. ¿Acaso estaba de luto? ¿Habría perdido a su esposa, tal vez? Seguro que la Nube de Oro era el destino más apropiado para ahogar sus penas. O para cumplir los deseos que esa zorra muerta no le otorgó en vida.
«Pero que estúpido que eres, coño»
Y como el menor de edad que era, se pegó la vuelta y abandonó las inmediaciones.
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Shirosame era un tipo no muy alto, aunque corpulento. De piel clara, una cara ortodoxa y simplona, con la nariz torcida y los dientes mal hilados. El cabello azul, también largo, y los ojos del mismo color.
Vestía un conjunto negro entero. Camisa, pantalón y bufanda. ¿Acaso estaba de luto? ¿Habría perdido a su esposa, tal vez? Seguro que la Nube de Oro era el destino más apropiado para ahogar sus penas. O para cumplir los deseos que esa zorra muerta no le otorgó en vida.