4/11/2018, 01:26
La muchacha se detuvo en seco, dubitativa, en cuanto Riko arrojó una interrogante que no traía sino recuerdos aciagos de una vida atormentada. Ese hombre. Trataba de no pensar en él, en su rostro, en sus facciones. Vivir con el recuerdo cautivo de aquel monstruo no era sano. Mucho le había costado a ella y al resto de la familia eso de contemplar su existencia como manada con la realidad que les golpeaba a diario, y que vivían en ellos a través de ese sello maligno y malintencionado que ahora yacía sobre sus cuerpos. Un vivo recuerdo inocuo y constante de que como Inuzuka no podían sentirse orgullosos de sus lados más salvajes, pues Jinmaro se aprovechaba de ello y lo explotaba hasta convertirlo no en una particularidad sino en un defecto. Para cada uno de ellos, y también para sus canes compañeros.
O para a quienes tuvieron que abandonar tiempo atrás, allá en su Aldea natal. Kusagakure.
Puede que Riko no fuera el genin más avispado, pero no había que tener dos dedos de frente para percatarse de la ansiedad que le causó aquella pregunta a su interlocutora. Quizás, por eso, era tan irascible. Nadie era una cabrona sencillamente porque sí.
Pero no tuvo más remedio que darle lo que él quería. O lo que necesitaba, al menos. Y no fue sino una descripción detallada del causante de sus desgracias. Según Ikari, Jinmaro era un tipo corpulento que medía metro ochenta, pálido y con el cabello de un tono magenta. Ojos hundidos y de postura ligeramente encorvada, o así le recordaba durante los últimos años. Aunque aquellos detalles, nimios, no eran tan importantes como el lunar que parecía tener él en el costado izquierdo del rostro, además de los dos círculos de tinta roja que solían llevar los miembros de clan Kaguya durante las épocas antañas de las antiguas cinco grandes Aldeas.
O para a quienes tuvieron que abandonar tiempo atrás, allá en su Aldea natal. Kusagakure.
Puede que Riko no fuera el genin más avispado, pero no había que tener dos dedos de frente para percatarse de la ansiedad que le causó aquella pregunta a su interlocutora. Quizás, por eso, era tan irascible. Nadie era una cabrona sencillamente porque sí.
Pero no tuvo más remedio que darle lo que él quería. O lo que necesitaba, al menos. Y no fue sino una descripción detallada del causante de sus desgracias. Según Ikari, Jinmaro era un tipo corpulento que medía metro ochenta, pálido y con el cabello de un tono magenta. Ojos hundidos y de postura ligeramente encorvada, o así le recordaba durante los últimos años. Aunque aquellos detalles, nimios, no eran tan importantes como el lunar que parecía tener él en el costado izquierdo del rostro, además de los dos círculos de tinta roja que solían llevar los miembros de clan Kaguya durante las épocas antañas de las antiguas cinco grandes Aldeas.