4/11/2018, 03:46
El cielo estaba plagado de pequeñas nubecillas oscuras aquella noche. Aun así, se distinguía la luna, algo menguada, como si alguien le hubiese dado un mordisquito. También algunas estrellas. La Osa Mayor. El Perro Menor. El Gran Ninja. La Primera Kunoichi. Y alguna constelación más cuyo nombre Kaido desconocía.
El amejin reconoció todas estas estrellas y más, y lo hizo porque tuvo tiempo para hacerlo. Allí afuera, con la brisa nocturna traspasando sus falsas ropas, no había mucho más para hacer. Ni siquiera podía entretenerse imaginándose de dónde vendría cada cliente que hacía cola, o qué trabajo tendrían. Porque, llegado cierto momento, se terminó la cola.
Llegado cierto momento hasta uno de los porteros se retiró al interior.
Llegado cierto momento, incluso más de algún cliente empezó a retirarse del establecimiento.
Y nadie parecía salir.
Y nadie parecía acudir a su encuentro.
El amejin reconoció todas estas estrellas y más, y lo hizo porque tuvo tiempo para hacerlo. Allí afuera, con la brisa nocturna traspasando sus falsas ropas, no había mucho más para hacer. Ni siquiera podía entretenerse imaginándose de dónde vendría cada cliente que hacía cola, o qué trabajo tendrían. Porque, llegado cierto momento, se terminó la cola.
Llegado cierto momento hasta uno de los porteros se retiró al interior.
Llegado cierto momento, incluso más de algún cliente empezó a retirarse del establecimiento.
Y nadie parecía salir.
Y nadie parecía acudir a su encuentro.