4/11/2018, 23:07
Umikiba Kaido avanzó con pies de plomo. Muy lentamente, con las manos en alto por la falta de luz. Aún así, se llevó un golpetazo con la rodilla contra la esquina del mostrador, que le hizo morderse la lengua y ver puntitos de luz aquí y allá.
Pasado el mal momento, su manó alcanzó la fría pared de piedra. Se guio por esta, tratando de hallar un interruptor. Pero antes, se encontró con una tela fina, suave al tacto. Seguramente se trataba de la cortina que había visto antes. Continuó por ella, girando y dando la vuelta por la pared.
Y fue ahí cuando lo halló. Plástico sobresaliendo sobre la piedra. Un rectángulo inclinado hacia arriba. Apretó, y la majestuosa lámpara del techo se encendió. Estaba decorada por preciosas piedras parecidas al diamante —si bien se notaba que era una mera imitación—, y daba luz a todo el interior.
A las escaleras que había a la izquierda, que ascendían hacia arriba y que estaban coronadas por un letrero: Habitaciones 1-15. También llegaba a dar forma a las que había a la derecha, con otro letrero: Habitaciones 15-30. A la izquierda, una puerta que daba a los vestuarios —pues así lo indicaba el cartel que estaba colgado en ella—. A la derecha, otra puerta de color rojo, mucho más robusta, y que a diferencia de las otras no tenía ninguna indicación.
Al frente, grandes puertas correderas de cristal. Se veían los baños termales desde allí, humeantes. Se veía, incluso, cómo había una especie de bar dentro de los propios baños. La gente podía ir y, sin salir del agua, pedirse lo que fuese que allí vendiesen. La barra estaba a apenas un metro de altura sobre la superficie del agua, y había taburetes de piedra bajo la superficie.
Oh, ¿y mencioné el detalle más minúsculo de todos? Sí, allí, junto a las puertas de cristal, había una silla. Una silla ocupada.
—Impf… Impf… ¡INTRUSOOOO! —chilló, recién despertado, nada más ver al culpable de que la luz estuviese encendida. Se cayó de culo del susto, y tenía la cara roja, muy roja—. In… ¡Intruso! ¡Intruso! ¡Intruso!
Pasado el mal momento, su manó alcanzó la fría pared de piedra. Se guio por esta, tratando de hallar un interruptor. Pero antes, se encontró con una tela fina, suave al tacto. Seguramente se trataba de la cortina que había visto antes. Continuó por ella, girando y dando la vuelta por la pared.
Y fue ahí cuando lo halló. Plástico sobresaliendo sobre la piedra. Un rectángulo inclinado hacia arriba. Apretó, y la majestuosa lámpara del techo se encendió. Estaba decorada por preciosas piedras parecidas al diamante —si bien se notaba que era una mera imitación—, y daba luz a todo el interior.
A las escaleras que había a la izquierda, que ascendían hacia arriba y que estaban coronadas por un letrero: Habitaciones 1-15. También llegaba a dar forma a las que había a la derecha, con otro letrero: Habitaciones 15-30. A la izquierda, una puerta que daba a los vestuarios —pues así lo indicaba el cartel que estaba colgado en ella—. A la derecha, otra puerta de color rojo, mucho más robusta, y que a diferencia de las otras no tenía ninguna indicación.
Al frente, grandes puertas correderas de cristal. Se veían los baños termales desde allí, humeantes. Se veía, incluso, cómo había una especie de bar dentro de los propios baños. La gente podía ir y, sin salir del agua, pedirse lo que fuese que allí vendiesen. La barra estaba a apenas un metro de altura sobre la superficie del agua, y había taburetes de piedra bajo la superficie.
Oh, ¿y mencioné el detalle más minúsculo de todos? Sí, allí, junto a las puertas de cristal, había una silla. Una silla ocupada.
—Impf… Impf… ¡INTRUSOOOO! —chilló, recién despertado, nada más ver al culpable de que la luz estuviese encendida. Se cayó de culo del susto, y tenía la cara roja, muy roja—. In… ¡Intruso! ¡Intruso! ¡Intruso!