5/11/2018, 18:18
Viento Gris, Invierno del año 218.
El día había amanecido soleado, pero aun así el frío del Invierno ya se hacía notar por todo el País de la Espiral. Pese a que en aquellas tierras los termómetros nunca llegaban a descender hasta los niveles más bajos que podían darse en Oonindo, y que las lluvias podían ser escasas —dependiendo del año— incluso que aquella estación, todavía había lugareños que detestaban el Invierno en Uzu no Kuni. Acostumbrados a un clima amable y suave durante el resto del año, el drástico cambio se hacía notar sobre todo en las tierras del interior, y siempre cogía por sorpresa a algún que otro oriundo que se resistía a sacar el abrigo del armario.
Uchiha Akame siempre había sido de esos, de Verano, cerveza fresca y playa de blanca arena. Incluso un ninja tan dedicado como él tenía dificultades para resistirse al inmejorable paisaje que dibujaba una playa uzureña con su buen chiringuito al lado. Sin embargo, aquel año fue distinto. Aquel año recibió al Invierno con los brazos abiertos, esperando que una brisa escarchada le enfriase el corazón y templara los ánimos de todos. Porque la Paz de Shiona, tan duradera como había sido, se había roto al calor del Verano; y no había frío en todo Oonindo que pudiera congelar las llamas del agravio que ardían en algunos de los ninjas de sus Aldeas. También, porque el mal tiempo —lo que se consideraba en Uzu no Kuni "mal tiempo"— le proporcionaba la coyuntura necesaria y una razón "de peso" para no salir de casa.
Akame no quería ver a nadie. Las pesadillas del Shukaku se habían vuelto mucho peores, su Kage desconfiaba abiertamente de él y la gente en Uzu empezaba a preguntarse si de verdad los Hermanos del Desierto eran los héroes que venían a salvar el día, o un mal necesario. Después de los sucesos transcurridos durante el Examen de Chuunin, hasta él mismo había tenido sus dudas. Se encontraba en horas bajas, y no había que ser un genio para darse cuenta. Así que aquel día, había cogido carretera y manta a primera hora de la mañana para encaminarse hacia el Lago de Shiona, como un fervoroso adepto que esperase, en recompensa a su peregrinaje, obtener respuesta a sus inseguridades existenciales.
Y allí se encontraba, frente a la estatua erigida en nombre a la gobernante más justa que hubiera visto alguna vez Oonindo. Vestía el uniforme reglamentario de jōnin de Uzushiogakure, con su bandana del Remolino en la frente, chaleco militar y placa dorada en el hombro izquierdo. No llevaba de su equipamiento más que sus portaobjetos, pues se había dejado la espada en casa. Contemplaba con mirada ausente el rostro pétreo de la Uzukage que le graduó como genin, tan inmerso en sus pensamientos que ni siquiera reparó en la presencia de un recién llegado...