5/11/2018, 19:40
(Última modificación: 5/11/2018, 19:50 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Aliento Nevado, Invierno del año 218.
—¡¡Al ataque, muchachos!! ¡No dejéis a nadie con vida!
El grito emergió de algún punto entre los árboles, en el lado Este del sendero por el que transitaba la caravana, y fue secundado casi al instante por un coro de vítores, alaridos de guerra y blasfemias que retumbó entre la foresta. Del follaje a ambos lados del camino surgieron al menos dos docenas de figuras que se abalanzaron sobre los cuatro carros del convoy, y la Luna llena arrancó destellos plateados al acero que empuñaban en sus manos. El silbido de algunas saetas precedió al relincho de varios caballos al ser alcanzados por los proyectiles, que se encabritaron, entrando en pánico y luchando por soltarse de las amarras. Uno de ellos, el que iba en segundo lugar de la caravana, lo consiguió; y entre bufidos de dolor, huyó al galope hasta perderse más adelante en el sendero.
Dentro de las diligencias, los pasajeros entraban en pánico, rezaban, o empuñaban sus propias armas para defender sus vidas, según la condición de cada uno. Cuando los bandidos hubieron rodeado a toda la comitiva, varios de los transeútes ya habían bajado de sus respectivos carros, acero en mano, para dar pelea por sus vidas... O tratar de huir. En el segundo coche, que había volcado tras desbocarse el caballo de tiro y ahora yacía boca abajo a un lado del sendero, una figura delgaducha envuelta en una capa de viaje marrón lamentaba su suerte.
«¡Por las tetas de Amaterasu! ¡Esto me pasa por racanear con el dinero del pasaje y no comprarme billete para la caravana de la tarde!»
Uchiha Akame salió a gatas de su accidentado carro tras conseguir abrir la puerta que tenía a mano izquierda. El resto de los pasajeros de su coche eran un padre de familia con dos niñas, una mujer muy joven y un anciano con su perro, por lo que el jōnin dudaba de que alguno tuviera disposición o condiciones de presentar batalla. Así pues, bufó con desagrado, apretó los dientes y se puso en pie con el tiempo justo para esquivar la cuchillada que le tiraba un hombre alto y fornido que se les había echado encima. Los ojos del Uchiha brillaron en la oscuridad, convertidos en dos luceros de color sangre.
—No sé quién ha tenido peor suerte, si vosotros o yo... —murmuró, colocándose en posición marcial.
Lo que no sabía Akame era que, en el coche de al lado...