5/11/2018, 20:49
La saeta rasgó el aire con su inconfundible silbido y acertó en el centro de la diana, el pecho del bandido, que cayó de espaldas tras un último suspiro ahogado. Ayame no se detuvo ahí, tomó la flecha que sujetaba entre sus labios y volvió a cargar el arco. Pero cuando sus ojos estaban decidiendo la próxima víctima de su arco, escuchó un zumbido por encima de la cabeza que le puso la piel de gallina. Presta, giró el cuello mientras sus ojos buscaban a toda velocidad el origen de aquel proyectil. No tardó en encontrarlo; o, mejor dicho, en encontrarlos. Dos ballesteros, ambos escudados tras los árboles.
«Flechas a mí...» Pensó, con una confiada sonrisa.
Cargó el arco de nuevo, apuntó al primer ballestero que se encontraba preparando su arma y disparó. Sabía que el tiempo jugaba en su contra, pero aún así tomó otra flecha y la disparó contra el segundo. No le preocupaban las flechas, y no le preocupaba demostrar esa confianza, pues confiaba en que su técnica estrella la protegería de prácticamente cualquier daño que podría recibir.
Sin embargo, había algo que sí le preocupaba. Y era la seguridad de los civiles que habían viajado con ella. Pero se habían sumido en un escenario caótico, en el que el cantar de los aceros, los silbidos y los alaridos dominaba el ambiente; y los bandidos los superaban con creces en número. Por ello, hubiera acertado sus disparos o no, Ayame volvió a plegar el arco sobre su muñeca y entrelazó las manos en una secuencia de sellos que culminó con una sonora palmada.
—Kasumi Jūsha no Jutsu —murmuró.
Y entonces las sombras de la noche se alzaron.
Desde el suelo, desde la pared o del techo de los carromatos, de entre la vegetación, de entre los árboles, sobre las ramas... Las sombras se alzaron por doquier, siluetas encapuchadas de negro y rostro irreconocible en la penumbra. Todas ellas iban armadas con kunais, y todas ellas se encararon a los bandidos con postura fiera y amenazadora.
—¡MaRcHaOs! ¡MARCHAOS! ¡MARCHAOS! —corearon, voces entrelazadas y fantasmales que cantaban un mismo mensaje.
«Flechas a mí...» Pensó, con una confiada sonrisa.
Cargó el arco de nuevo, apuntó al primer ballestero que se encontraba preparando su arma y disparó. Sabía que el tiempo jugaba en su contra, pero aún así tomó otra flecha y la disparó contra el segundo. No le preocupaban las flechas, y no le preocupaba demostrar esa confianza, pues confiaba en que su técnica estrella la protegería de prácticamente cualquier daño que podría recibir.
Sin embargo, había algo que sí le preocupaba. Y era la seguridad de los civiles que habían viajado con ella. Pero se habían sumido en un escenario caótico, en el que el cantar de los aceros, los silbidos y los alaridos dominaba el ambiente; y los bandidos los superaban con creces en número. Por ello, hubiera acertado sus disparos o no, Ayame volvió a plegar el arco sobre su muñeca y entrelazó las manos en una secuencia de sellos que culminó con una sonora palmada.
—Kasumi Jūsha no Jutsu —murmuró.
Y entonces las sombras de la noche se alzaron.
Desde el suelo, desde la pared o del techo de los carromatos, de entre la vegetación, de entre los árboles, sobre las ramas... Las sombras se alzaron por doquier, siluetas encapuchadas de negro y rostro irreconocible en la penumbra. Todas ellas iban armadas con kunais, y todas ellas se encararon a los bandidos con postura fiera y amenazadora.
—¡MaRcHaOs! ¡MARCHAOS! ¡MARCHAOS! —corearon, voces entrelazadas y fantasmales que cantaban un mismo mensaje.