5/11/2018, 21:14
(Última modificación: 5/11/2018, 21:32 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
La misteriosa encapuchada se movió con destreza muy superior a la de los bandidos, y sin perder un segundo disparó de vuelta a los dos tiradores que habían intentado ensartarla con sus virotes. La flecha silbó por el aire, imperceptible entre los diversos ruidos en el fragor de la batalla, hasta llegar a su objetivo, clavándose en el hombro derecho del bandido; éste dejó escapar un bufido de dolor, y apretando los dientes soltó su ballesta y se parapetó tras el árbol que le servía de cobertura. El otro, sin embargo, volvió a disparar en lo que la encapuchada cargaba de nuevo su arco.
Dos proyectiles se cruzaron en el campo de batalla casi al unísono. El virote del bandido —quien no tenía mala puntería— voló raudo hacia el pecho de la figura encapuchada; y el de ella le impactó en la cabeza al tirador. Su cuerpo, inerte, se desplomó entre la vegetación, perdiéndose de la vista de la arquera.
Akame, por su parte, esquivó un garrotazo a bocajarro y contraatacó hundiendo su hoja en la barriga del asaltante. Éste escupió un esputo sanguioliento con un gorjeo asqueroso y se desplomó en el suelo, junto al carro volcado cuyos ocupantes —a excepción del propio Akame— todavía seguían dentro, presas del terror. «¡Mierda, mi espada!» El arma del Uchiha había quedado enterrada en el vientre de su enemigo, y muerto este, atrapada bajo su cadáver. Viendo al jōnin con las manos vacías, los bandidos que le acosaban se envalentonaron y cargaron con todo, entre gritos de guerra.
«¡No hay tiempo...!»
Las manos del uzujin se entrelazaron en una veloz serie de sellos.
—¡Fūton, Shinkū Taigyoku!
Akame expulsó un proyectil de aire comprimido que impactó contra el grueso de los enemigos que le asaltaban, explotando con violencia y derribando también a los bandidos adyacentes. Fue después cuando lo vió. Una miríada de figuras que en la noche parecían más terroríficas todavía, con los ojos vendados y kunais en las manos, que surgían de todas partes. Del suelo, de entre los árboles, de los propios coches de caballos. Pronunciaban una lastimera letanía que le daba un toque todavía más siniestro a su aparición... Y desataron el caos.
Algunos de los asaltadores de caminos tiraron sus armas y echaron a correr, perdiéndose entre las sombras del bosque —los que más—. Otros, más valientes, más diestros o tal vez simplemente más estúpidos, abandonaron el pillaje y se voltearon, hierro en mano, para atacar a los recién aparecidos fantasmas. No tardarían mucho en darse cuenta de que por cada uno que mataban, surgían dos, y entonces tal vez la locura pudiera a la bravura. Por su parte, los pasajeros también habían contemplado con horror la escena, y la mayoría intentaba ahora huir desesperadamente. Las dos mercenarias que peleaban en el frente de la caravana aprovecharon la confusión para matar a un par de los enemigos, pero luego también acabaron por volverse a pelear contra las apariciones.
Pero Akame, Uchiha Akame, ya no estaba prestando atención al asunto. Su Sharingan había sido capaz de ver a través de aquel Genjutsu sin problema, y al buscar a su emisor, lo había hallado.
«Un ninja...»
Con un salto, el Uchiha se colocó sobre su carro. Otro más, un par de rápidos pasos, acumuló chakra en la planta de sus pies y subió al coche sobre el que estaba el ninja.
—¡Shinobi-san! —le interpeló, a cara descubierta—. ¡Debemos acabar con todos los bandidos ahora, tu técnica está provocando que los civiles huyan hacia el bosque!
Dos proyectiles se cruzaron en el campo de batalla casi al unísono. El virote del bandido —quien no tenía mala puntería— voló raudo hacia el pecho de la figura encapuchada; y el de ella le impactó en la cabeza al tirador. Su cuerpo, inerte, se desplomó entre la vegetación, perdiéndose de la vista de la arquera.
Akame, por su parte, esquivó un garrotazo a bocajarro y contraatacó hundiendo su hoja en la barriga del asaltante. Éste escupió un esputo sanguioliento con un gorjeo asqueroso y se desplomó en el suelo, junto al carro volcado cuyos ocupantes —a excepción del propio Akame— todavía seguían dentro, presas del terror. «¡Mierda, mi espada!» El arma del Uchiha había quedado enterrada en el vientre de su enemigo, y muerto este, atrapada bajo su cadáver. Viendo al jōnin con las manos vacías, los bandidos que le acosaban se envalentonaron y cargaron con todo, entre gritos de guerra.
«¡No hay tiempo...!»
Las manos del uzujin se entrelazaron en una veloz serie de sellos.
—¡Fūton, Shinkū Taigyoku!
Akame expulsó un proyectil de aire comprimido que impactó contra el grueso de los enemigos que le asaltaban, explotando con violencia y derribando también a los bandidos adyacentes. Fue después cuando lo vió. Una miríada de figuras que en la noche parecían más terroríficas todavía, con los ojos vendados y kunais en las manos, que surgían de todas partes. Del suelo, de entre los árboles, de los propios coches de caballos. Pronunciaban una lastimera letanía que le daba un toque todavía más siniestro a su aparición... Y desataron el caos.
Algunos de los asaltadores de caminos tiraron sus armas y echaron a correr, perdiéndose entre las sombras del bosque —los que más—. Otros, más valientes, más diestros o tal vez simplemente más estúpidos, abandonaron el pillaje y se voltearon, hierro en mano, para atacar a los recién aparecidos fantasmas. No tardarían mucho en darse cuenta de que por cada uno que mataban, surgían dos, y entonces tal vez la locura pudiera a la bravura. Por su parte, los pasajeros también habían contemplado con horror la escena, y la mayoría intentaba ahora huir desesperadamente. Las dos mercenarias que peleaban en el frente de la caravana aprovecharon la confusión para matar a un par de los enemigos, pero luego también acabaron por volverse a pelear contra las apariciones.
Pero Akame, Uchiha Akame, ya no estaba prestando atención al asunto. Su Sharingan había sido capaz de ver a través de aquel Genjutsu sin problema, y al buscar a su emisor, lo había hallado.
«Un ninja...»
Con un salto, el Uchiha se colocó sobre su carro. Otro más, un par de rápidos pasos, acumuló chakra en la planta de sus pies y subió al coche sobre el que estaba el ninja.
—¡Shinobi-san! —le interpeló, a cara descubierta—. ¡Debemos acabar con todos los bandidos ahora, tu técnica está provocando que los civiles huyan hacia el bosque!