7/11/2018, 21:30
(Última modificación: 7/11/2018, 21:31 por Aotsuki Ayame.)
El gesto de Yota se ensombreció ante la indignación de Ayame. Un amargo sentimiento invadió el pecho de la muchacha, pero antes de que pudiera explicarse o decir nada al respecto, otra voz intervino.
—Yo alucino, colegas. ¿En serio pensáis que Yota es una amenaza para vuestra integridad física? ¡Pero si es totalmente inofensivo!
Para estupefacción de Ayame se trataba de la araña. ¡La misma araña que había visto sobre la cabeza de Yota!
—¡E... es de verdad! ¡Y habla! —exclamó. Y, carcomida por la curiosidad, se agachó para contemplarla de más cerca. Era una araña grande, muy grande para ser una simple araña. De abdomen muy grueso y patas estilizadas y largas. Tenía la marca de un reloj de arena carmesí grabado en el abdomen, por lo que no había duda—. ¡Una viuda negra! —exclamó con una sonrisa.
No. Ayame no era la típica persona a la que le horrorizaran los bichos. Aunque no podía decirse lo mismo de su acompañante...
Un chillido supersónico perforó sus tímpanos como un talado, y Ayame cerró los ojos con gesto dolorido. De un momento a otro, Kiroe había avanzado y le había asestado tal patada a la pobre araña que salió volando más allá. Y, lo que era peor, su voz había alertado al resto de personas y ahora perseguían al pobre animal con un palo.
—¡Ay, no! —se lamentó Ayame, con las manos en la boca—. ¡Dejadla, es inofensiva!
Todo lo inofensiva que una venenosa viuda negra de más de treinta centímetros podía ser...
—Yo alucino, colegas. ¿En serio pensáis que Yota es una amenaza para vuestra integridad física? ¡Pero si es totalmente inofensivo!
Para estupefacción de Ayame se trataba de la araña. ¡La misma araña que había visto sobre la cabeza de Yota!
—¡E... es de verdad! ¡Y habla! —exclamó. Y, carcomida por la curiosidad, se agachó para contemplarla de más cerca. Era una araña grande, muy grande para ser una simple araña. De abdomen muy grueso y patas estilizadas y largas. Tenía la marca de un reloj de arena carmesí grabado en el abdomen, por lo que no había duda—. ¡Una viuda negra! —exclamó con una sonrisa.
No. Ayame no era la típica persona a la que le horrorizaran los bichos. Aunque no podía decirse lo mismo de su acompañante...
Un chillido supersónico perforó sus tímpanos como un talado, y Ayame cerró los ojos con gesto dolorido. De un momento a otro, Kiroe había avanzado y le había asestado tal patada a la pobre araña que salió volando más allá. Y, lo que era peor, su voz había alertado al resto de personas y ahora perseguían al pobre animal con un palo.
—¡Ay, no! —se lamentó Ayame, con las manos en la boca—. ¡Dejadla, es inofensiva!
Todo lo inofensiva que una venenosa viuda negra de más de treinta centímetros podía ser...