18/11/2018, 12:27
El labriego que llevaba la voz cantante se limitó a darse la media vuelta y confiar en las palabras de los ninjas, que aseguraban que su compañero de trabajo se recuperaría de aquel trauma, mientras mascullaba maldiciones por lo bajo. Estaba claro que los de Kusa habían conseguido la información que estaban buscando; pero al precio de no causar una muy buena impresión en los recolectores de arroz. Siendo como eran aquel tipo de gentes, probablemente el relato de sus acciones allí correría como la pólvora y ninguno de los dos gozaría de buena fama entre los trabajadores de los campos de arroz.
Sea como fuere, los ninjas se marcharon para seguir el camino que discurría por aquellas tierras en dirección Oeste. Tras un buen rato caminando, en el que no vieron más que arrozales y un denso paisaje boscoso —cuando dejaron atrás los campos de trabajo—, los muchachos pudieron distinguir la silueta de un edificio a un lado del camino, en un pequeño claro entre los árboles de grandes copas. Si se acercaban, verían que se trataba de un modesto dojo de estilo clásico —tan popular en Mori no Kuni—, con una entrada simple de puerta corredera franqueada por dos curiosas estatuas que parecían representar a un mono con una botella de sake en la mano. Junto a la entrada había un precioso cartel tallado limpiamente en madera, el cual anunciaba con excelente caligrafía:
No se escuchaba un sonido —más allá de los típicos del bosque— y no parecía que nadie fuese a salir a recibirlos. Pero tampoco había ninguna valla, muro o similar que fuese a impedirles entrar en el lugar. Ahora la cuestión radicaba en cómo querían los ninjas de la Hierba abordar el asunto...
Sea como fuere, los ninjas se marcharon para seguir el camino que discurría por aquellas tierras en dirección Oeste. Tras un buen rato caminando, en el que no vieron más que arrozales y un denso paisaje boscoso —cuando dejaron atrás los campos de trabajo—, los muchachos pudieron distinguir la silueta de un edificio a un lado del camino, en un pequeño claro entre los árboles de grandes copas. Si se acercaban, verían que se trataba de un modesto dojo de estilo clásico —tan popular en Mori no Kuni—, con una entrada simple de puerta corredera franqueada por dos curiosas estatuas que parecían representar a un mono con una botella de sake en la mano. Junto a la entrada había un precioso cartel tallado limpiamente en madera, el cual anunciaba con excelente caligrafía:
«Dojo de Sarutobi Yamcha-sensei, el Mono Borracho»
No se escuchaba un sonido —más allá de los típicos del bosque— y no parecía que nadie fuese a salir a recibirlos. Pero tampoco había ninguna valla, muro o similar que fuese a impedirles entrar en el lugar. Ahora la cuestión radicaba en cómo querían los ninjas de la Hierba abordar el asunto...