19/11/2018, 20:32
La misteriosa figura encapuchada desapareció en un parpadeo y volvió a reaparecer frente al líder de los asaltantes, que en ese momento trataba de huir para perderse en el bosque. Pese a su aspecto corpulento y pesado, el tipo se vió expulsado hacia atrás como si de una ligera pluma se tratase cuando aquel ninja desconocido utilizó una técnica que Akame jamás había visto en toda su vida; proyectó su voz hacia delante de forma cónica, imprenando las ondas de sonido con su chakra y consiguiendo que éste golpease al enemigo como un martillo gigante. Pese a que no estaba malherido —no aún, al menos— el jefe de la banda fue incapaz de levantarse. «Parece profundamente aturdido... Interesante técnica.»
Por su parte, Akame trataba de poner orden en el caos. Los asaltadores se batían en retirada y muchos ya se habían perdido entre la negra espesura, mientras que los viajeros de la caravana comenzaban a buscar sus pertenencias entre los restos de la refriega. Las dos mercenarias se encontraban a la cabeza del convoy, donde habían defendido su posición con uñas y dientes. Una de ellas estaba sentada sobre la tierra empapada, todavía sujetando su espada con una mano y con la espalda apoyada en el carro en el que hasta hacía unos minutos viajaba. La otra le trataba una herida en la cara con un improvisado paño hecho a partir de jirones de su propio jubón.
Cuando el líder de los criminales trató de levantarse, se encontró con el acero de Akame apuntándole directamente a la yugular.
—Quieto ahí, gorila —ordenó el jōnin—. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
El tipo resopló como una bestia cansada, sin duda todavía exhibiendo síntomas de mareo. Akame, por su parte, alzó la vista —todavía teñida de rojo— hacia su inesperado compañero ninja.
—Gran trabajo —halagó con tono calmo—. Eres rápido y sabes lo que te haces. Probablemente me hubiera llevado más tiempo rechazar a estos tipejos sin tu ayuda... ¿Cómo te llamas, shinobi-san?
No era una pregunta inocente, aunque tampoco se podía intuir maldad en ella. El jōnin era consciente de que en aquellos turbulentos tiempos cualquier ninja podía querer evitar ser reconocido, sobretodo si se encontraba en un país extranjero; y ni siquiera él podía ser lo suficientemente Profesional como para ser descortés con quien había colaborado en salvar dos docenas de vidas inocentes.
Por su parte, Akame trataba de poner orden en el caos. Los asaltadores se batían en retirada y muchos ya se habían perdido entre la negra espesura, mientras que los viajeros de la caravana comenzaban a buscar sus pertenencias entre los restos de la refriega. Las dos mercenarias se encontraban a la cabeza del convoy, donde habían defendido su posición con uñas y dientes. Una de ellas estaba sentada sobre la tierra empapada, todavía sujetando su espada con una mano y con la espalda apoyada en el carro en el que hasta hacía unos minutos viajaba. La otra le trataba una herida en la cara con un improvisado paño hecho a partir de jirones de su propio jubón.
Cuando el líder de los criminales trató de levantarse, se encontró con el acero de Akame apuntándole directamente a la yugular.
—Quieto ahí, gorila —ordenó el jōnin—. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
El tipo resopló como una bestia cansada, sin duda todavía exhibiendo síntomas de mareo. Akame, por su parte, alzó la vista —todavía teñida de rojo— hacia su inesperado compañero ninja.
—Gran trabajo —halagó con tono calmo—. Eres rápido y sabes lo que te haces. Probablemente me hubiera llevado más tiempo rechazar a estos tipejos sin tu ayuda... ¿Cómo te llamas, shinobi-san?
No era una pregunta inocente, aunque tampoco se podía intuir maldad en ella. El jōnin era consciente de que en aquellos turbulentos tiempos cualquier ninja podía querer evitar ser reconocido, sobretodo si se encontraba en un país extranjero; y ni siquiera él podía ser lo suficientemente Profesional como para ser descortés con quien había colaborado en salvar dos docenas de vidas inocentes.