19/11/2018, 21:33
La técnica dio de lleno en el líder de los bandidos; quien, ensordecido y aturdido, se vio expulsado varios metros hacia atrás y cayó a plomo sobre el suelo. A sabiendas de que, aunque no estaba malherido, no se movería durante varios segundos, Ayame se permitió el lujo de llevarse el dorso de la mano a los labios y carraspear ligeramente, afligida de la garganta por el grito que acababa de soltar.
A su alrededor, el orden comenzaba a ganarle terreno al caos.
Los viajeros de las caravanas regresaban para buscar sus pertenencias entre los carromatos, las dos mercenarias del frente se trataban las heridas después de la refriega con gasas improvisadas a partir de rasgones de tela. Y Uchiha Akame se había adelantado, con el acero de su espada apuntando al cuello del criminal, que había intentado levantarse sin éxito.
—Quieto ahí, gorila. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
Él resopló como única respuesta, rendido ante la evidente superioridad de los shinobi que le habían reducido. En ese momento, Akame levantó la mirada de sus ojos aún teñidos de sangre y la clavó en Ayame. Ella, en un acto reflejo, bajó la mirada hasta su barbilla y no la movió de allí.
—Gran trabajo —la halagó.
Y aunque aún le pesaba el saber que varios bandidos habían logrado escapar, ella respondió con una silenciosa inclinación de cabeza a modo de agradecimiento.
—Eres rápido y sabes lo que te haces. Probablemente me hubiera llevado más tiempo rechazar a estos tipejos sin tu ayuda... ¿Cómo te llamas, shinobi-san?
Ayame guardó silencio durante varios largos segundos, con el latido de su corazón golpeándole en las sienes. Habría sido tan fácil como inventarse un nombre rápidamente, pero si hablaba era probable que el Uchiha reconociera su voz. Por eso, simplemente se mantuvo muda y terminó por girar sobre sus propios talones con la clara intención de dirigirse hacia los civiles y comprobar su estado. Estaba completamente segura de que alguien con Akame no tendría problemas con un bandido prácticamente desvalido.
A su alrededor, el orden comenzaba a ganarle terreno al caos.
Los viajeros de las caravanas regresaban para buscar sus pertenencias entre los carromatos, las dos mercenarias del frente se trataban las heridas después de la refriega con gasas improvisadas a partir de rasgones de tela. Y Uchiha Akame se había adelantado, con el acero de su espada apuntando al cuello del criminal, que había intentado levantarse sin éxito.
—Quieto ahí, gorila. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
Él resopló como única respuesta, rendido ante la evidente superioridad de los shinobi que le habían reducido. En ese momento, Akame levantó la mirada de sus ojos aún teñidos de sangre y la clavó en Ayame. Ella, en un acto reflejo, bajó la mirada hasta su barbilla y no la movió de allí.
—Gran trabajo —la halagó.
Y aunque aún le pesaba el saber que varios bandidos habían logrado escapar, ella respondió con una silenciosa inclinación de cabeza a modo de agradecimiento.
—Eres rápido y sabes lo que te haces. Probablemente me hubiera llevado más tiempo rechazar a estos tipejos sin tu ayuda... ¿Cómo te llamas, shinobi-san?
Ayame guardó silencio durante varios largos segundos, con el latido de su corazón golpeándole en las sienes. Habría sido tan fácil como inventarse un nombre rápidamente, pero si hablaba era probable que el Uchiha reconociera su voz. Por eso, simplemente se mantuvo muda y terminó por girar sobre sus propios talones con la clara intención de dirigirse hacia los civiles y comprobar su estado. Estaba completamente segura de que alguien con Akame no tendría problemas con un bandido prácticamente desvalido.