19/11/2018, 22:25
(Última modificación: 19/11/2018, 22:25 por Aotsuki Ayame.)
El invierno había llegado para quedarse y el frío calaba en los huesos ayudado por una fina llovizna. Aún así era una mañana calma y silenciosa en el valle que quedaba a las afueras de Yachi. Un silencio sólo interrumpido por el suave discurrir de las aguas del río junto a la casita de madera y el cántico de los pajarillos sobre las copas de los árboles que la rodeaban. Una mañana apacible y muda...
Hasta que ellos llegaron.
Los golpes de sus cuerpos contra el suelo y los muebles y los alaridos de dolor que les siguieron opacaron el rumor del agua. Los pájaros callaron asustados. Y el estallido de la voz de Zetsuo bramó por encima de todo lo demás:
—¡¡ME CAGO EN LA PUTA HOSTIA!! ¡MALDITO SEAS, AMEDAMA!
—Lo siento, no controlo bien la técnica con tanta gente...
—¡¡PUES A VER SI LA CONTROLAS DE UNA VEZ, JODER!! ¡¡¡CASI NOS MATAMOS TODOS!!!
—A la próxima, recuérdame que deje yo una de mis marcas. ¡Kori-kun! ¿Estás bien? ¡Zetsuo, le has dado un cabezazo, animal! —exclamó Kiroe, preocupada por El Hielo, que se levantaba en aquellos momentos frotándose la cabeza, donde una pequeña mancha carmesí resaltaba en su níveo cabello. Debía de dolerle mucho para que sus apáticos ojos estuvieran ligeramente entornados.
—¡TÚ CÁLLATE, PASTELERA! —bramó el hombre, sacudiendo el brazo que tenía libre.
Y es que su otra mano, envuelta en aquel característico destello verdoso, presionaba su frente ensangrentada.
Aotsuki Zetsuo se levantó entre renovadas maldiciones farfulladas entre dientes, se acomodó la mochila de viaje sobre el hombro y se acercó a su hijo mayor. Colocó la mano libre sobre su cabeza y la curó también en cuestión de segundos. Como un león enjaulado, resopló y se apartó de los otros tres entre pasos nerviosos y violentos.
—Vamos, tenemos un jodido día de camino hasta Tanzaku Gai y tenemos que encontrarla antes de que noten nuestra ausencia en Amegakure y todo vaya a peor —gruñó.
Era la segunda vez que hacían algo así. La segunda vez que tenían que acudir al rescate de su hija, desaparecida desde hacía cosa de dos semana en extrañas circunstancias. Lo último que sabían de ella era que había salido de la aldea de camino a aquella ciudad del País del Fuego, pero los días habían ido pasando y ella no había regresado de su visita.
—Joder... Joder... ¡¿En qué jodido lío se ha metido ahora?! ¡Si es que no se la puede dejar sola! ¡Acababa de superar su jodido castigo!
Hasta que ellos llegaron.
Los golpes de sus cuerpos contra el suelo y los muebles y los alaridos de dolor que les siguieron opacaron el rumor del agua. Los pájaros callaron asustados. Y el estallido de la voz de Zetsuo bramó por encima de todo lo demás:
—¡¡ME CAGO EN LA PUTA HOSTIA!! ¡MALDITO SEAS, AMEDAMA!
—Lo siento, no controlo bien la técnica con tanta gente...
—¡¡PUES A VER SI LA CONTROLAS DE UNA VEZ, JODER!! ¡¡¡CASI NOS MATAMOS TODOS!!!
—A la próxima, recuérdame que deje yo una de mis marcas. ¡Kori-kun! ¿Estás bien? ¡Zetsuo, le has dado un cabezazo, animal! —exclamó Kiroe, preocupada por El Hielo, que se levantaba en aquellos momentos frotándose la cabeza, donde una pequeña mancha carmesí resaltaba en su níveo cabello. Debía de dolerle mucho para que sus apáticos ojos estuvieran ligeramente entornados.
—¡TÚ CÁLLATE, PASTELERA! —bramó el hombre, sacudiendo el brazo que tenía libre.
Y es que su otra mano, envuelta en aquel característico destello verdoso, presionaba su frente ensangrentada.
Aotsuki Zetsuo se levantó entre renovadas maldiciones farfulladas entre dientes, se acomodó la mochila de viaje sobre el hombro y se acercó a su hijo mayor. Colocó la mano libre sobre su cabeza y la curó también en cuestión de segundos. Como un león enjaulado, resopló y se apartó de los otros tres entre pasos nerviosos y violentos.
—Vamos, tenemos un jodido día de camino hasta Tanzaku Gai y tenemos que encontrarla antes de que noten nuestra ausencia en Amegakure y todo vaya a peor —gruñó.
Era la segunda vez que hacían algo así. La segunda vez que tenían que acudir al rescate de su hija, desaparecida desde hacía cosa de dos semana en extrañas circunstancias. Lo último que sabían de ella era que había salido de la aldea de camino a aquella ciudad del País del Fuego, pero los días habían ido pasando y ella no había regresado de su visita.
—Joder... Joder... ¡¿En qué jodido lío se ha metido ahora?! ¡Si es que no se la puede dejar sola! ¡Acababa de superar su jodido castigo!