20/11/2018, 19:21
Ayame no tardó en darse cuenta de la gravedad del asunto: dos de los carromatos estaban seriamente dañados, el otro había volcado y sólo quedaba uno en condiciones para seguir el viaje. De no ser porque los caballos que tiraban de ellos habían escapado en pánico y se habían perdido en el bosque. No tuvo mucho tiempo para pensar en el problema que tenía encima, pues el caos volvió a desatarse en cuanto llegó a la posición de los civiles. Ayame se vio obligada a retroceder un paso, mostrando las palmas de las manos en una petición de calma. Pero la multitud se le había echado prácticamente encima, entre balbuceos, gritos y exigencias que se entremezclaban entre sí creando un torbellino prácticamente indescifrable.
—E... —comenzó a hablar Ayame, pero volvió a enmudecer cuando escuchó la voz del Uchiha tras su espalda.
—¡A ver, a ver, calma todo el mundo! —vociferaba, mientras se acercaba con el jefe de los forajidos sujeto firmemente por uno de sus musculosos brazos—. ¡Soy Uchiha Akame, jōnin de Uzushiogakure no Sato! Vamos a tranquilizarnos todos.
Pero, lejos de tranquilizarse, el gentío se agitó aún más. Como un enjambre de abejas enardecidas, sus zumbidos inundaron los oídos de los dos shinobi con exigencias de todo tipo: auxilio, búsqueda y devolución de pertenencias robadas, captura del resto de maleantes escapados, rescate de una hija, recuperación de una herencia... La situación se estaba descontrolando, y las abejas cada vez zumbaban más enardecidas.
«Irónicamente, esto va a ser más difícil que enfrentarse a los bandidos.» Suspiró Ayame.
—Esto es un maldito lío... Eh, shinobi-san —Akame llamó la atención de Ayame, que giró la cabeza hacia él lo justo y necesario para poder mirarle desde debajo de la capucha—. ¿Qué tal se te da rastrear? ¿Podrías encontrar a los pasajeros que han huído por el bosque antes de que algún forajido rezagado lo haga?
Ella titubeó durante unos instantes. Inconscientemente, dirigió la mirada hacia el cielo. Allí, en un camino abierto la luz de la luna llena lo bañaba todo, ahuyentando a las sombras y a las tinieblas. Pero en mitad del bosque, las ramas y la vegetación eran aliadas de la noche... Se mordió el labio inferior, aterrorizada ante la sola idea de quedarse atrapada en la oscuridad de la noche en mitad de un bosque, pero al cabo de varios segundos terminó por asentir. Se sentía demasiado responsable por los civiles, no podía simplemente abandonarlos.
Volvió a girar sobre su propio eje y se encaramó al árbol más cercano que vio con un ágil salto. Subió hasta una de las ramas medias, asegurándose de que soportara su peso, y después comenzó a avanzar hacia el interior del bosque. A mitad de camino entrelazó las manos en el sello del pájaro y comenzó a chasquear la lengua de forma continua y repetida. El sonido se combinó con su propio chakra y se proyectó a su alrededor, rebotando contra los diferentes obstáculos encontrados en su trayecto y devolviendo el eco con la información hacia la kunoichi. Por desgracia, con aquella técnica sólo llegaba a abarcar siete metros a la redonda, por lo que tendría que ir moviéndose para tener un mayor rango...
E intentar ir por las zonas más luminosas siempre.
—E... —comenzó a hablar Ayame, pero volvió a enmudecer cuando escuchó la voz del Uchiha tras su espalda.
—¡A ver, a ver, calma todo el mundo! —vociferaba, mientras se acercaba con el jefe de los forajidos sujeto firmemente por uno de sus musculosos brazos—. ¡Soy Uchiha Akame, jōnin de Uzushiogakure no Sato! Vamos a tranquilizarnos todos.
Pero, lejos de tranquilizarse, el gentío se agitó aún más. Como un enjambre de abejas enardecidas, sus zumbidos inundaron los oídos de los dos shinobi con exigencias de todo tipo: auxilio, búsqueda y devolución de pertenencias robadas, captura del resto de maleantes escapados, rescate de una hija, recuperación de una herencia... La situación se estaba descontrolando, y las abejas cada vez zumbaban más enardecidas.
«Irónicamente, esto va a ser más difícil que enfrentarse a los bandidos.» Suspiró Ayame.
—Esto es un maldito lío... Eh, shinobi-san —Akame llamó la atención de Ayame, que giró la cabeza hacia él lo justo y necesario para poder mirarle desde debajo de la capucha—. ¿Qué tal se te da rastrear? ¿Podrías encontrar a los pasajeros que han huído por el bosque antes de que algún forajido rezagado lo haga?
Ella titubeó durante unos instantes. Inconscientemente, dirigió la mirada hacia el cielo. Allí, en un camino abierto la luz de la luna llena lo bañaba todo, ahuyentando a las sombras y a las tinieblas. Pero en mitad del bosque, las ramas y la vegetación eran aliadas de la noche... Se mordió el labio inferior, aterrorizada ante la sola idea de quedarse atrapada en la oscuridad de la noche en mitad de un bosque, pero al cabo de varios segundos terminó por asentir. Se sentía demasiado responsable por los civiles, no podía simplemente abandonarlos.
Volvió a girar sobre su propio eje y se encaramó al árbol más cercano que vio con un ágil salto. Subió hasta una de las ramas medias, asegurándose de que soportara su peso, y después comenzó a avanzar hacia el interior del bosque. A mitad de camino entrelazó las manos en el sello del pájaro y comenzó a chasquear la lengua de forma continua y repetida. El sonido se combinó con su propio chakra y se proyectó a su alrededor, rebotando contra los diferentes obstáculos encontrados en su trayecto y devolviendo el eco con la información hacia la kunoichi. Por desgracia, con aquella técnica sólo llegaba a abarcar siete metros a la redonda, por lo que tendría que ir moviéndose para tener un mayor rango...
E intentar ir por las zonas más luminosas siempre.