20/11/2018, 21:13
(Última modificación: 20/11/2018, 21:14 por Aotsuki Ayame.)
Daruu fue el primero en salir de la habitación y bajar las escaleras, aunque tal era la prisa que llevaban que Zetsuo y Kōri prácticamente le pisaban los talones. Fuera de la cabaña les recibió el aire invernal y una fina lluvia, pero ninguno de ellos dio muestras de estar pasando frío. Más bien al contrario, la marcha acelerada les haría entrar en calor enseguida. Además, uno de ellos emanaba aún más frío de manera natural, como si de una nevera con la puerta abierta se tratara.
—¿No dejó ninguna pista? ¿Nada sospechoso? —preguntó Kiroe.
—Sólo comentó que quería ir a Tanzaku Gai. No nos dijo nada más —Kōri negó con la cabeza, sombrío.
Caminando junto a él, Zetsuo resopló.
—¿Pero qué cojones se le habrá perdido allí? ¡Ya le dije que ese territorio estaba demasiado cerca del País del Remolino! ¡Pero ni puto caso! ¡Como de costumbre! —El médico volvió la cabeza hacia Daruu, con los ojos ligeramente entornados—. Y desde luego, si a ti no te ha dicho nada más, a nosotros menos aún. ¡Maldita sea!
—Mierda, así no llegaremos nunca —masculló Kiroe—. Todos podéis crear o invocar aves, ¿no? ¡Pues a los pájaros!
No hizo falta que se lo repitieran dos veces. Zetsuo y Kōri se llevaron la mano diestra a la boca y mordieron al unísono el dedo pulgar. Sincronizados, sus manos se entrelazaron en varios sellos y terminaron golpeando la tierra con la palma de la mano ensangrentada.
—¡Kuchiyose no Jutsu!
Dos estallidos, y sendas nubes de humo invadieron el espacio entre ellos. Una humareda que fue enseguida disipada por el batir de alas de dos enormes pájaros que llevaban sobre sus lomos a los dos avezados shinobi: una imponente águila y un búho nival, respectivamente. Junto a los pájaros de caramelo de los Amedama, alzaron el vuelo y pronto dejaron el suelo atrás.
—¡No os quedéis atrás! —gritó Daruu.
Pero, lejos de eso, los dos Aotsuki ganaron velocidad y se colocaron al frente.
—¡Formación en V! —ordenó Zetsuo, batiendo un brazo en lateral—. ¡Así aprovecharemos mejor el viento e iremos más cómodos!
Seguían la corriente del río, y los sinuosos meandros serpenteaban a gran velocidad por debajo de ellos.
—¿No dejó ninguna pista? ¿Nada sospechoso? —preguntó Kiroe.
—Sólo comentó que quería ir a Tanzaku Gai. No nos dijo nada más —Kōri negó con la cabeza, sombrío.
Caminando junto a él, Zetsuo resopló.
—¿Pero qué cojones se le habrá perdido allí? ¡Ya le dije que ese territorio estaba demasiado cerca del País del Remolino! ¡Pero ni puto caso! ¡Como de costumbre! —El médico volvió la cabeza hacia Daruu, con los ojos ligeramente entornados—. Y desde luego, si a ti no te ha dicho nada más, a nosotros menos aún. ¡Maldita sea!
—Mierda, así no llegaremos nunca —masculló Kiroe—. Todos podéis crear o invocar aves, ¿no? ¡Pues a los pájaros!
No hizo falta que se lo repitieran dos veces. Zetsuo y Kōri se llevaron la mano diestra a la boca y mordieron al unísono el dedo pulgar. Sincronizados, sus manos se entrelazaron en varios sellos y terminaron golpeando la tierra con la palma de la mano ensangrentada.
—¡Kuchiyose no Jutsu!
Dos estallidos, y sendas nubes de humo invadieron el espacio entre ellos. Una humareda que fue enseguida disipada por el batir de alas de dos enormes pájaros que llevaban sobre sus lomos a los dos avezados shinobi: una imponente águila y un búho nival, respectivamente. Junto a los pájaros de caramelo de los Amedama, alzaron el vuelo y pronto dejaron el suelo atrás.
—¡No os quedéis atrás! —gritó Daruu.
Pero, lejos de eso, los dos Aotsuki ganaron velocidad y se colocaron al frente.
—¡Formación en V! —ordenó Zetsuo, batiendo un brazo en lateral—. ¡Así aprovecharemos mejor el viento e iremos más cómodos!
Seguían la corriente del río, y los sinuosos meandros serpenteaban a gran velocidad por debajo de ellos.