21/11/2018, 13:04
Ayame se alejó del sendero y de la comitiva, donde había visto mientras se marchaba a Akame hablando con las dos mercenarias, probablemente para pedirles asistencia a la hora de volver a imponer el imperio del orden y la razón tras la refriega nocturna. El Uchiha planeaba también sacarle algo de información jugosa al jefe de los asaltadores utilizando sus singulares talentos para la interrogación, aunque nada de eso lo presenciaría la kunoichi de Ame de incógnito.
Tras varios minutos de búsqueda, el sónar de chakra de Ayame detectaría una anomalía en el boscoso terreno. Una figura alta, alargada y que se movía frenéticamente de un lado para otro. Junto a ella, un bulto a ras de suelo mucho más pequeño e informe. Al acercarse, la kunoichi de la Lluvia podría observar la escena que se estaba desarrollando entre los árboles.
Una mujer andaba en círculos con aspecto nervioso, de un lado para otro, mientras balbuceaba maldiciones y pensamientos en voz alta con muy poco orden o concierto. Frente a ella, sentada en el suelo y con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol, un niño que no pasaría de los cinco o seis años. Temblaba de forma incontrolada y parecía aterrorizado.
—Sí, sí, eso será lo mejor... No cabe duda de que tus padres pagarán, ¿eh? Pagarán si quieren volver a verte sano y salvo. Sí, sí, eso es lo que vamos a hacer... Eso es... Pagarán...
La tipa vestía con ropas sucias, jubón de cuero, pantalones rasgados y botas muy usadas. Al cinto llevaba una wakizashi. Era, sin duda, parte de la banda de asaltadores de caminos que había atacado la caravana; y presumiblemente aquel chico era una de sus víctimas.
Tras varios minutos de búsqueda, el sónar de chakra de Ayame detectaría una anomalía en el boscoso terreno. Una figura alta, alargada y que se movía frenéticamente de un lado para otro. Junto a ella, un bulto a ras de suelo mucho más pequeño e informe. Al acercarse, la kunoichi de la Lluvia podría observar la escena que se estaba desarrollando entre los árboles.
Una mujer andaba en círculos con aspecto nervioso, de un lado para otro, mientras balbuceaba maldiciones y pensamientos en voz alta con muy poco orden o concierto. Frente a ella, sentada en el suelo y con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol, un niño que no pasaría de los cinco o seis años. Temblaba de forma incontrolada y parecía aterrorizado.
—Sí, sí, eso será lo mejor... No cabe duda de que tus padres pagarán, ¿eh? Pagarán si quieren volver a verte sano y salvo. Sí, sí, eso es lo que vamos a hacer... Eso es... Pagarán...
La tipa vestía con ropas sucias, jubón de cuero, pantalones rasgados y botas muy usadas. Al cinto llevaba una wakizashi. Era, sin duda, parte de la banda de asaltadores de caminos que había atacado la caravana; y presumiblemente aquel chico era una de sus víctimas.