21/11/2018, 17:22
Pero la técnica de Reika no surtió efecto alguno. Todo cuanto pudo oír fue un enjambre de furiosas abejas, un chirrido de pájaros asustados que le impidió escuchar nada más. Estaba claro que aquella técnica no había sido pensada para los interrogatorios telepáticos, sino para permitir la comunicación voluntaria entre usuario y recipiente. Así pues, la Yamanaka no lograría extraer una sola palabra.
Akame, desesperado, tomó a la matona de un brazo y trató de arrastrarla hacia el zulo. Pesaba demasiado —debido a su corpulenta complexión—, tanto que el ninja fue incapaz de moverla más de un par de metros. Entonces se volvió hacia Reika, pidiendo ayuda.
—Échame una mano —pidió—. Vamos a llevarla a un lugar más... Privado. Ahí seguro que se le suelta la lengua.
Mientras la víctima gruñía, todavía con la boca llena de sangre, y se revolvía inútilmente, Akame trataría de arrastrarla hasta la trampilla que daba acceso a las escaleras. Una vez allí —con ayuda de Reika— la tiraría sin miramientos por el hueco de las escaleras. «Espero que no se rompa el cuello...» La otra aulló de dolor por la caída, pero sus propios lamentos confirmaron que seguía viva. Entonces Akame, todavía con el sangriento Dōjutsu del clan Uchiha brillando en sus ojos, descendió por la escalerilla metálica y cerró la portezuela tras de él.
—Espérame fuera, Reika-san...
Al cabo de una larguísima media hora, Akame salió del zulo. No parecía que tuviera las manos manchadas de sangre, aunque sí que se podía notar el cansancio en su mirada, donde el Sharingan no había dejado de brillar. Tras de sí cerró la trampilla que llevaba al zulo y luego se volteó hacia Reika.
—Ha dicho todo lo que sabía... Nadie por aquí conoce la identidad del Trucho, pero por suerte esta tipeja es una de sus matonas a sueldo. Suelen reunirse con él mensualmente para cobrar, aunque este hampón va con el rostro tapado; como te digo, su verdadera identidad es un misterio para todos en Colapescado, incluso para sus empleadas. Sin embargo... No lo es para mí. Ya no. El tipo tiene una red de distribución y almacenamiento bien montada aquí, los aldeanos le temen y cuenta con suficiente músculo a sueldo para hacerse respetar sin siquiera mostrar su rostro —por la historia que contaba Akame, parecía que se estaba guardando algo—. Sin embargo, no es tan listo como él se cree... Porque, Reika-san, ya sé quién es —confirmó el jōnin con tono lúgubre, sin duda había oído algo que le inquietaba—. El Trucho Torcido es...
Karamaru despertaría para notar el suave tacto de unas sábanas envolviendo su cuerpo. Sus ojos poco a poco irían acostumbrándose a la luz de la habitación, que era bastante escasa pero aun así le molestaba tras apenas despertar. Se encontraba tumbado sobre una cama austera, doble, en una habitación que parecía propia de un matrimonio. Había una pequeña mesa de escritorio con una silla y un armario ropero, pero aparte de eso la decoración era sumamente escasa.
—¡Shinobi-kun! Por fin has despertado.
Una voz conocida y amigable le saludaría desde la puerta. Allí se encontraba Yemi Sin Yemas, el cocinero del puesto de pescado rebozado en el que habían comenzado las pesquisas de los ninjas. No llevaba su clásica indumentaria de cocinero, sino un kimono simple de color verde oliva y un sencillo obi rojo oscuro en la cintura.
—Tu compañero... Bueno, tus compañeros, más bien... Te trajeron aquí. ¡Estabas completamente ido! Dijeron que habías comido algo en mal estado, pero desde luego que parecía más bien una intoxicación, y de las gordas.
Yemi Sin Yemas se acercó al lecho donde reposaba el joven shinobi.
—Por suerte tenía a mano uno de los remedios caseros de mi abuela. Me dejó un libro entero de recetas naturales que funcionan como mano de Ame no Kami para sanar cualquier dolencia y poner el cuerpo a tono. Pero dime, shinobi-san, ¿qué ha ocurrido?
Akame se cruzó de brazos.
—... Yemi Sin Yemas.
Akame, desesperado, tomó a la matona de un brazo y trató de arrastrarla hacia el zulo. Pesaba demasiado —debido a su corpulenta complexión—, tanto que el ninja fue incapaz de moverla más de un par de metros. Entonces se volvió hacia Reika, pidiendo ayuda.
—Échame una mano —pidió—. Vamos a llevarla a un lugar más... Privado. Ahí seguro que se le suelta la lengua.
Mientras la víctima gruñía, todavía con la boca llena de sangre, y se revolvía inútilmente, Akame trataría de arrastrarla hasta la trampilla que daba acceso a las escaleras. Una vez allí —con ayuda de Reika— la tiraría sin miramientos por el hueco de las escaleras. «Espero que no se rompa el cuello...» La otra aulló de dolor por la caída, pero sus propios lamentos confirmaron que seguía viva. Entonces Akame, todavía con el sangriento Dōjutsu del clan Uchiha brillando en sus ojos, descendió por la escalerilla metálica y cerró la portezuela tras de él.
—Espérame fuera, Reika-san...
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Al cabo de una larguísima media hora, Akame salió del zulo. No parecía que tuviera las manos manchadas de sangre, aunque sí que se podía notar el cansancio en su mirada, donde el Sharingan no había dejado de brillar. Tras de sí cerró la trampilla que llevaba al zulo y luego se volteó hacia Reika.
—Ha dicho todo lo que sabía... Nadie por aquí conoce la identidad del Trucho, pero por suerte esta tipeja es una de sus matonas a sueldo. Suelen reunirse con él mensualmente para cobrar, aunque este hampón va con el rostro tapado; como te digo, su verdadera identidad es un misterio para todos en Colapescado, incluso para sus empleadas. Sin embargo... No lo es para mí. Ya no. El tipo tiene una red de distribución y almacenamiento bien montada aquí, los aldeanos le temen y cuenta con suficiente músculo a sueldo para hacerse respetar sin siquiera mostrar su rostro —por la historia que contaba Akame, parecía que se estaba guardando algo—. Sin embargo, no es tan listo como él se cree... Porque, Reika-san, ya sé quién es —confirmó el jōnin con tono lúgubre, sin duda había oído algo que le inquietaba—. El Trucho Torcido es...
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Karamaru despertaría para notar el suave tacto de unas sábanas envolviendo su cuerpo. Sus ojos poco a poco irían acostumbrándose a la luz de la habitación, que era bastante escasa pero aun así le molestaba tras apenas despertar. Se encontraba tumbado sobre una cama austera, doble, en una habitación que parecía propia de un matrimonio. Había una pequeña mesa de escritorio con una silla y un armario ropero, pero aparte de eso la decoración era sumamente escasa.
—¡Shinobi-kun! Por fin has despertado.
Una voz conocida y amigable le saludaría desde la puerta. Allí se encontraba Yemi Sin Yemas, el cocinero del puesto de pescado rebozado en el que habían comenzado las pesquisas de los ninjas. No llevaba su clásica indumentaria de cocinero, sino un kimono simple de color verde oliva y un sencillo obi rojo oscuro en la cintura.
—Tu compañero... Bueno, tus compañeros, más bien... Te trajeron aquí. ¡Estabas completamente ido! Dijeron que habías comido algo en mal estado, pero desde luego que parecía más bien una intoxicación, y de las gordas.
Yemi Sin Yemas se acercó al lecho donde reposaba el joven shinobi.
—Por suerte tenía a mano uno de los remedios caseros de mi abuela. Me dejó un libro entero de recetas naturales que funcionan como mano de Ame no Kami para sanar cualquier dolencia y poner el cuerpo a tono. Pero dime, shinobi-san, ¿qué ha ocurrido?
—
Akame se cruzó de brazos.
—... Yemi Sin Yemas.