22/11/2018, 20:50
Daruu aterrizó, y cuando estuvo a punto de levantar el brazo para alcanzar con la mano la túnica de Ayame, un preocupado Zetsuo pasó a toda velocidad, chocando contra su hombro y casi derribándolo al suelo. Una vez más, no podía culparlo. Daruu se le quedó mirando, triste, negándose a sí mismo la terrible verdad que Zetsuo estaba a punto de señalar.
«Un Kajitsu... sí. O un uzujin. Un Uchiha. Uno de esos demonios», sentenció, totalmente errado, Amedama Daruu. La verdad es que le habían dado razones. Desde hacía mucho tiempo, no hacían más que darle razones.
—Sé que es difícil, pero deberíamos mantener la calma.
—Más que difícil, imposible. ¿Pero acaso tenemos alguna alternativa? —dijo Daruu apretando los puños—. Vamos, tenemos que seguir buscando. —Se dio la vuelta, hacia su pájaro, pero Kiroe le detuvo poniéndole una mano en el hombro.
—Espera un momento. Deberíamos seguir por tierra. No me mires así, espera un segundo, ¿quieres? —La mujer se llevó una mano a la boca, se mordió la yema del dedo pulgar, que comenzó a sangrar. Se agachó y regó la hierba de carmesí, y formuló una serie de sellos—. ¡Kuchiyose no Jutsu!
Una gran nube de humo envolvió al grupo de ninjas. El sonido apagado de un jadeo delató a un perro marrón y a un perro negro que ya les eran familiares.
De otro momento similar a aquél.
—¡Jopé! ¿¡Otra vez!? ¡¿Pero cuándo voy a poder ver a Jōri?
—¡Inurun! No es el momento. No lo es. Os he invocado porque vosotros dos sois los que mejor olfato tenéis.
—Hola, Daruu-kun. Zetsuo-san. Kori-san. —Saludó Kuro-chan, el enorme san bernardo negro de Kiroe.
—Escuchad, Ayame ha desaparecido. Creemos que la han atacado y se la han llevado. Sólo tenemos esa túnica como pista. ¿Creéis que podéis seguir el rastro? —inquirió Kiroe, señalando el trozo de tela. Los dos perros se acercaron a Zetsuo con curiosidad y olisquearon la tela.
—Es nuestra especialidad. Entiendo que hay prisa, ¿cierto? No sé si vamos a poder ir igual de rápido con dos personas en el lomo cada uno, como la última vez. Yo soy más corpulento, pero Inurun no podrá con dos.
—¡Oye!
—No será necesario —intervino Daruu, y deshizo su pájaro de caramelo. Formuló una serie de sellos, y el mismo caramelo que lo había formado tomó el aspecto de un caballo de montura—. Yo iré en esto.
Kiroe se acercó al caballo, interesada.
—¡Guau! ¿Desde cuando sabes hacer eso?
Daruu se encogió de hombros, atreviéndose a esbozar una sonrisa tímida.
—Como sea, vámonos ya. Cualquier diferencia de tiempo es clave. —El muchacho montó en el caballo—. Kuro-chan. Inurun. Os sigo.
—Está bien. ¡Vamos, dos en mi sillín y uno encima de Inurun!
«Un Kajitsu... sí. O un uzujin. Un Uchiha. Uno de esos demonios», sentenció, totalmente errado, Amedama Daruu. La verdad es que le habían dado razones. Desde hacía mucho tiempo, no hacían más que darle razones.
—Sé que es difícil, pero deberíamos mantener la calma.
—Más que difícil, imposible. ¿Pero acaso tenemos alguna alternativa? —dijo Daruu apretando los puños—. Vamos, tenemos que seguir buscando. —Se dio la vuelta, hacia su pájaro, pero Kiroe le detuvo poniéndole una mano en el hombro.
—Espera un momento. Deberíamos seguir por tierra. No me mires así, espera un segundo, ¿quieres? —La mujer se llevó una mano a la boca, se mordió la yema del dedo pulgar, que comenzó a sangrar. Se agachó y regó la hierba de carmesí, y formuló una serie de sellos—. ¡Kuchiyose no Jutsu!
Una gran nube de humo envolvió al grupo de ninjas. El sonido apagado de un jadeo delató a un perro marrón y a un perro negro que ya les eran familiares.
De otro momento similar a aquél.
—¡Jopé! ¿¡Otra vez!? ¡¿Pero cuándo voy a poder ver a Jōri?
—¡Inurun! No es el momento. No lo es. Os he invocado porque vosotros dos sois los que mejor olfato tenéis.
—Hola, Daruu-kun. Zetsuo-san. Kori-san. —Saludó Kuro-chan, el enorme san bernardo negro de Kiroe.
—Escuchad, Ayame ha desaparecido. Creemos que la han atacado y se la han llevado. Sólo tenemos esa túnica como pista. ¿Creéis que podéis seguir el rastro? —inquirió Kiroe, señalando el trozo de tela. Los dos perros se acercaron a Zetsuo con curiosidad y olisquearon la tela.
—Es nuestra especialidad. Entiendo que hay prisa, ¿cierto? No sé si vamos a poder ir igual de rápido con dos personas en el lomo cada uno, como la última vez. Yo soy más corpulento, pero Inurun no podrá con dos.
—¡Oye!
—No será necesario —intervino Daruu, y deshizo su pájaro de caramelo. Formuló una serie de sellos, y el mismo caramelo que lo había formado tomó el aspecto de un caballo de montura—. Yo iré en esto.
Kiroe se acercó al caballo, interesada.
—¡Guau! ¿Desde cuando sabes hacer eso?
Daruu se encogió de hombros, atreviéndose a esbozar una sonrisa tímida.
—Como sea, vámonos ya. Cualquier diferencia de tiempo es clave. —El muchacho montó en el caballo—. Kuro-chan. Inurun. Os sigo.
—Está bien. ¡Vamos, dos en mi sillín y uno encima de Inurun!