24/11/2018, 21:22
El grupo continuó la travesía. Sin embargo, no le pasó a nadie desapercibido que, pese a la afirmación de los canes de que el rastro de Ayame les conducía hacia el norte, poco a poco iban virando más y más hacia el norte.
—¿Dónde cojones se supone que vamos? —gruñó Zetsuo.
—Hace mucho viento, eso es tanto bueno como malo... —se quejó Kuro-chan. Y era evidente que, en aquellos momentos, era más malo que bueno.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Daruu.
—El rastro venía del norte, no del este —respondió Inurun—. Pero el viento movió el rastro y nos confundió. De todas formas estamos muy lejos aún, se ha perdido bastante, así que...
—Pues vamos apañados —resopló el médico.
—Por favor... por favor, encontradla. Confío en vosotros —suplicó Daruu.
Y así continuaron el viaje hacia el noreste, a lomos de dos perros y un falso caballo de caramelo. Pasaron cerca del Valle del Fin cuando comenzaba a atardecer, y se encontraban en la frontera entre el País del Remolino y el del Bosque, cerca del puente Kannabi, para cuando el sol ya se había puesto. Ahora era el turno de la noche, que desplegaba su manto sobre el bosque que les rodeaba. El hambre y el cansancio acuciaban, y aunque todos trataban de ignorarlo en pos de no frenar la búsqueda, pero...
—Percibo el olor de chineneas de leña algo más al sur... ¿deberíamos descansar hasta mañana?
Zetsuo apretó las mandíbulas, frustrado e impotente.
—Padre, todos necesitamos descansar. Incluso los perros —habló Kōri—. Además en mitad de la noche...
—¡Lo sé, lo sé! —gruñó, resignado—. Vayamos allí, a ver si podemos encontrar algún sitio donde pasar la noche. Pero recordad que estamos en el País del Remolino, será mejor que ninguna de esas jodidas ratas nos identifique como ninjas de Amegakure.
Parecía que se le había pegado el cariñoso apodo de Daruu.
—¿Dónde cojones se supone que vamos? —gruñó Zetsuo.
—Hace mucho viento, eso es tanto bueno como malo... —se quejó Kuro-chan. Y era evidente que, en aquellos momentos, era más malo que bueno.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Daruu.
—El rastro venía del norte, no del este —respondió Inurun—. Pero el viento movió el rastro y nos confundió. De todas formas estamos muy lejos aún, se ha perdido bastante, así que...
—Pues vamos apañados —resopló el médico.
—Por favor... por favor, encontradla. Confío en vosotros —suplicó Daruu.
Y así continuaron el viaje hacia el noreste, a lomos de dos perros y un falso caballo de caramelo. Pasaron cerca del Valle del Fin cuando comenzaba a atardecer, y se encontraban en la frontera entre el País del Remolino y el del Bosque, cerca del puente Kannabi, para cuando el sol ya se había puesto. Ahora era el turno de la noche, que desplegaba su manto sobre el bosque que les rodeaba. El hambre y el cansancio acuciaban, y aunque todos trataban de ignorarlo en pos de no frenar la búsqueda, pero...
—Percibo el olor de chineneas de leña algo más al sur... ¿deberíamos descansar hasta mañana?
Zetsuo apretó las mandíbulas, frustrado e impotente.
—Padre, todos necesitamos descansar. Incluso los perros —habló Kōri—. Además en mitad de la noche...
—¡Lo sé, lo sé! —gruñó, resignado—. Vayamos allí, a ver si podemos encontrar algún sitio donde pasar la noche. Pero recordad que estamos en el País del Remolino, será mejor que ninguna de esas jodidas ratas nos identifique como ninjas de Amegakure.
Parecía que se le había pegado el cariñoso apodo de Daruu.