25/11/2018, 00:56
(Última modificación: 25/11/2018, 00:57 por Amedama Daruu.)
—Es muy poco probable que haya algún shinobi de Uzushiogakure pulule por una aldea en mitad del Bosque de la Hoja, a no ser que esté de paso —dijo Kiroe—. Por si acaso, no obstante, será mejor que guardemos las bandanas y las placas de rango a buen reguardo.
Por eso, Daruu no tenía problema. Se había asegurado, en su última revisión de su indumentaria de trabajo, de llevar la placa en el cinturón. De esa manera, la capa de viaje que vestía fuera del país tapaba la bandana y la medalla de chuunin por completo.
»Kuro-chan, Inurun. Dejadnos a una distancia prudencial de donde viene el rastro, lo suficiente como para que podamos orientarnos hacia él. Si nos ven entrando montando en perros gigantes y en un caballo de caramelo, será peor que si nos ven las placas.
—También debemos pensar una coartada. Lo mejor que se me ocurre es, si preguntan, decir que somos viajeros. Pero, ¿hacia dónde? ¿Por qué?
—Seríamos... ¡una familia! —dijo Kiroe. Daruu miró de reojo a Zetsuo, y se recordó la suerte que tenía al no ser familiar suyo. Aunque mucho se temía que prácticamente lo era—. Nos vamos a visitar la Aldea del Té. Desde Yachi. Es una media mentira. La dirección concuerda, así que...
—Bien.
Los perros les condujeron hasta un claro del bosque. El humo de las chimeneas podía verse desde allí, también sentirse el olor de la leña quemada. A Daruu aquellos sentidos le transmitían calor y un buen plato de comida. Su estómago rugió con impaciencia, y se sintió culpable, pues otras prioridades reclamaban más su atención en aquél momento. Sin embargo, nadie puede aguantar mucho tiempo en ayunas. Ni siquiera el viejo Zetsuo, el Hierro.
—Bien, Kuro-chan, Inurun. Descansad... Mañana volveremos a necesitaros. ¿Podréis ayudarnos? —dijo Kiroe, mientras bajaba del lomo de Kuro-chan.
—¡Por supuesto! Si es por Ayame.
—¡Cuenta con nosotros!
Daruu bajó de su caballo e hizo que se desmoronara en un charco de un líquido viscoso y morado. Se adelantó y echó a caminar hacia el pueblo.
—Hasta mañana, chicos. ¡Vamos! Estoy deseando echarme a dormir. Y cuanto antes cenemos y durmamos, antes podremos levantarnos y proseguir con la búsqueda.
Kiroe asintió.
—¡Hasta mañana, chicos!
Los canes se sentaron en el suelo y desaparecieron en sendos estallidos de humo blanco. Kiroe acompañó al grupo.
"El pueblo" resultaron ser dos casas y una posada. «Suficiente», pensó Daruu, al tiempo que alcanzaba el pomo de la entrada. Se trataba de un lugar amplio y acogedor. Para el gozo de su suerte, estaba abarrotado: era más fácil pasar desapercibido. Nada llama más la atención que un grupo de encapuchados entrando a una posada con un señor bigotudo detrás de la barra y dos extraños en la penumbra de las sillas del fondo.
Allí había ruido, y a raudales. A Daruu le gustaban los sitios silenciosos, pero en aquella ocasión poco importaba. Al parecer, la posada era un establecimiento para viajeros, y el único en kilómetros a la redonda. Ya lo había parecido, a juzgar por los caballos atados en el exterior.
Cuando se acercaron al mostrador, les atendió un... señor bigotudo, sí. Daruu esperó que no hubiera un grupo de perversos extraños en la penumbra de las sillas del fondo.
—Bienvenidos al Patito del Bosque. ¿Qué va a ser?
Por eso, Daruu no tenía problema. Se había asegurado, en su última revisión de su indumentaria de trabajo, de llevar la placa en el cinturón. De esa manera, la capa de viaje que vestía fuera del país tapaba la bandana y la medalla de chuunin por completo.
»Kuro-chan, Inurun. Dejadnos a una distancia prudencial de donde viene el rastro, lo suficiente como para que podamos orientarnos hacia él. Si nos ven entrando montando en perros gigantes y en un caballo de caramelo, será peor que si nos ven las placas.
—También debemos pensar una coartada. Lo mejor que se me ocurre es, si preguntan, decir que somos viajeros. Pero, ¿hacia dónde? ¿Por qué?
—Seríamos... ¡una familia! —dijo Kiroe. Daruu miró de reojo a Zetsuo, y se recordó la suerte que tenía al no ser familiar suyo. Aunque mucho se temía que prácticamente lo era—. Nos vamos a visitar la Aldea del Té. Desde Yachi. Es una media mentira. La dirección concuerda, así que...
—Bien.
Los perros les condujeron hasta un claro del bosque. El humo de las chimeneas podía verse desde allí, también sentirse el olor de la leña quemada. A Daruu aquellos sentidos le transmitían calor y un buen plato de comida. Su estómago rugió con impaciencia, y se sintió culpable, pues otras prioridades reclamaban más su atención en aquél momento. Sin embargo, nadie puede aguantar mucho tiempo en ayunas. Ni siquiera el viejo Zetsuo, el Hierro.
—Bien, Kuro-chan, Inurun. Descansad... Mañana volveremos a necesitaros. ¿Podréis ayudarnos? —dijo Kiroe, mientras bajaba del lomo de Kuro-chan.
—¡Por supuesto! Si es por Ayame.
—¡Cuenta con nosotros!
Daruu bajó de su caballo e hizo que se desmoronara en un charco de un líquido viscoso y morado. Se adelantó y echó a caminar hacia el pueblo.
—Hasta mañana, chicos. ¡Vamos! Estoy deseando echarme a dormir. Y cuanto antes cenemos y durmamos, antes podremos levantarnos y proseguir con la búsqueda.
Kiroe asintió.
—¡Hasta mañana, chicos!
Los canes se sentaron en el suelo y desaparecieron en sendos estallidos de humo blanco. Kiroe acompañó al grupo.
"El pueblo" resultaron ser dos casas y una posada. «Suficiente», pensó Daruu, al tiempo que alcanzaba el pomo de la entrada. Se trataba de un lugar amplio y acogedor. Para el gozo de su suerte, estaba abarrotado: era más fácil pasar desapercibido. Nada llama más la atención que un grupo de encapuchados entrando a una posada con un señor bigotudo detrás de la barra y dos extraños en la penumbra de las sillas del fondo.
Allí había ruido, y a raudales. A Daruu le gustaban los sitios silenciosos, pero en aquella ocasión poco importaba. Al parecer, la posada era un establecimiento para viajeros, y el único en kilómetros a la redonda. Ya lo había parecido, a juzgar por los caballos atados en el exterior.
Cuando se acercaron al mostrador, les atendió un... señor bigotudo, sí. Daruu esperó que no hubiera un grupo de perversos extraños en la penumbra de las sillas del fondo.
—Bienvenidos al Patito del Bosque. ¿Qué va a ser?