25/11/2018, 01:20
—Es muy poco probable que haya algún shinobi de Uzushiogakure pulule por una aldea en mitad del Bosque de la Hoja, a no ser que esté de paso —dijo Kiroe—. Por si acaso, no obstante, será mejor que guardemos las bandanas y las placas de rango a buen reguardo.
Zetsuo asintió para sí. A él no le resultaba tan raro que pudiese haber, como mínimo, algún shinobi de Uzushiogakure pululando por los Bosques de la Hoja. Después de todo, y aunque Uzushiogakure se encontraba muy al sur, seguían estando dentro de su país. No podían bajar la guardia. Por eso, y en cuando detuvieran aquel ajetreado trote, tanto Zetsuo como Kōri se encargarían de esconder sus bandanas. El segundo lo tenía algo más difícil, pues tenía la placa anclada a la bufanda que rodeaba su cuello, así que tendría que guardarla en la mochila que llevaba sobre los hombros.
Y entonces pasaron a hablar de excusas y coartadas.
—También debemos pensar una coartada —dijo Daruu—. Lo mejor que se me ocurre es, si preguntan, decir que somos viajeros. Pero, ¿hacia dónde? ¿Por qué?
—Seríamos... ¡una familia! —dijo Kiroe—. Nos vamos a visitar la Aldea del Té. Desde Yachi. Es una media mentira. La dirección concuerda, así que...
—¡No pienso hacerme pasar por tu marido, pastelera! —gruñó Zetsuo, airado.
Pero lo dejaron estar sin demasiadas protestas. Los canes los llevaron hasta un claro en el bosque. Desde allí, alzándose sobre las copas de los árboles hacia el cielo nocturno, podían ver a la perfección las columnas de humo. Tres, para ser exactos. Después de despedirse de los fieles animales y de que Daruu deshiciera su peculiar montura, echaron a andar hacia la pequeña villa, que resultó tratarse de nada más que dos casas y una posada con varios caballos atados en una cuadra: "El Patito del Bosque", rezaba el letrero de entrada. El murmullo constante que se oía a través de la puerta ya les indicó lo que se iban a encontrar dentro: Gente. Mucha gente. Aunque, para alivio de todos, resultó ser un lugar amplio y acogedor.
«Esperemos que haya sitio para nosotros.» Pensó Zetsuo, torciendo ligeramente el gesto. Si tenían la mala suerte de que no quedaran camas en aquel lugar, se verían obligados a acampar bajo el frío del invierno a la interperie, pues no parecía haber otro establecimiento similar en varios kilómetros a la redonda. Algo que ninguno de ellos, a excepción quizás de Kōri que era probable que le diese igual, desearía.
Se acercaron al mostrador, y les atendió un señor con un respetable bigote.
—Bienvenidos al Patito del Bosque. ¿Qué va a ser?
—Buenas noches, señor —se adelantó Zetsuo, antes de que nadie más pudiera hablar—. Necesitamos dos habitaciones dobles para pasar la noche y algo de comida que llevarnos al estómago, si es tan amable.
«Ni de coña voy a compartir habitación con la pastelera loca. ¡Lo que me faltaba ya!»
No habló ni de lo hambrientos y cansados que estaban, no de lo largo del viaje que llevaban tras sus pasos. Aotsuki Zetsuo prefería dar la información justa y necesaria, sin adornos ni rodeos que pudieran utilizar en su contra.
Zetsuo asintió para sí. A él no le resultaba tan raro que pudiese haber, como mínimo, algún shinobi de Uzushiogakure pululando por los Bosques de la Hoja. Después de todo, y aunque Uzushiogakure se encontraba muy al sur, seguían estando dentro de su país. No podían bajar la guardia. Por eso, y en cuando detuvieran aquel ajetreado trote, tanto Zetsuo como Kōri se encargarían de esconder sus bandanas. El segundo lo tenía algo más difícil, pues tenía la placa anclada a la bufanda que rodeaba su cuello, así que tendría que guardarla en la mochila que llevaba sobre los hombros.
Y entonces pasaron a hablar de excusas y coartadas.
—También debemos pensar una coartada —dijo Daruu—. Lo mejor que se me ocurre es, si preguntan, decir que somos viajeros. Pero, ¿hacia dónde? ¿Por qué?
—Seríamos... ¡una familia! —dijo Kiroe—. Nos vamos a visitar la Aldea del Té. Desde Yachi. Es una media mentira. La dirección concuerda, así que...
—¡No pienso hacerme pasar por tu marido, pastelera! —gruñó Zetsuo, airado.
Pero lo dejaron estar sin demasiadas protestas. Los canes los llevaron hasta un claro en el bosque. Desde allí, alzándose sobre las copas de los árboles hacia el cielo nocturno, podían ver a la perfección las columnas de humo. Tres, para ser exactos. Después de despedirse de los fieles animales y de que Daruu deshiciera su peculiar montura, echaron a andar hacia la pequeña villa, que resultó tratarse de nada más que dos casas y una posada con varios caballos atados en una cuadra: "El Patito del Bosque", rezaba el letrero de entrada. El murmullo constante que se oía a través de la puerta ya les indicó lo que se iban a encontrar dentro: Gente. Mucha gente. Aunque, para alivio de todos, resultó ser un lugar amplio y acogedor.
«Esperemos que haya sitio para nosotros.» Pensó Zetsuo, torciendo ligeramente el gesto. Si tenían la mala suerte de que no quedaran camas en aquel lugar, se verían obligados a acampar bajo el frío del invierno a la interperie, pues no parecía haber otro establecimiento similar en varios kilómetros a la redonda. Algo que ninguno de ellos, a excepción quizás de Kōri que era probable que le diese igual, desearía.
Se acercaron al mostrador, y les atendió un señor con un respetable bigote.
—Bienvenidos al Patito del Bosque. ¿Qué va a ser?
—Buenas noches, señor —se adelantó Zetsuo, antes de que nadie más pudiera hablar—. Necesitamos dos habitaciones dobles para pasar la noche y algo de comida que llevarnos al estómago, si es tan amable.
«Ni de coña voy a compartir habitación con la pastelera loca. ¡Lo que me faltaba ya!»
No habló ni de lo hambrientos y cansados que estaban, no de lo largo del viaje que llevaban tras sus pasos. Aotsuki Zetsuo prefería dar la información justa y necesaria, sin adornos ni rodeos que pudieran utilizar en su contra.