25/11/2018, 16:28
Shaneji quitó de la parrilla un muslo y le hincó el diente. Kaido, quien todavía no había probado bocado, ejerció de fuelle, avivando el fuego que era Shaneji. Preguntó, directo, si esa era la meta final de Dragón Rojo.
—¡Juuujujujuju! —rio de forma aguda, mientras se relamía los labios—. ¿Acaso…?
El sonido de los cascos de caballos al galope llegó hasta sus oídos. Se quedó con la palabra en la boca, y levantó la cabeza. En la lejanía, un carro tirado por dos corceles se acercaba a gran velocidad. No fue hasta que quedaron a pocos metros que empezaron a bajar el ritmo, yendo claramente en su dirección.
Shaneji desvió la mirada hacia su Tetsubō, que reposaba en el suelo junto a su mochila, y luego de nuevo a los corceles. Eran negros, se les veía espuma blanca en la boca y sudaban a raudales. Le llamó la atención uno de ellos, que no paraba de cabecear mientras su jinete tiraba de las riendas.
Luego sus ojos se posaron en el carro, cubierto por una lona que ocultaba su mercancía. Finalmente, en los dos hombres que estaban sentados en el asiento del carro. Uno tenía el pelo naranja, con dos mechones que le caían por delante de las orejas y peinado hacia atrás, tan largo que le llegaba hasta la parte alta de la espalda. Tenía un collar con un diente de… ¿tigre?, y estaba arrebujado en un abrigo de piel de oso.
Su compañero, más joven —rondaría los veinticinco—, tenía la cabeza rapada e iba igual de abrigado. Se le veía una daga en la cintura, llevaba guantes y la típica barba de tres días.
—¿Queda sitio para un par de viajeros hambrientos y helados? —preguntó el mayor, de unos cuarenta años, con una sonrisa lobuna dibujada en el rostro.
—¡Juuujujujuju! —rio de forma aguda, mientras se relamía los labios—. ¿Acaso…?
El sonido de los cascos de caballos al galope llegó hasta sus oídos. Se quedó con la palabra en la boca, y levantó la cabeza. En la lejanía, un carro tirado por dos corceles se acercaba a gran velocidad. No fue hasta que quedaron a pocos metros que empezaron a bajar el ritmo, yendo claramente en su dirección.
Shaneji desvió la mirada hacia su Tetsubō, que reposaba en el suelo junto a su mochila, y luego de nuevo a los corceles. Eran negros, se les veía espuma blanca en la boca y sudaban a raudales. Le llamó la atención uno de ellos, que no paraba de cabecear mientras su jinete tiraba de las riendas.
Luego sus ojos se posaron en el carro, cubierto por una lona que ocultaba su mercancía. Finalmente, en los dos hombres que estaban sentados en el asiento del carro. Uno tenía el pelo naranja, con dos mechones que le caían por delante de las orejas y peinado hacia atrás, tan largo que le llegaba hasta la parte alta de la espalda. Tenía un collar con un diente de… ¿tigre?, y estaba arrebujado en un abrigo de piel de oso.
Su compañero, más joven —rondaría los veinticinco—, tenía la cabeza rapada e iba igual de abrigado. Se le veía una daga en la cintura, llevaba guantes y la típica barba de tres días.
—¿Queda sitio para un par de viajeros hambrientos y helados? —preguntó el mayor, de unos cuarenta años, con una sonrisa lobuna dibujada en el rostro.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado