26/11/2018, 03:43
Shaneji llegó hasta la orilla y se agachó, tocando el agua con una mano.
—Hmm… Diría que la temperatura le gustará —Y era buena zona, joder. Tenía que gustarle. Y sino, bien podía prepararse para las consecuencias—. Acércate, Kaido, esto te gustará.
Shaneji se adentró en el mar, haciendo uso del chakra para caminar sobre el agua y saltando sobre las olas. Cuando ya habían avanzado al menos cincuenta metros, realizó una tanda de sellos y mordió un dedo. Estampó la mano contra la superficie del mar. El agua se impregnó de su sangre, y los Dioses sabían qué ocurría en aquellos casos.
Que los tiburones la olían.
¡Plufff!
El agua que había bajo sus pies empezó a vibrar. Una gran sombra gris se movió alrededor de ellos, en círculo. Dos aletas surgieron entonces, cortando el agua, cerrando el círculo más y más. Y, entonces, como si se tratase de un volcán en erupción, surgió.
Lo primero que distinguió Kaido fueron sus dientes. ¿Creía que su propia dentadura y la de Yui era especial? Aquel cabrón tenía tres jodidas hileras en cada mandíbula. Dientes estrechos, largos y puntiagudos. Jodidas puntas de lanza, que apresaban, pero no soltaban. Que arrancaban, pero no masticaban. Simplemente estaban hechas para tragar, tragar y tragar. Sin contemplaciones.
Lo siguiente, sus ojos, pequeños y tras un morro alargado y puntiagudo. Grises y negros. También las hendiduras branquiales, parecidas a las suyas, pero cinco a cada lado y en grande. Todo en él era en grande.
Porque sí, Kaido estaba ante un verdadero tiburón. No un mote, no un apodo más o menos fiel a la persona, sino ante un auténtico depredador que alcanzaba los tres metros y los 160 kilos de peso.
—¡Nada mal, Shaneji! ¡Voy a divertirme por estas aguas! —rio, y su aliento olía a muerte.
—¡Sabía que te gustaría! —exclamó, sin poder evitar sentirse aliviado—. Oye, ¡quiero presentarte a alguien! ¡Vamos, Kaido! ¡Acércate y preséntate!
—Hmm… Diría que la temperatura le gustará —Y era buena zona, joder. Tenía que gustarle. Y sino, bien podía prepararse para las consecuencias—. Acércate, Kaido, esto te gustará.
Shaneji se adentró en el mar, haciendo uso del chakra para caminar sobre el agua y saltando sobre las olas. Cuando ya habían avanzado al menos cincuenta metros, realizó una tanda de sellos y mordió un dedo. Estampó la mano contra la superficie del mar. El agua se impregnó de su sangre, y los Dioses sabían qué ocurría en aquellos casos.
Que los tiburones la olían.
¡Plufff!
El agua que había bajo sus pies empezó a vibrar. Una gran sombra gris se movió alrededor de ellos, en círculo. Dos aletas surgieron entonces, cortando el agua, cerrando el círculo más y más. Y, entonces, como si se tratase de un volcán en erupción, surgió.
Lo primero que distinguió Kaido fueron sus dientes. ¿Creía que su propia dentadura y la de Yui era especial? Aquel cabrón tenía tres jodidas hileras en cada mandíbula. Dientes estrechos, largos y puntiagudos. Jodidas puntas de lanza, que apresaban, pero no soltaban. Que arrancaban, pero no masticaban. Simplemente estaban hechas para tragar, tragar y tragar. Sin contemplaciones.
Lo siguiente, sus ojos, pequeños y tras un morro alargado y puntiagudo. Grises y negros. También las hendiduras branquiales, parecidas a las suyas, pero cinco a cada lado y en grande. Todo en él era en grande.
Porque sí, Kaido estaba ante un verdadero tiburón. No un mote, no un apodo más o menos fiel a la persona, sino ante un auténtico depredador que alcanzaba los tres metros y los 160 kilos de peso.
—¡Nada mal, Shaneji! ¡Voy a divertirme por estas aguas! —rio, y su aliento olía a muerte.
—¡Sabía que te gustaría! —exclamó, sin poder evitar sentirse aliviado—. Oye, ¡quiero presentarte a alguien! ¡Vamos, Kaido! ¡Acércate y preséntate!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado