26/11/2018, 23:28
—Tranquilo, Zetsuo —declaró Kiroe—. Creo que todos queremos salir cuanto antes.
«Estoy empezando a cansarme de ti, joder. Pareces un sargento y aquí nadie te ha dado el mando. ¡A mí también me interesa encontrar a Ayame, capullo! ¡Me levantaría antes que tú, payaso!», maldijo Daruu internamente, al tiempo que se alejaba para buscar una mesa libre... y para no ver más a Zetsuo.
Fuere como fuere, el grupo disfrutó de la cena de un modo instintivo, para dirigirse inmediatamente a las habitaciones. Era una posada de camino, de modo que no había ducha ni mayores lujos, sólo una cama doble en cada habitación.
Como sea, al menos había calefacción. Daruu y Kiroe se hundieron bajo el edredón y apenas intercambiaron un par de palabras banales. Nadie quería hablar de lo que estaba pasando.
Porque nadie quería creerse que era verdad.
El grupo se reunió incluso antes de salir el sol en la entrada de la posada. Todos tenían bolsas oscuras bajo los ojos y cara de pocos amigos, atributos normalmente propios de Aotsuki Zetsuo. Ahora compartían la amargura y el desasosiego los cuatro, que poco después ya estaban trotando a lomos de los dos perros y el caballo de caramelo.
Cruzando el Puente Kannabi.
—¿Estáis seguros de que es por aquí? —preguntó Daruu, que seguía con sus fantasmas en la cabeza. «¿No habrá podido ser Kusagakure, no? No, imposible.»
—Eso es, chico. Aunque el rastro sigue al este todavía, no se va más al norte —contestó Kuro-chan, como leyéndole el pensamiento—¿Estáis seguros de que... no se ha ido por voluntad propia?
Daruu miró a Zetsuo de reojo, preguntándose cómo reaccionaría.
—Lo dudo mucho —respondió Kiroe—. ¿Tan lejos?
«Estoy empezando a cansarme de ti, joder. Pareces un sargento y aquí nadie te ha dado el mando. ¡A mí también me interesa encontrar a Ayame, capullo! ¡Me levantaría antes que tú, payaso!», maldijo Daruu internamente, al tiempo que se alejaba para buscar una mesa libre... y para no ver más a Zetsuo.
Fuere como fuere, el grupo disfrutó de la cena de un modo instintivo, para dirigirse inmediatamente a las habitaciones. Era una posada de camino, de modo que no había ducha ni mayores lujos, sólo una cama doble en cada habitación.
Como sea, al menos había calefacción. Daruu y Kiroe se hundieron bajo el edredón y apenas intercambiaron un par de palabras banales. Nadie quería hablar de lo que estaba pasando.
Porque nadie quería creerse que era verdad.
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El grupo se reunió incluso antes de salir el sol en la entrada de la posada. Todos tenían bolsas oscuras bajo los ojos y cara de pocos amigos, atributos normalmente propios de Aotsuki Zetsuo. Ahora compartían la amargura y el desasosiego los cuatro, que poco después ya estaban trotando a lomos de los dos perros y el caballo de caramelo.
Cruzando el Puente Kannabi.
—¿Estáis seguros de que es por aquí? —preguntó Daruu, que seguía con sus fantasmas en la cabeza. «¿No habrá podido ser Kusagakure, no? No, imposible.»
—Eso es, chico. Aunque el rastro sigue al este todavía, no se va más al norte —contestó Kuro-chan, como leyéndole el pensamiento—¿Estáis seguros de que... no se ha ido por voluntad propia?
Daruu miró a Zetsuo de reojo, preguntándose cómo reaccionaría.
—Lo dudo mucho —respondió Kiroe—. ¿Tan lejos?