27/11/2018, 02:09
El gyojin se acercó cauteloso, casi que por primera vez en su jodida vida, al mar. Caminó a la par de Shaneji por lo menos unos cincuenta metros hacia el fondo y se detuvo cuando el Cabeza de Dragón lo hizo. Entonces sucedió lo que realmente no se esperaba de su hermano de clan. Y es que éste movió su mano hasta su boca y la mordió. Como lo había hecho Katame, allá en Taikarune, o como Kori; el hermano de Ayame, durante el rescate de su hermana. Había tenido ya la suerte de presenciar en diversas ocasiones esa secuencia tan particular que ha de ejecutar un ninja a la hora de realizar una técnica de invocación. De alardear de sus pactos con alguna familia animal.
«¿Y qué será esta vez?» —se preguntó. Pero muy en el fondo, lo sabía. Sabía que...
Las aguas se ensombrecieron con su llamado. El mar tembló literalmente ante su presencia. Se trataba de un espécimen de tres metros de largo, con una aleta que bien le sacaba metro y medio al propio Kaido. Una mandíbula que resultaba incomparable con sus pequeños dientecillos de piraña. Ojos tullidos y pequeños. Branquias del tamaño de una zanja y que tragaban litros y litros de agua sin inmutarse. Un hedor a muerte que no era normal. Y una voz profunda que por un segundo detuvo su corazón.
—¡Nada mal, Shaneji! ¡Voy a divertirme por estas aguas!
Kaido estaba en presencia del verdadero Rey del Océano. Él, como tiburón, era sólo un Hijo. Un enclenque comparado con esa mole asesina de ciento sesenta kilos de pura carne.
El gyojin se acercó sin temor alguno, sino con desbordada admiración. Se detuvo frente al rey y no pudo hacer más que presentarse. ¿Qué otra cosa iba a hacer?
—Hozuki Kaido —y, poco después, tuvo una gran idea. ¿Acaso una bestia como aquella, que seguro llevaba mucho más que él rondando las aguas de Oonindo, conocería algo sobre...—. un Umi no Shisoku.
«¿Y qué será esta vez?» —se preguntó. Pero muy en el fondo, lo sabía. Sabía que...
Las aguas se ensombrecieron con su llamado. El mar tembló literalmente ante su presencia. Se trataba de un espécimen de tres metros de largo, con una aleta que bien le sacaba metro y medio al propio Kaido. Una mandíbula que resultaba incomparable con sus pequeños dientecillos de piraña. Ojos tullidos y pequeños. Branquias del tamaño de una zanja y que tragaban litros y litros de agua sin inmutarse. Un hedor a muerte que no era normal. Y una voz profunda que por un segundo detuvo su corazón.
—¡Nada mal, Shaneji! ¡Voy a divertirme por estas aguas!
Kaido estaba en presencia del verdadero Rey del Océano. Él, como tiburón, era sólo un Hijo. Un enclenque comparado con esa mole asesina de ciento sesenta kilos de pura carne.
El gyojin se acercó sin temor alguno, sino con desbordada admiración. Se detuvo frente al rey y no pudo hacer más que presentarse. ¿Qué otra cosa iba a hacer?
—Hozuki Kaido —y, poco después, tuvo una gran idea. ¿Acaso una bestia como aquella, que seguro llevaba mucho más que él rondando las aguas de Oonindo, conocería algo sobre...—. un Umi no Shisoku.