28/11/2018, 00:22
Pero la mirada de Daruu fue suficiente respuesta. Sus iris púrpura reflejaban la tristeza, la desesperación, la rabia más profunda. Incluso antes de que negara con la cabeza, Zetsuo ya sabía que no conocía la identidad del propietario de aquellos pelos. Sin embargo, el san bernardo negro se adelantó y su olfato dio con una respuesta que ninguno de los allí presentes esperaba:
—Estoy seguro de que los pelos son de Ayame —afirmó.
—¿Qué? —exclamó Kiroe, acercándose a ellos—. ¡Eso es imposible!
—¿Te está fallando de nuevo el sentido del olf...?
—Lo son —aseguró, tan convencido como quien afirma que llueve casi todos los días en Amegakure.
Y Zetsuo frunció el ceño, sumamente confundido y extrañado. A cada minuto que pasaba, aquella situación perdía el poco sentido que ya tenía. Por cada pista que encontraban, cada vez que creían que se estaban acercando a la respuesta de aquel misterio, cada vez que extendían los brazos para aferrarla aquella se escurría de entre sus dedos como una traviesa culebra. ¿El pelo blanco era de Ayame? ¿Pero cómo era eso posible? La única explicación era que su hija se lo hubiese decolorado, ¿pero por qué razón iba a hacer algo así? ¿Acaso desde el mismo principio les había mentido? ¿Les estaba engañando? ¿Acaso...?
—Un momento... —Fue la voz de Kiroe la que lo rescató de las garras de las sospechas que habían comenzado a instalarse en su férreo corazón—. Sé que es mucho suponer, pero... pero... ¿y si está bien todavía? ¿Y si los captores...? ¿Y si lo que han hecho es disfrazar a Ayame? Teñirla. Cambiarle la ropa. Ayame se volvió muy notoria en el País de los Remolinos desde lo que pasó durante el Examen. Si querían pasar desapercibidos...
—¡...sólo tenían que convertirla en alguien distinta! Pero eso sólo tendría sentido si no fuera Uzushio el que se la llevó. Porque a ellos no les importaría que les reconociesen. No puede ser...
—Sí que puede ser. Porque así no obtendríamos información si veníamos a hacer preguntas.
—Como sea, Inurun os lo ha dicho: el rastro continúa —les interrumpió Kuro-chan—. Y os diré más: es intenso. Más fresco que el que estábamos siguiendo hasta ahora. Podéis quedaros ahí teorizando sobre lo que le ha pasado o podemos continuar. Pronto se hará de noche, y tendremos que volver a parar. —El can se volvió hacia Zetsuo con una mirada de acero—. Vuelve a subir, "humano". Pero recuérda que te estoy ayudando con buena voluntad. A partir de ahora, evitarás volvernos a llamar "chuchos". ¡Vamos!
Zetsuo apretó las mandíbulas, pero no añadió nada más al respecto. Guardó la desvencijada ropa de Ayame en la mochila, no pensaba dejarla tirada en el bosque como si nada y además podría ser una fuente de rastro si en algún momento los perros le perdían la pista, y los dos Aotsuki subieron de nuevo a lomos de Kuro-chan.
Siguiendo la línea de costa de forma paralela, el grupo viajó hacia el sur. Y, mientras galopaban, Zetsuo se sumió en un taciturno silencio mientras seguía dándole vueltas a su oscura hipótesis. Por primera vez en su vida deseaba estar equivocado, deseaba que la pastelera tuviese razón y poder aferrarse a sus conjeturas como a una tabla salvavidas en mitad del océano. Pero las garras de la sospecha se habían adueñado de su corazón y lo constreñían dentro de su pecho con fuerza: Ayame había pasado largos meses encerrada dentro de los muros de Amegakure, siendo sometida a duros y exhaustivos entrenamientos que castigaron tanto su cuerpo su mente cada día. ¿Y si su hija había estado albergando el rencor dentro de ella, creciéndolo cada día hasta el momento adecuado? ¿Y si había aprovechado el momento en el que le habían levantado el castigo para escapar de aquella vida que sólo le había traído desgracias? ¿Y si...?
—Kuro-chan, el rastro de Ayame... no está acompañado de ningún otro olor, ¿verdad? —preguntó en voz baja, sombría.
—Padre, ¿qué estás...?
—Estoy seguro de que los pelos son de Ayame —afirmó.
—¿Qué? —exclamó Kiroe, acercándose a ellos—. ¡Eso es imposible!
—¿Te está fallando de nuevo el sentido del olf...?
—Lo son —aseguró, tan convencido como quien afirma que llueve casi todos los días en Amegakure.
Y Zetsuo frunció el ceño, sumamente confundido y extrañado. A cada minuto que pasaba, aquella situación perdía el poco sentido que ya tenía. Por cada pista que encontraban, cada vez que creían que se estaban acercando a la respuesta de aquel misterio, cada vez que extendían los brazos para aferrarla aquella se escurría de entre sus dedos como una traviesa culebra. ¿El pelo blanco era de Ayame? ¿Pero cómo era eso posible? La única explicación era que su hija se lo hubiese decolorado, ¿pero por qué razón iba a hacer algo así? ¿Acaso desde el mismo principio les había mentido? ¿Les estaba engañando? ¿Acaso...?
—Un momento... —Fue la voz de Kiroe la que lo rescató de las garras de las sospechas que habían comenzado a instalarse en su férreo corazón—. Sé que es mucho suponer, pero... pero... ¿y si está bien todavía? ¿Y si los captores...? ¿Y si lo que han hecho es disfrazar a Ayame? Teñirla. Cambiarle la ropa. Ayame se volvió muy notoria en el País de los Remolinos desde lo que pasó durante el Examen. Si querían pasar desapercibidos...
—¡...sólo tenían que convertirla en alguien distinta! Pero eso sólo tendría sentido si no fuera Uzushio el que se la llevó. Porque a ellos no les importaría que les reconociesen. No puede ser...
—Sí que puede ser. Porque así no obtendríamos información si veníamos a hacer preguntas.
—Como sea, Inurun os lo ha dicho: el rastro continúa —les interrumpió Kuro-chan—. Y os diré más: es intenso. Más fresco que el que estábamos siguiendo hasta ahora. Podéis quedaros ahí teorizando sobre lo que le ha pasado o podemos continuar. Pronto se hará de noche, y tendremos que volver a parar. —El can se volvió hacia Zetsuo con una mirada de acero—. Vuelve a subir, "humano". Pero recuérda que te estoy ayudando con buena voluntad. A partir de ahora, evitarás volvernos a llamar "chuchos". ¡Vamos!
Zetsuo apretó las mandíbulas, pero no añadió nada más al respecto. Guardó la desvencijada ropa de Ayame en la mochila, no pensaba dejarla tirada en el bosque como si nada y además podría ser una fuente de rastro si en algún momento los perros le perdían la pista, y los dos Aotsuki subieron de nuevo a lomos de Kuro-chan.
Siguiendo la línea de costa de forma paralela, el grupo viajó hacia el sur. Y, mientras galopaban, Zetsuo se sumió en un taciturno silencio mientras seguía dándole vueltas a su oscura hipótesis. Por primera vez en su vida deseaba estar equivocado, deseaba que la pastelera tuviese razón y poder aferrarse a sus conjeturas como a una tabla salvavidas en mitad del océano. Pero las garras de la sospecha se habían adueñado de su corazón y lo constreñían dentro de su pecho con fuerza: Ayame había pasado largos meses encerrada dentro de los muros de Amegakure, siendo sometida a duros y exhaustivos entrenamientos que castigaron tanto su cuerpo su mente cada día. ¿Y si su hija había estado albergando el rencor dentro de ella, creciéndolo cada día hasta el momento adecuado? ¿Y si había aprovechado el momento en el que le habían levantado el castigo para escapar de aquella vida que sólo le había traído desgracias? ¿Y si...?
—Kuro-chan, el rastro de Ayame... no está acompañado de ningún otro olor, ¿verdad? —preguntó en voz baja, sombría.
—Padre, ¿qué estás...?