1/12/2018, 01:29
Omoide.
¿Omoide?
Sí, claro. En algún recóndito de su mente, lo sabía. Sabía qué era.
Su mente viajó a una época antigua. Era casi de noche, y fuera de un almacén cualquiera, dos ninja batallaban a toda marcha. Ataques iban y venían a mansalvas, y uno de ellos, cuajó directo en un carromato sostenido con un caballo que cargaba cajas y cajas de mercancía. En ese entonces, el qué era un total misterio. Lo seguiría siendo muchos meses después también.
El pescado que hacía la de tapadera voló por los aires y con ellos, cientos de kilos de pasta. Una crema azul que lució poco compacta tras haberse reventado junto con otros tantos objetos. Esa fue la primera vez que la vio. Ese fue su primer contacto con la droga estrella de Dragón Rojo.
Mutsuku temblaba como liebre en celo dentro del fútil abrazo del tiburón. Tiritaba como danzarina, sujeta alrededor del brazo de Kaido que le sostenía como su presa. Un dedo azul le apuntalaba el cogote, con la amenaza de disparar una mortífera bala que le perforaría los sesos si un tal Shaneji se la quería pasar de listillo.
Entonces, lo oyó. Omoide, la droga que quería el Hozuki comerciar a través del las aguas termales de aquel patético lugareño. Azul. Adictiva. Altamente tóxica.
Algo que dejaba a la Hierba, estupefaciente estrella desde hacía cien años en Oonindo, en simples pañales.
El gyojin alzó la vista, a medida de que el yonqui respondía a los estímulos del marinero sin nombre.
—Dudo que provenga de Azur. Nadie sale vivo de allí, nunca —comentó, anecdótico—. y claro, ¿cómo no va a ser más generosa? mientras más adicción cause, mejor recepción tendrá en el jodido mercado —luego se volteó y miró el pasillo por el cual se había alejado Shaneji—. por cierto, ¿qué mosca le picó? ¿acaso no había presenciado nunca los efectos de la mierda que vende?
¿Omoide?
Sí, claro. En algún recóndito de su mente, lo sabía. Sabía qué era.
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Su mente viajó a una época antigua. Era casi de noche, y fuera de un almacén cualquiera, dos ninja batallaban a toda marcha. Ataques iban y venían a mansalvas, y uno de ellos, cuajó directo en un carromato sostenido con un caballo que cargaba cajas y cajas de mercancía. En ese entonces, el qué era un total misterio. Lo seguiría siendo muchos meses después también.
El pescado que hacía la de tapadera voló por los aires y con ellos, cientos de kilos de pasta. Una crema azul que lució poco compacta tras haberse reventado junto con otros tantos objetos. Esa fue la primera vez que la vio. Ese fue su primer contacto con la droga estrella de Dragón Rojo.
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Mutsuku temblaba como liebre en celo dentro del fútil abrazo del tiburón. Tiritaba como danzarina, sujeta alrededor del brazo de Kaido que le sostenía como su presa. Un dedo azul le apuntalaba el cogote, con la amenaza de disparar una mortífera bala que le perforaría los sesos si un tal Shaneji se la quería pasar de listillo.
Entonces, lo oyó. Omoide, la droga que quería el Hozuki comerciar a través del las aguas termales de aquel patético lugareño. Azul. Adictiva. Altamente tóxica.
Algo que dejaba a la Hierba, estupefaciente estrella desde hacía cien años en Oonindo, en simples pañales.
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El gyojin alzó la vista, a medida de que el yonqui respondía a los estímulos del marinero sin nombre.
—Dudo que provenga de Azur. Nadie sale vivo de allí, nunca —comentó, anecdótico—. y claro, ¿cómo no va a ser más generosa? mientras más adicción cause, mejor recepción tendrá en el jodido mercado —luego se volteó y miró el pasillo por el cual se había alejado Shaneji—. por cierto, ¿qué mosca le picó? ¿acaso no había presenciado nunca los efectos de la mierda que vende?