1/12/2018, 03:35
Una semana. Una semana entera montado en un puto barco de los huevos. Aquello si tuvo que haber sido jodidamente difícil para el tiburón, poco acostumbrado a no poder pasear libre por donde se le cantara el culo. Sin embargo, y a pesar de lo inverosímil de viajar con marineros de verdad, la experiencia fue una que quedaría para olvido. El alma le recobró vida cuando finalmente atracó en el puerto Kasukami.
Había oído —y leído también, para qué negarlo— mucho acerca de aquella capital tan emblemática del País del Agua. De su gente, de sus costumbres. De los negocios que hacían vida entre la tierra y el agua que les rodeaba. Todo de ese lugar le llamaba muchísimo la atención, por obvias razones.
Y si no resulta tan obvio para ti, querido lector, es porque no has estado prestando a los detalles a lo largo de esta historia.
Para su pesar, aún no era tiempo de poder explorarla como sentía que debía hacerlo. Realmente no sabía si iba a poder hacerlo dadas las circunstancias que le habían llevado hasta allí en primer lugar. Y como el tiempo apremiaba, Shaneji no perdió el tiempo en tomar los caminos aledaños, hacia la ruta oeste que les obligó a bordear la costa hasta llegar a una encrucijada que les ponía entre un mar de olas, y un mar de pinos.
Antes de que Kaido pudiera meter un poco las narices respecto adónde pensaba llegar Shaneji, escuchó una voz. Dócil y aguda como un Re menor. La misma provenía de una pequeña, de apariencia juvenil.
Y con el afecto con el que recibió a su hermano de agua, sólo podía ser alguien: Muñeca.
«Dos, de siete» —se dijo. Por dentro sonreía como un niño chico. Aunque luego, con la aproximación de la pequeña y su aparente conocimiento de su llegada, Kaido cayó de cuenta en algo—. «con que el hijo de puta ya les habló de mí. Seguro habrá usado el puto Gentoshin de los huevos. Tsk, han de estar preparados para tumbarme la tapadera. Tengo que ir con cuidado.»
El gyojin tuvo que fingir sorpresa. Vistió su rostro a imagen y semejanza de su reacción cuando leyó por primera vez el pergamino de ella. ¿Cómo es que una niña de doce años estaba envuelta en tan dichoso negocio?
Kaido le estrechó la mano, finalmente. Con la suficiente delicadeza como para no partirle los pequeños huesos.
—Igualmente. Kaido es mi nombre, aunque asumo que ya lo sabes. ¿Y tú eres ...?
Había oído —y leído también, para qué negarlo— mucho acerca de aquella capital tan emblemática del País del Agua. De su gente, de sus costumbres. De los negocios que hacían vida entre la tierra y el agua que les rodeaba. Todo de ese lugar le llamaba muchísimo la atención, por obvias razones.
Y si no resulta tan obvio para ti, querido lector, es porque no has estado prestando a los detalles a lo largo de esta historia.
Para su pesar, aún no era tiempo de poder explorarla como sentía que debía hacerlo. Realmente no sabía si iba a poder hacerlo dadas las circunstancias que le habían llevado hasta allí en primer lugar. Y como el tiempo apremiaba, Shaneji no perdió el tiempo en tomar los caminos aledaños, hacia la ruta oeste que les obligó a bordear la costa hasta llegar a una encrucijada que les ponía entre un mar de olas, y un mar de pinos.
Antes de que Kaido pudiera meter un poco las narices respecto adónde pensaba llegar Shaneji, escuchó una voz. Dócil y aguda como un Re menor. La misma provenía de una pequeña, de apariencia juvenil.
Y con el afecto con el que recibió a su hermano de agua, sólo podía ser alguien: Muñeca.
«Dos, de siete» —se dijo. Por dentro sonreía como un niño chico. Aunque luego, con la aproximación de la pequeña y su aparente conocimiento de su llegada, Kaido cayó de cuenta en algo—. «con que el hijo de puta ya les habló de mí. Seguro habrá usado el puto Gentoshin de los huevos. Tsk, han de estar preparados para tumbarme la tapadera. Tengo que ir con cuidado.»
El gyojin tuvo que fingir sorpresa. Vistió su rostro a imagen y semejanza de su reacción cuando leyó por primera vez el pergamino de ella. ¿Cómo es que una niña de doce años estaba envuelta en tan dichoso negocio?
Kaido le estrechó la mano, finalmente. Con la suficiente delicadeza como para no partirle los pequeños huesos.
—Igualmente. Kaido es mi nombre, aunque asumo que ya lo sabes. ¿Y tú eres ...?