2/12/2018, 01:26
(Última modificación: 2/12/2018, 01:36 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
—¡Juuuuuuujujujujuju! —reía Shaneji, divertido—. ¡Es el protocolo! —se excusó—. Por mucho que me disgusten, hay tradiciones que no se pueden romper —le ofreció una mano para ayudarle a levantarse.
»Ha llegado tu hora, Kaido.
Surgió de entre la oscuridad, allá entre las estalagmitas. De hecho, bien podía haber estado allí todo el tiempo, porque, inmóvil, pasaba perfectamente por una de esas grandes columnas de rocas iluminadas. No era alto, porque alto era un adjetivo que se le quedaba pequeño. Tampoco era fuerte, porque fuerte se le decía a los que tenían más de diez kilogramos de puro músculo. Y decir eso de él, era de ser muy, muy moderados.
No, lo que se le acercaba a Kaido era un gigante, en el sentido más estricto de la palabra. Un hombre que superaba los dos metros de altura, y de músculos tan desorbitados que dolía a la vista. La viva representación del cliché de hombre hipermusculado en las historias de fantasía.
Y lo peor de todo es que era real.
Y que estaba en frente de Kaido.
Y que ni siquiera era eso lo que más llamaba la atención de él.
Porque aquel hombre, amigos míos, brillaba en la oscuridad. Su piel, negra, estaba perlada de tatuajes. Tatuajes blancos y fluorescentes, en todo su torso desnudo, que daban la impresión de que tuviese escamas por piel. A lo largo de toda su espalda, unas alas de dragón plegadas.
—Volvemos a encontrarnos —cuando habló, su voz ronca y gutural reverberó por toda la cueva. Kaido conocía aquella voz. La había oído hacía mucho tiempo…
… cuando había asesinado a Katame. El breve recuerdo asoló su mente con la claridad de un sueño vívido:
—Te felicito, shinobi de Amegakure, por matar a mi hijo — le había dicho en aquella ocasión, utilizando el cuerpo de Katame como medio—. Ocupa su lugar, y cumple su misión —había continuado, mientras el cuerpo por el que hablaba seguía consumiéndose en el fuego—. Reniega, y una serpiente ocupará su lugar tras matarte.
»Ha llegado tu hora, Kaido.
Surgió de entre la oscuridad, allá entre las estalagmitas. De hecho, bien podía haber estado allí todo el tiempo, porque, inmóvil, pasaba perfectamente por una de esas grandes columnas de rocas iluminadas. No era alto, porque alto era un adjetivo que se le quedaba pequeño. Tampoco era fuerte, porque fuerte se le decía a los que tenían más de diez kilogramos de puro músculo. Y decir eso de él, era de ser muy, muy moderados.
No, lo que se le acercaba a Kaido era un gigante, en el sentido más estricto de la palabra. Un hombre que superaba los dos metros de altura, y de músculos tan desorbitados que dolía a la vista. La viva representación del cliché de hombre hipermusculado en las historias de fantasía.
Y lo peor de todo es que era real.
Y que estaba en frente de Kaido.
Y que ni siquiera era eso lo que más llamaba la atención de él.
Porque aquel hombre, amigos míos, brillaba en la oscuridad. Su piel, negra, estaba perlada de tatuajes. Tatuajes blancos y fluorescentes, en todo su torso desnudo, que daban la impresión de que tuviese escamas por piel. A lo largo de toda su espalda, unas alas de dragón plegadas.
—Volvemos a encontrarnos —cuando habló, su voz ronca y gutural reverberó por toda la cueva. Kaido conocía aquella voz. La había oído hacía mucho tiempo…
… cuando había asesinado a Katame. El breve recuerdo asoló su mente con la claridad de un sueño vívido:
—Te felicito, shinobi de Amegakure, por matar a mi hijo — le había dicho en aquella ocasión, utilizando el cuerpo de Katame como medio—. Ocupa su lugar, y cumple su misión —había continuado, mientras el cuerpo por el que hablaba seguía consumiéndose en el fuego—. Reniega, y una serpiente ocupará su lugar tras matarte.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado