2/12/2018, 05:14
El gyojin se retiró la camisa y se permitió entonces comenzar su bautizo.
La sangre brotó del dedo de Otohime y con ella dibujó una circunferencia sobre su piel que empezó al ras del brazo para continuar después a lo largo y ancho de todo su pecho, torso y estómago; acabando en la piedra que ahora les soportaba. Su dedo se movía cual pincel a lo largo y ancho de la superficie tintando anagramas ininteligibles para él. Aunque una vez que todos estos se unieran en una sola figura, Kaido podría ver allí en el suelo la silueta de un Dragón de ocho cabezas y colas.
«Una por cada uno de nosotros»
Lo que siguió luego fue una de las seguidillas de sellos más larga que habría presenciado en su vida que desencadenó la iluminación de las marcas de Otohime y Shaneji. La luz brillante actuó como un imán que empezó a atraer todos los símbolos hacia la primera silueta de todas: la de su brazo.
Kaido torció el gesto para verlo. Era un Dragón al estilo tribal que lucía exactamente como el del resto, salvo por no contar con los matices rojizos. El suyo era enteramente negro. ¿Qué significaba eso? ¿Era un sello diferente, tal vez?
La voz de la chamán le sacó de su ensimismamiento y le obligó a alzar la vista, visiblemente confundido. ¿Dónde estaba el dolor? ¿cuál era la probabilidad de morir tras sentir apenas un mero cosquilleo?
Pero Kaido no era estúpido. Sabía que aquello había sido tan sólo el principio del fin.
—¿Aquí mismo? —dijo, recostándose en la tierra y fijando la mirada en los destellos de neón y fucsia que se elevaban hasta la divina presencia de aquella caverna—. no soy de conciliar fácil el sueño.
Aunque no por ello dejaría de cerrar los ojos.
La sangre brotó del dedo de Otohime y con ella dibujó una circunferencia sobre su piel que empezó al ras del brazo para continuar después a lo largo y ancho de todo su pecho, torso y estómago; acabando en la piedra que ahora les soportaba. Su dedo se movía cual pincel a lo largo y ancho de la superficie tintando anagramas ininteligibles para él. Aunque una vez que todos estos se unieran en una sola figura, Kaido podría ver allí en el suelo la silueta de un Dragón de ocho cabezas y colas.
«Una por cada uno de nosotros»
Lo que siguió luego fue una de las seguidillas de sellos más larga que habría presenciado en su vida que desencadenó la iluminación de las marcas de Otohime y Shaneji. La luz brillante actuó como un imán que empezó a atraer todos los símbolos hacia la primera silueta de todas: la de su brazo.
Kaido torció el gesto para verlo. Era un Dragón al estilo tribal que lucía exactamente como el del resto, salvo por no contar con los matices rojizos. El suyo era enteramente negro. ¿Qué significaba eso? ¿Era un sello diferente, tal vez?
La voz de la chamán le sacó de su ensimismamiento y le obligó a alzar la vista, visiblemente confundido. ¿Dónde estaba el dolor? ¿cuál era la probabilidad de morir tras sentir apenas un mero cosquilleo?
Pero Kaido no era estúpido. Sabía que aquello había sido tan sólo el principio del fin.
—¿Aquí mismo? —dijo, recostándose en la tierra y fijando la mirada en los destellos de neón y fucsia que se elevaban hasta la divina presencia de aquella caverna—. no soy de conciliar fácil el sueño.
Aunque no por ello dejaría de cerrar los ojos.