2/12/2018, 20:56
(Última modificación: 2/12/2018, 20:58 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
No obstante, Kaido nunca llegó a convertirse totalmente en esa criatura majestuosa. Alguien le detuvo. Un amigo. O al que creyó como uno alguna vez, pero ya no. ¿Cómo vuelves de un lugar así? ¿cómo podrías volver a confiar, de tener la oportunidad, el alguien que ahora penetraba tu pecho y bañaba su puñal de tu propia sangre? ¿cómo?
Son heridas que nunca sanan. No por dentro.
El gyojin escupió sangre. Sintió el sabor a hierro entumeciéndole la garganta. Los labios no se le movían, sino temblaban de pura rabia. ¿Cómo había sido tan estúpido? ¿cómo vivió tanto tiempo mirando a un horizonte que no escondía una gran recompensa tras su inalcanzable franja? ¡Tendría que haberlo sabido! ¡Que Yui no iba a dejar que un traidor se acercase a ella lo suficiente como para no perecer bajo su imponderable martillo de hierro!
Tan sólo había que conocer minimamente la historia de Amegakure no sato. De en dónde acabaron todos aquellos que, muy a pesar de haber jurado lealtad, perecieron ante una líder inquebrantable. Que no escatimaba recursos ni esfuerzos en reprimir las posibles sublevaciones. Que no le temblaba el pulso para ahogar eternamente a uno de sus genin en lo más profundo de su lago. Al que iban tantos shinobi a entrenar sin saber la verdad. De que los pecados de Yui —con los que Kaido estuvo enteramente dispuesto a compartir como si fueran suyos—. yacían inmersos en su jodido patrio trasero.
La mente de Kaido se pegaba sopetones contra un muro invisible. Estaba confundido. Terriblemente contrariado. Quería llorar de la impotencia, pero el dolor en su pecho era tan fuerte que sus emociones no funcionaban correctamente. No podía mover las manos. No podía mover el cuerpo.
Sentía el corazón bajando su ritmo de bombeo. Lo sentía. Lo sentía.
Hasta que de pronto no sintió nada más.
Porque cuando el alma abandona el cuerpo, eso es lo que sucede. Súbitamente desapareces. Caes en el profundo olvido, dejando de ser quien fuiste alguna vez. Y él había sido un traidor leal, por contraproducente que pudiera sonar aquello; muriendo también por serlo. Por confiar en quien no confiaba en él, tampoco.
En Yui. Su verdugo.
Son heridas que nunca sanan. No por dentro.
El gyojin escupió sangre. Sintió el sabor a hierro entumeciéndole la garganta. Los labios no se le movían, sino temblaban de pura rabia. ¿Cómo había sido tan estúpido? ¿cómo vivió tanto tiempo mirando a un horizonte que no escondía una gran recompensa tras su inalcanzable franja? ¡Tendría que haberlo sabido! ¡Que Yui no iba a dejar que un traidor se acercase a ella lo suficiente como para no perecer bajo su imponderable martillo de hierro!
Tan sólo había que conocer minimamente la historia de Amegakure no sato. De en dónde acabaron todos aquellos que, muy a pesar de haber jurado lealtad, perecieron ante una líder inquebrantable. Que no escatimaba recursos ni esfuerzos en reprimir las posibles sublevaciones. Que no le temblaba el pulso para ahogar eternamente a uno de sus genin en lo más profundo de su lago. Al que iban tantos shinobi a entrenar sin saber la verdad. De que los pecados de Yui —con los que Kaido estuvo enteramente dispuesto a compartir como si fueran suyos—. yacían inmersos en su jodido patrio trasero.
La mente de Kaido se pegaba sopetones contra un muro invisible. Estaba confundido. Terriblemente contrariado. Quería llorar de la impotencia, pero el dolor en su pecho era tan fuerte que sus emociones no funcionaban correctamente. No podía mover las manos. No podía mover el cuerpo.
Sentía el corazón bajando su ritmo de bombeo. Lo sentía. Lo sentía.
Hasta que de pronto no sintió nada más.
Porque cuando el alma abandona el cuerpo, eso es lo que sucede. Súbitamente desapareces. Caes en el profundo olvido, dejando de ser quien fuiste alguna vez. Y él había sido un traidor leal, por contraproducente que pudiera sonar aquello; muriendo también por serlo. Por confiar en quien no confiaba en él, tampoco.
En Yui. Su verdugo.