2/12/2018, 23:10
Quid pro Quo.
La vida de Hageshi, y su misión fallida, para él obtener la gloria eterna. Para alzarse entre sus iguales Dragones, de encontrar la corriente que durante tanto tiempo buscó, y que ahora le llevaba hasta el verdadero Rey del Océano. Del Rey del Océano hasta la tumba que ahogaba eternamente a Kirigakure, como a Aiko.
Sólo él tenía la llave. El poder para resurgir sus antiguos tiempos de gloria.
Un haori blanco con matices azul marino adornaba su imponente figura, allá en el trono de Agua. Un pesado sombrero le vestía la cabeza, y sobre él, pregonaba el kanji de Primera Sombra. Frente a él, los otros Kage rindiéndole pleitesía. Reconocíendole como una nación igual y equitativa. Y a su lado sus hermanos. Shaneji. Ryu. Muñeca. No Ayame, no Daruu. Ellos eran traidores.
Su marca brillando. El dragón echando fuego, ahí en su brazo.
Aunque a la vez ... no.
Porque muy en lo profundo de su ser, allí en un punto donde la luz de aquel fantástico sueño no alumbraba, una mísera parte de su raciocinio le decía en gritos inaudibles y ahogados que nada de aquello era verdad. Que nunca iba a suceder. Gritaba, gritaba. Pero Kaido no escuchaba.
Carecía aún de la voluntad suficiente para escucharse a sí mismo. Había subestimado el poder del Dragón.
La vida de Hageshi, y su misión fallida, para él obtener la gloria eterna. Para alzarse entre sus iguales Dragones, de encontrar la corriente que durante tanto tiempo buscó, y que ahora le llevaba hasta el verdadero Rey del Océano. Del Rey del Océano hasta la tumba que ahogaba eternamente a Kirigakure, como a Aiko.
Sólo él tenía la llave. El poder para resurgir sus antiguos tiempos de gloria.
Un haori blanco con matices azul marino adornaba su imponente figura, allá en el trono de Agua. Un pesado sombrero le vestía la cabeza, y sobre él, pregonaba el kanji de Primera Sombra. Frente a él, los otros Kage rindiéndole pleitesía. Reconocíendole como una nación igual y equitativa. Y a su lado sus hermanos. Shaneji. Ryu. Muñeca. No Ayame, no Daruu. Ellos eran traidores.
Su marca brillando. El dragón echando fuego, ahí en su brazo.
Completo. Se sentía ... completo.
Aunque a la vez ... no.
Porque muy en lo profundo de su ser, allí en un punto donde la luz de aquel fantástico sueño no alumbraba, una mísera parte de su raciocinio le decía en gritos inaudibles y ahogados que nada de aquello era verdad. Que nunca iba a suceder. Gritaba, gritaba. Pero Kaido no escuchaba.
Carecía aún de la voluntad suficiente para escucharse a sí mismo. Había subestimado el poder del Dragón.