2/12/2018, 23:22
El mismo sueño se repetía una y otra vez. Millares de veces. Durante toda la noche. Durante todo el día siguiente, y al siguiente a este. Años de vida que siempre terminaban en el mismo punto: en el pico de la pirámide.
Se repetía, por tanto, el mismo patrón que antes. Y como aquella vez, había cambios más o menos sutiles. En ocasiones el Rey del Mar no era un tiburón blanco. A veces no deshacía la maldición de Kirigakure desenterrando un arma legendaria del antiguo Umi no Shisoku. A veces ni siquiera había una maldición, y era simplemente Otohime quien extraía el agua con una técnica de sellado.
Pero no importaban los desvíos en el camino, sino el destino.
Y claro, claro que se reflejaban dificultades. Encuentros con ninjas de Amegakure que le ponían las cosas difíciles. Con Daruu. Con Ayame. Con Mogura. Algunos trataban de convencerle de volver. En una de sus vidas, se dejó engañar. Se dejó llevar por la dulce voz de Ayame y la firme seguridad de Mogura, haciendo caso a esa vocecilla surgida de lo más profundo de su ser que le decía que aquello no terminaría como pensaba. ¿Y saben qué halló? Halló el suelo bajo sus rodillas. Halló su cabeza volando por los aires tras el espadazo de Yui.
Eso halló.
La mayoría de las ocasiones, sin embargo, no caía ante tales tejemanejes. Simplemente tenía que resistir los golpes de sus antiguos compatriotas, y sus burdos intentos de asesinato. No siempre fue fácil. Incluso entre Dragón Rojo, no todo era siempre idílico. Se producían discusiones subidas de tono. Había discusiones. Riñas. Tuvo que hacer sacrificios, así como en su anterior vida en Amegakure. Pero, ¿saben cuál era siempre la diferencia?
Que al final terminaba valiendo la jodida pena. Que recibía su recompensa, y era tangible, y era más de lo que hubiese podido soñar nunca.
Entonces, un día, se lamentó. Ah, sí pudiese volver al pasado, abriría los ojos mucho antes, pensó. ¿Qué hubiese sido de Dragón Rojo si no hubiese perdido aquellos valiosos hermanos en la batalla contra Hageshi? Que hubiese despuntado antes. Pero que mucho antes.
Y a medida que aquel pensamiento comenzaba a cobrar fuerza en su mente, las decisiones que iba tomando a lo largo de sus vidas iban cambiando. No esperaba a tener a Shaneji bajo el filo de su espada para revelarse contra Hageshi. Lo hacía justo antes del combate, confabulándose con Dragón Rojo para tenderles una emboscada. Lo hacía días antes, para preparar el terreno como Dios manda.
Antes, ¡antes incluso! Lo hacía después de volver a contactar con Hageshi tras su bautizo y saber ya, en aquel momento, que aquella pantomima de misión ya no le merecía la pena. Y antes, ¡mucho antes! Porque un día, cuando despertó de su bautizo, y Ryū le preguntó:
—¿Hay algo que debamos saber?
Él le respondió...
Se repetía, por tanto, el mismo patrón que antes. Y como aquella vez, había cambios más o menos sutiles. En ocasiones el Rey del Mar no era un tiburón blanco. A veces no deshacía la maldición de Kirigakure desenterrando un arma legendaria del antiguo Umi no Shisoku. A veces ni siquiera había una maldición, y era simplemente Otohime quien extraía el agua con una técnica de sellado.
Pero no importaban los desvíos en el camino, sino el destino.
Y claro, claro que se reflejaban dificultades. Encuentros con ninjas de Amegakure que le ponían las cosas difíciles. Con Daruu. Con Ayame. Con Mogura. Algunos trataban de convencerle de volver. En una de sus vidas, se dejó engañar. Se dejó llevar por la dulce voz de Ayame y la firme seguridad de Mogura, haciendo caso a esa vocecilla surgida de lo más profundo de su ser que le decía que aquello no terminaría como pensaba. ¿Y saben qué halló? Halló el suelo bajo sus rodillas. Halló su cabeza volando por los aires tras el espadazo de Yui.
Eso halló.
La mayoría de las ocasiones, sin embargo, no caía ante tales tejemanejes. Simplemente tenía que resistir los golpes de sus antiguos compatriotas, y sus burdos intentos de asesinato. No siempre fue fácil. Incluso entre Dragón Rojo, no todo era siempre idílico. Se producían discusiones subidas de tono. Había discusiones. Riñas. Tuvo que hacer sacrificios, así como en su anterior vida en Amegakure. Pero, ¿saben cuál era siempre la diferencia?
Que al final terminaba valiendo la jodida pena. Que recibía su recompensa, y era tangible, y era más de lo que hubiese podido soñar nunca.
Entonces, un día, se lamentó. Ah, sí pudiese volver al pasado, abriría los ojos mucho antes, pensó. ¿Qué hubiese sido de Dragón Rojo si no hubiese perdido aquellos valiosos hermanos en la batalla contra Hageshi? Que hubiese despuntado antes. Pero que mucho antes.
Y a medida que aquel pensamiento comenzaba a cobrar fuerza en su mente, las decisiones que iba tomando a lo largo de sus vidas iban cambiando. No esperaba a tener a Shaneji bajo el filo de su espada para revelarse contra Hageshi. Lo hacía justo antes del combate, confabulándose con Dragón Rojo para tenderles una emboscada. Lo hacía días antes, para preparar el terreno como Dios manda.
Antes, ¡antes incluso! Lo hacía después de volver a contactar con Hageshi tras su bautizo y saber ya, en aquel momento, que aquella pantomima de misión ya no le merecía la pena. Y antes, ¡mucho antes! Porque un día, cuando despertó de su bautizo, y Ryū le preguntó:
—¿Hay algo que debamos saber?
Él le respondió...
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado