3/12/2018, 00:49
Y una vez más, Kaido viajó a través de los recuerdos y fue forzado a elegir, otra vez, la tan ansiada caída de Dragón Rojo. Se sostenía. Trataba de cumplir siempre con su misión. El recuerdo de Yarou le había servido para no tocar fondo. Aún así, cumplir su misión seguía llevándole a la muerte y no al éxito. Nunca llegaba el reconocimiento de Amekoro Yui, sino su espada hasta el interior de su pecho. ¿Por qué? se preguntaba una y otra vez. ¡Si seguía eligiendo lo correcto!
Pero ésta vez, no se sintió tan frustrado. Su pecho no dolía tanto como la primera vez.
Verás, aquello era como cuando a un crío se le da de comer por primera vez un brócoli. El paladar no está acostumbrado a su sabor, aún y cuando su cuerpo reconoce los beneficios de comerlo. Lo mismo sucedía la Arashikage y su katana, si resultaba ser la décimo quinta ocasión en la que le atravesaba con ella. Algo en su interior empezaba a entender que, quizás, aquello era lo mejor para él. De que quizás era una muerte mucho más digna que la que podría encontrar, tal vez, de tomar el camino que le llevaba hasta la idílica gloria que le convertía, supuestamente, en el Kage de Kirigakure. Y es que, en un juego de probabilidades, ¿cuál opción era la más sensata, la más plausible?
¿Y si no era real? ¿y si todos eran juegos baratos, estratagemas de una prueba que todos querían que fallase?
—Joder, y yo que creía que tenías más huevos. Mírate, sudando como un puerco, postrado en una cama sin poder levantarte. Sabes, siempre tuvimos el sueño profundo, nos costaba horrores despertarnos. Pero esto ya es indigno de ti. Siete jodidos días. ¡Levántate, maldito papanatas! ¿Quién coño eres, eh?
—Un traidor. Un prófugo. Soy Kaido el Exiliado.
—Bien. Y entonces, ¿Hay algo que debamos saber?
—No
Ya lo había dicho el destino una vez: Las primeras traiciones empezaban así. Simplemente con una omisión a su deber. Simplemente haciéndose a un lado. Simplemente diciendo: no.
Pero ésta vez, no se sintió tan frustrado. Su pecho no dolía tanto como la primera vez.
Verás, aquello era como cuando a un crío se le da de comer por primera vez un brócoli. El paladar no está acostumbrado a su sabor, aún y cuando su cuerpo reconoce los beneficios de comerlo. Lo mismo sucedía la Arashikage y su katana, si resultaba ser la décimo quinta ocasión en la que le atravesaba con ella. Algo en su interior empezaba a entender que, quizás, aquello era lo mejor para él. De que quizás era una muerte mucho más digna que la que podría encontrar, tal vez, de tomar el camino que le llevaba hasta la idílica gloria que le convertía, supuestamente, en el Kage de Kirigakure. Y es que, en un juego de probabilidades, ¿cuál opción era la más sensata, la más plausible?
¿Y si no era real? ¿y si todos eran juegos baratos, estratagemas de una prueba que todos querían que fallase?
—Joder, y yo que creía que tenías más huevos. Mírate, sudando como un puerco, postrado en una cama sin poder levantarte. Sabes, siempre tuvimos el sueño profundo, nos costaba horrores despertarnos. Pero esto ya es indigno de ti. Siete jodidos días. ¡Levántate, maldito papanatas! ¿Quién coño eres, eh?
—Un traidor. Un prófugo. Soy Kaido el Exiliado.
—Bien. Y entonces, ¿Hay algo que debamos saber?
—No
Ya lo había dicho el destino una vez: Las primeras traiciones empezaban así. Simplemente con una omisión a su deber. Simplemente haciéndose a un lado. Simplemente diciendo: no.