3/12/2018, 01:23
Verán, pasaba algo con la Marca del Dragón: se aseguraba que eras un digno Cabeza de Dragón. Y, sino lo eras, tallaba y tallaba en ti hasta que lo fueses.
Por eso a Shaneji no le había importado nunca si Kadio era realmente un renegado o no. Por eso, cuando se había visto obligado por Muñeca a dar vueltas como un tonto para desorientarle, había creído que todo aquello era una pérdida de tiempo. Porque, describo ahora su pensamiento exacto, Kaido saldría de allí con un dragón en la nuca o con los pies por delante.
En aquel caso era en el hombro, pero se entiende lo que un servidor dice.
Pequeñas volutas de resistencia afloraban en la mente del Umikiba. Chispas que conducían a llamas. Llamas que conducían a incendios. A la Marca le daba igual. Ella seguía su curso, hasta la eternidad si era necesario.
Habían pasado diez días. Diez jodidos días. Aquel cabrón estaba resistiendo. Le tomó el pulso, le dio su dosis de suelo y se levantó. Cual fue su sorpresa cuando, al darse la vuelta, se encontró a Ryū de frente.
No sabía cómo un tipo tan enorme conseguía no hacer ningún ruido al moverse.
—¿Todavía nada? —preguntó él.
—Todavía nada —respondió ella. Otohime—. Ya sabes cómo funciona esto. —Algunos apenas tardaban tres días en pasar el proceso. Shaneji, el muy bárbaro, se acostó por la noche y se levantó al día siguiente como si nada, asegurando que había dormido como un bendito. Le creía. A aquel cabrón no le hacía falta que le corrigiesen ninguna conducta inadecuada. Él era todo lo que deseaba Dragón Rojo, y viceversa.
—¿Sobrevivirá?
—Por el momento su cuerpo responde bien —le informó—. Además, tú aguantaste más que esto, ¿recuerdas?
Ryū había batido cualquier récord, y lo seguía manteniendo hasta el día de hoy. La anciana le había obligado a bautizarse cuando estaban en guerra con los Kurhebi, asegurando que no estaba poniendo todo de su parte. Que era demasiado blando. Ryū había permanecido en coma durante un mes. Un. Jodido. Mes. Cuando se despertó, y se enteró que habían secuestrado a su esposa, la asesinó junto al resto de captores, y al resto de la banda, dejando con vida solamente a uno.
Para que pudiese contar la historia.
Para que nadie que la oyese volviese nunca a atreverse a alzarse contra ellos.
Claro que Ryū era harina de otro costal. Había habido gente tozuda, muy tozuda, que se resistía a ceder. A sacrificar un aspecto de su vida, por ligero que fuese, en favor del objetivo mayor de Dragón Rojo. La presión arterial que ejercía su Sello Maldito era tal, que con el tiempo muchos terminaban muriendo de un infarto.
O de un derrame cerebral.
O de mera desnutrición, cuando ella no estaba allí para suministrar las dosis.
Undécimo día…
… y la misma pregunta de siempre volvía a asomar.
Por eso a Shaneji no le había importado nunca si Kadio era realmente un renegado o no. Por eso, cuando se había visto obligado por Muñeca a dar vueltas como un tonto para desorientarle, había creído que todo aquello era una pérdida de tiempo. Porque, describo ahora su pensamiento exacto, Kaido saldría de allí con un dragón en la nuca o con los pies por delante.
En aquel caso era en el hombro, pero se entiende lo que un servidor dice.
Pequeñas volutas de resistencia afloraban en la mente del Umikiba. Chispas que conducían a llamas. Llamas que conducían a incendios. A la Marca le daba igual. Ella seguía su curso, hasta la eternidad si era necesario.
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Habían pasado diez días. Diez jodidos días. Aquel cabrón estaba resistiendo. Le tomó el pulso, le dio su dosis de suelo y se levantó. Cual fue su sorpresa cuando, al darse la vuelta, se encontró a Ryū de frente.
No sabía cómo un tipo tan enorme conseguía no hacer ningún ruido al moverse.
—¿Todavía nada? —preguntó él.
—Todavía nada —respondió ella. Otohime—. Ya sabes cómo funciona esto. —Algunos apenas tardaban tres días en pasar el proceso. Shaneji, el muy bárbaro, se acostó por la noche y se levantó al día siguiente como si nada, asegurando que había dormido como un bendito. Le creía. A aquel cabrón no le hacía falta que le corrigiesen ninguna conducta inadecuada. Él era todo lo que deseaba Dragón Rojo, y viceversa.
—¿Sobrevivirá?
—Por el momento su cuerpo responde bien —le informó—. Además, tú aguantaste más que esto, ¿recuerdas?
Ryū había batido cualquier récord, y lo seguía manteniendo hasta el día de hoy. La anciana le había obligado a bautizarse cuando estaban en guerra con los Kurhebi, asegurando que no estaba poniendo todo de su parte. Que era demasiado blando. Ryū había permanecido en coma durante un mes. Un. Jodido. Mes. Cuando se despertó, y se enteró que habían secuestrado a su esposa, la asesinó junto al resto de captores, y al resto de la banda, dejando con vida solamente a uno.
Para que pudiese contar la historia.
Para que nadie que la oyese volviese nunca a atreverse a alzarse contra ellos.
Claro que Ryū era harina de otro costal. Había habido gente tozuda, muy tozuda, que se resistía a ceder. A sacrificar un aspecto de su vida, por ligero que fuese, en favor del objetivo mayor de Dragón Rojo. La presión arterial que ejercía su Sello Maldito era tal, que con el tiempo muchos terminaban muriendo de un infarto.
O de un derrame cerebral.
O de mera desnutrición, cuando ella no estaba allí para suministrar las dosis.
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Undécimo día…
… y la misma pregunta de siempre volvía a asomar.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado