5/12/2018, 11:34
Aquel pequeño lapsus de felicidad terminó tan bruscamente como había empezado. Cada uno de los presentes volvió a sumergirse en sus respectivos platos y la cena siguió de forma silenciosa y tensa y después, cada una de las dos familias se dirigió hacia sus respectivas habitaciones. Casi era un insulto hacia sus conciencias que la gente de la taberna siguiera tan animada, bailando y riendo al son de la pianola que tocaba un hombre de forma frenética. Ofendía que la tabernera siguiera sonriendo de aquella forma tan despreocupada, haciendo juegos de palabras mezclados con mugidos y chistes sobre vacas. Ofendía. Toda aquella felicidad dolía. Aquel local se había convertido en un juego de contrastes entre el blanco y el negro.
La noche pasó en pena como todas las anteriores, y el grupo volvió a reunirse a primera hora de la mañana en la misma entrada de "La Vaca que Ríe" dispuestos a partir. El día comenzaba increíblemente frío, con cada exhalación el aire se convertía en nubes de vaho ante sus narices, y Zetsuo se vio obligado a abrigarse con una gruesa capa para no perder el calor. Al contrario que él, Kōri parecía encontrarse en su salsa.
—Vamos. No hay tiempo que perder —habló el médico, sombrío.
Cada día que pasaba, las esperanzas de encontrar a Ayame con vida descendían de forma exponencial.
La noche pasó en pena como todas las anteriores, y el grupo volvió a reunirse a primera hora de la mañana en la misma entrada de "La Vaca que Ríe" dispuestos a partir. El día comenzaba increíblemente frío, con cada exhalación el aire se convertía en nubes de vaho ante sus narices, y Zetsuo se vio obligado a abrigarse con una gruesa capa para no perder el calor. Al contrario que él, Kōri parecía encontrarse en su salsa.
—Vamos. No hay tiempo que perder —habló el médico, sombrío.
Cada día que pasaba, las esperanzas de encontrar a Ayame con vida descendían de forma exponencial.