5/12/2018, 12:06
Daruu se arrebujó en su lado de la cama, cenizo y molesto. No con nadie en particular. Con el mundo a su alrededor. Kiroe se sentó con delicadeza en el suyo, y tumbó y arropó con el sigilo de una serpiente.
—Sé que estáis todos desesperados por encontrar a Ayame, y yo también, pero... —comenzó Kiroe.
—Ssh —chistó Daruu—. Ni una palabra más. No quiero oírlo. Cállate.
—Si estamos mucho tiempo fuera de casa, nos convertiremos en traidores.
—Nunca traicionaré a los míos.
—'Amegakure' son los tuyos, Daruu-kun. Nunca lo olvi-
—Por supuesto. Pero Ayame también es de los míos. Y más que cualquiera.
Kiroe suspiró.
—Danbaku también lo e-
—¿Vas a hacerme lo mismo que a él si me niego a volver a Amegakure sin Ayame, madre?
Hubo una vibración. Una tensión. De espaldas el uno al otro, madre e hijo trataron de dormir un poco.
Sin éxito.
El día amaneció frío y letal como la punta de un carámbano en las cuevas del norte del País de la Tormenta. Pero estaban en la Espiral. Daruu se enfundó en la capa de viaje negra y se colocó la capucha. Cruzado de brazos, aparentemente por el frío pero realmente por otro asunto, esperaba a que su madre convocara de nuevo a los perros y pudieran emprender el viaje.
Kiroe, mucho más sobria de lo habitual, mordió su dedo e hizo lo propio.
—Vamos. —Y con aquella simple declaración, subió al lomo de Kuro-chan.
El grupo siguió viajando hacia el sur, cerca de la costa. Y el cansancio ya empezaba a hacer mella en ellos. Además, Daruu y Kiroe parecían estar más callados que de costumbre.
Kuro llegó a preguntar a Kiroe si había ocurrido algo, pero la mujer chistó al perro y le hizo callar.
Ya era de nuevo de noche cuando llegaron a Los Herreros. Allí, los perros rodearon el pueblo y buscaron un lugar apartado para despedirse. Pero antes de eso, Kiroe tenía una pregunta para ellos.
—Kuro-chan. Inurun. Antes de despedirnos hasta mañana, quiero haceros una pregunta —dijo—. ¿Hacia dónde sigue el rastro? ¿Hacia el sur? ¿Hacia Uzushiogakure?
Daruu apretó la mandíbula y se tensó como un resorte. Ya estaba. Sólo esperaba la confirmación de lo inevitable. Esas jodidas ratas...
...y sin embargo...
—No. Sigue... hacia el este.
—Hacia Yamiria.
—Pero... si siguiera en Yamiria...
Kuro cerró los ojos y todos sintieron un vuelco en el pecho. Fue como si una gran hondonada de una extraña energía les atravesase. Una energía que en el fondo, había estado ahí desde siempre, pero que ninguno era capaz de sentir... hasta ahora.
—Dilo ya, Kuro. No hay tiempo que perder. ¿Qué sientes con tu Senjutsu de detección?
—El rastro sigue hacia el este. No hay rastro hacia el sur. Pero Ayame NO está en Yamiria.
—No puede ser... ¿tan lejos? ¿Quién en las Islas del Té podría...?
—No. No en las Islas del Té. —Kiroe cortó por lo sano—. Pero sí que hay fuerzas militares en el País del Agua. Aunque estrictamente no sean shinobi. Bien, Kuro-chan, Inurun. Volved a casa. —Hubo un estallido de humo blanco, y ambos canes desaparecieron—. Daruu, me he quedado sin chakra. Prepara el Chishio por mi. Nos vamos a casa.
—¿¡Qué!? ¡¡No!!
—Sé que estáis todos desesperados por encontrar a Ayame, y yo también, pero... —comenzó Kiroe.
—Ssh —chistó Daruu—. Ni una palabra más. No quiero oírlo. Cállate.
—Si estamos mucho tiempo fuera de casa, nos convertiremos en traidores.
—Nunca traicionaré a los míos.
—'Amegakure' son los tuyos, Daruu-kun. Nunca lo olvi-
—Por supuesto. Pero Ayame también es de los míos. Y más que cualquiera.
Kiroe suspiró.
—Danbaku también lo e-
—¿Vas a hacerme lo mismo que a él si me niego a volver a Amegakure sin Ayame, madre?
Hubo una vibración. Una tensión. De espaldas el uno al otro, madre e hijo trataron de dormir un poco.
Sin éxito.
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El día amaneció frío y letal como la punta de un carámbano en las cuevas del norte del País de la Tormenta. Pero estaban en la Espiral. Daruu se enfundó en la capa de viaje negra y se colocó la capucha. Cruzado de brazos, aparentemente por el frío pero realmente por otro asunto, esperaba a que su madre convocara de nuevo a los perros y pudieran emprender el viaje.
Kiroe, mucho más sobria de lo habitual, mordió su dedo e hizo lo propio.
—Vamos. —Y con aquella simple declaración, subió al lomo de Kuro-chan.
El grupo siguió viajando hacia el sur, cerca de la costa. Y el cansancio ya empezaba a hacer mella en ellos. Además, Daruu y Kiroe parecían estar más callados que de costumbre.
Kuro llegó a preguntar a Kiroe si había ocurrido algo, pero la mujer chistó al perro y le hizo callar.
Ya era de nuevo de noche cuando llegaron a Los Herreros. Allí, los perros rodearon el pueblo y buscaron un lugar apartado para despedirse. Pero antes de eso, Kiroe tenía una pregunta para ellos.
—Kuro-chan. Inurun. Antes de despedirnos hasta mañana, quiero haceros una pregunta —dijo—. ¿Hacia dónde sigue el rastro? ¿Hacia el sur? ¿Hacia Uzushiogakure?
Daruu apretó la mandíbula y se tensó como un resorte. Ya estaba. Sólo esperaba la confirmación de lo inevitable. Esas jodidas ratas...
...y sin embargo...
—No. Sigue... hacia el este.
—Hacia Yamiria.
—Pero... si siguiera en Yamiria...
Kuro cerró los ojos y todos sintieron un vuelco en el pecho. Fue como si una gran hondonada de una extraña energía les atravesase. Una energía que en el fondo, había estado ahí desde siempre, pero que ninguno era capaz de sentir... hasta ahora.
—Dilo ya, Kuro. No hay tiempo que perder. ¿Qué sientes con tu Senjutsu de detección?
—El rastro sigue hacia el este. No hay rastro hacia el sur. Pero Ayame NO está en Yamiria.
—No puede ser... ¿tan lejos? ¿Quién en las Islas del Té podría...?
—No. No en las Islas del Té. —Kiroe cortó por lo sano—. Pero sí que hay fuerzas militares en el País del Agua. Aunque estrictamente no sean shinobi. Bien, Kuro-chan, Inurun. Volved a casa. —Hubo un estallido de humo blanco, y ambos canes desaparecieron—. Daruu, me he quedado sin chakra. Prepara el Chishio por mi. Nos vamos a casa.
—¿¡Qué!? ¡¡No!!