5/12/2018, 12:48
Algo les llamó la atención a Zetsuo y a Kōri acerca de los dos Amedama: su silencio, la tensión que crecía entre ambos como electricidad estática, el misterio que les rodeaba. El médico desconocía qué era lo que les ocurría, pero no indagó en el asunto. Aún tenían un largo camino que recorrer, y el tiempo no les perdonaba.
—Vamos —asintió una sombría Kiroe, antes de llamar de nuevo a sus perros.
En aquella ocasión fue ella quien se montó en Kuro-chan, y Zetsuo se sentó tras ella. Kōri montó a Inurun y comenzó a trotar junto a Daruu, que seguía en su curioso caballo formado por caramelo. El grupo siguió viajando en un silencio tan denso que podría haberse cortado como la mantequilla, cada vez más hacia el sur y amparados por los árboles del interminable Bosque de la Hoja. Cada vez estaban más cansados, y ese cansancio físico no tardaría en hacer mella también en sus emociones.
Para cuando entró la noche habían llegado a las inmediaciones de Los Herreros. Como todas las veces que habían dado el alto, los canes buscaron un lugar apartado para que se bajaran y poder despedirse hasta el día siguiente. Pero antes de poder hacerlo, Kiroe habló por primera vez en aquel día.
—Kuro-chan. Inurun. Antes de despedirnos hasta mañana, quiero haceros una pregunta: ¿Hacia dónde sigue el rastro? ¿Hacia el sur? ¿Hacia Uzushiogakure?
Junto a ella, Daruu se tensó como una estaca esperando una respuesta afirmativa a tal cuestión. Y, sin embargo, lo que todos recibieron fue una respuesta muy diferente a la que esperaban:
—No. Sigue... hacia el este —respondió Inurun.
—¿Cómo que hacia el este? —preguntó Zetsuo, alarmado. Se encontraban en el maldito borde del continente, ¿cómo era posible que Ayame se encontrara más hacia el este? ¿Acaso...?
—Hacia Yamiria —detalló Kuro-chan.
Kiroe cerró momentáneamente los ojos, y los dos Aotsuki dieron un brinco cuando sintieron una ola de energía atravesándolos de repente.
—Dilo ya, Kuro. No hay tiempo que perder. ¿Qué sientes con tu Senjutsu de detección?
—El rastro sigue hacia el este. No hay rastro hacia el sur. Pero Ayame NO está en Yamiria.
—No puede ser... ¿tan lejos? ¿Quién en las Islas del Té podría...? —preguntó Daruu, tan extrañado como el resto.
—No. No en las Islas del Té —le interrumpió Kiroe—. Pero sí que hay fuerzas militares en el País del Agua. Aunque estrictamente no sean shinobi. Bien, Kuro-chan, Inurun. Volved a casa.
Los perros desaparecieron en un súbito estallido de humo blanco, y cuando Zetsuo se disponía a girar sobre sus talones para empezar a caminar hacia Los Herreros, escuchó algo a sus espaldas.
—Daruu, me he quedado sin chakra. Prepara el Chishio por mi. Nos vamos a casa.
—¿¡Qué!? ¡¡No!!
El médico se volvió con lentitud, Kōri entrecerró los ojos.
—¿Os vais a casa? —preguntó Zetsuo, con aparente calma.
La misma calma que encerraba una tempestad de fuego y hierro en sus ojos aguamarina.
1 AO
—Vamos —asintió una sombría Kiroe, antes de llamar de nuevo a sus perros.
En aquella ocasión fue ella quien se montó en Kuro-chan, y Zetsuo se sentó tras ella. Kōri montó a Inurun y comenzó a trotar junto a Daruu, que seguía en su curioso caballo formado por caramelo. El grupo siguió viajando en un silencio tan denso que podría haberse cortado como la mantequilla, cada vez más hacia el sur y amparados por los árboles del interminable Bosque de la Hoja. Cada vez estaban más cansados, y ese cansancio físico no tardaría en hacer mella también en sus emociones.
Para cuando entró la noche habían llegado a las inmediaciones de Los Herreros. Como todas las veces que habían dado el alto, los canes buscaron un lugar apartado para que se bajaran y poder despedirse hasta el día siguiente. Pero antes de poder hacerlo, Kiroe habló por primera vez en aquel día.
—Kuro-chan. Inurun. Antes de despedirnos hasta mañana, quiero haceros una pregunta: ¿Hacia dónde sigue el rastro? ¿Hacia el sur? ¿Hacia Uzushiogakure?
Junto a ella, Daruu se tensó como una estaca esperando una respuesta afirmativa a tal cuestión. Y, sin embargo, lo que todos recibieron fue una respuesta muy diferente a la que esperaban:
—No. Sigue... hacia el este —respondió Inurun.
—¿Cómo que hacia el este? —preguntó Zetsuo, alarmado. Se encontraban en el maldito borde del continente, ¿cómo era posible que Ayame se encontrara más hacia el este? ¿Acaso...?
—Hacia Yamiria —detalló Kuro-chan.
Kiroe cerró momentáneamente los ojos, y los dos Aotsuki dieron un brinco cuando sintieron una ola de energía atravesándolos de repente.
—Dilo ya, Kuro. No hay tiempo que perder. ¿Qué sientes con tu Senjutsu de detección?
—El rastro sigue hacia el este. No hay rastro hacia el sur. Pero Ayame NO está en Yamiria.
—No puede ser... ¿tan lejos? ¿Quién en las Islas del Té podría...? —preguntó Daruu, tan extrañado como el resto.
—No. No en las Islas del Té —le interrumpió Kiroe—. Pero sí que hay fuerzas militares en el País del Agua. Aunque estrictamente no sean shinobi. Bien, Kuro-chan, Inurun. Volved a casa.
Los perros desaparecieron en un súbito estallido de humo blanco, y cuando Zetsuo se disponía a girar sobre sus talones para empezar a caminar hacia Los Herreros, escuchó algo a sus espaldas.
—Daruu, me he quedado sin chakra. Prepara el Chishio por mi. Nos vamos a casa.
—¿¡Qué!? ¡¡No!!
El médico se volvió con lentitud, Kōri entrecerró los ojos.
—¿Os vais a casa? —preguntó Zetsuo, con aparente calma.
La misma calma que encerraba una tempestad de fuego y hierro en sus ojos aguamarina.
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