7/12/2018, 14:42
Como el susurro de una monja a mitad de misa, una chica se infiltró en la instancia sin apenas causar ruido. Apenas fue posible para el can y su hermano escuchar el deslizamiento de la puerta de papel de arroz viajando por el carril de madera. Mucho menos audible fue la entrada y posicionamiento de la chica. Quizás si fue audible, pero sendos Inuzuka estaban tan agotados, que apenas pudieron hacer caso a esos detalles tan insignificantes...
La chica no era ni la primera, ni la última que entraba en esa misma sala a lo largo del día. Eso sí, era de las pocas que parecía haberse decidido a quedarse allí. Con apenas presencia, y ausencia total de voz, se plantó en la parte mas alejada del tatami. La chica de cabellera de color oscuro y brillos de tonalidad bronce se sentó, sacó de su vaina la espada, y quedó mirando su reflejo como si estuviese meditando. Tétrica y funesta, como una obra de teatro de shakespeare interpretada por Jack el destripador.
El chico alcanzó a girar sobre si mismo, quedando boca arriba en el tatami. Su corazón aún latía con entusiasmo, y su respiración bailaba un vals acelerado.
—Un minuto de descanso... ¿va? ni un segundo más...
Intentó controlar la respiración, conteniéndola y soltando lentamente el aire tras ello. Pero poco le faltaba para el colapso, intentar disimularlo era absurdo. Cerró los ojos por un instante. Tomó de nuevo aire, en una bocanada profunda y exagerada. Lo contuvo por unos segundos de nuevo. Abrió los ojos, y al fin lo dejó escapar. El aire, fugitivo, escapó de entre sus labios como si no hubiese un mañana.
¡PLAK!
Con un golpe propinado con ambas manos sobre el tatami, el chico se levantó de manera tosca y enérgica. Estaba agotado, pero quien no sufre, no mejora. Llevó su mira fugazmente hacia su can, el cuál observaba aún tirado en el suelo, y gesticuló con fuerza alzando el puño.
—¡Vamos a —su mirada volvió hacia un detalle que no pudo evitar cuando su mirada había recorrido el tatami en busca de su can. Y allí estaba, una chica verdaderamente alta y aparentemente fuerte, observando con tétrica penumbra su reflejo en el filo de una espada.
«¿¡LA HOSTIA!?»
El Inuzuka no pudo evitar el susto. No era para menos. Incluso cedió un par de pasos hacia el flanco contrario, con una mueca que oscilaba entre miedo y sorpresa.
—H-hola... —alcanzó a saludar a la chica, mientras que por su sien deslizaba una gota de sudor bien fría.
La chica no era ni la primera, ni la última que entraba en esa misma sala a lo largo del día. Eso sí, era de las pocas que parecía haberse decidido a quedarse allí. Con apenas presencia, y ausencia total de voz, se plantó en la parte mas alejada del tatami. La chica de cabellera de color oscuro y brillos de tonalidad bronce se sentó, sacó de su vaina la espada, y quedó mirando su reflejo como si estuviese meditando. Tétrica y funesta, como una obra de teatro de shakespeare interpretada por Jack el destripador.
El chico alcanzó a girar sobre si mismo, quedando boca arriba en el tatami. Su corazón aún latía con entusiasmo, y su respiración bailaba un vals acelerado.
—Un minuto de descanso... ¿va? ni un segundo más...
Intentó controlar la respiración, conteniéndola y soltando lentamente el aire tras ello. Pero poco le faltaba para el colapso, intentar disimularlo era absurdo. Cerró los ojos por un instante. Tomó de nuevo aire, en una bocanada profunda y exagerada. Lo contuvo por unos segundos de nuevo. Abrió los ojos, y al fin lo dejó escapar. El aire, fugitivo, escapó de entre sus labios como si no hubiese un mañana.
¡PLAK!
Con un golpe propinado con ambas manos sobre el tatami, el chico se levantó de manera tosca y enérgica. Estaba agotado, pero quien no sufre, no mejora. Llevó su mira fugazmente hacia su can, el cuál observaba aún tirado en el suelo, y gesticuló con fuerza alzando el puño.
—¡Vamos a —su mirada volvió hacia un detalle que no pudo evitar cuando su mirada había recorrido el tatami en busca de su can. Y allí estaba, una chica verdaderamente alta y aparentemente fuerte, observando con tétrica penumbra su reflejo en el filo de una espada.
«¿¡LA HOSTIA!?»
El Inuzuka no pudo evitar el susto. No era para menos. Incluso cedió un par de pasos hacia el flanco contrario, con una mueca que oscilaba entre miedo y sorpresa.
—H-hola... —alcanzó a saludar a la chica, mientras que por su sien deslizaba una gota de sudor bien fría.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~