8/12/2018, 23:37
Daruu asintió, y deshizo su pájaro de caramelo con el habitual sello. Fue entonces cuando todo el cansancio del viaje cayó encima de él, y sintió que el peso del resto del cuerpo casi le hacía doblar las rodillas. Cerró los párpados y apretó los dientes, y, con esfuerzo, resistió el mareo. Echó a caminar junto con los otros dos. Hacia las murallas de Yamiria.
Al ser una capital, no eran pocos los viajeros que entraban de noche. Aún así, como tenían que pasar frente a los guardias, Daruu se sintió terriblemente nervioso. Era consciente de que así levantaría más sospechas, pero no pudo resistir el miedo a ser interrogado y a que acabasen descubriendo que eran shinobis de Amegakure. En circunstancias normales, no pasaba nada, pero con la situación en la que se encontraban ambos países, y en medio de la noche... Afortunadamente, los guardias tenían sueño y no estaban atentos, o bien consiguieron disimular con total eficacia su procedencia, porque no tuvieron ningún problema al pasar, auspiciados por un grupo de viajeros que acompañaba a una carreta.
Al llegar a la primera avenida, tomaron un desvío y se metieron por un callejón. Caminaron durante unas cuantas calles, preguntaron al dueño de un puesto de perritos calientes dónde había un hotel bueno y barato para descansar hasta el día siguiente, y a cambio compraron de su género. Ahora devoraban los perritos de camino al hotel, El Suspiro de Susanoo.
No se entretuvieron mucho en la recepción. Esta vez no había habido otra que tomar tres habitaciones simples (pues era lo único que había disponible). Los tres quedaron en encontrarse al día siguiente tan pronto como pudieran a la entrada del hotel.
Y así, Daruu se fue a dormir con mil cargas de remordimiento encima. Pero había hecho lo que tenía que hacer.
Al día siguiente, Daruu se preparó lo antes posible y se dispuso a salir de su habitación en el hotel. Pero antes de eso, pareció reparar en algo y se agachó frente a la mesita de noche que quedaba a la derecha del cabecero de la cama. La retiró con cuidado y se mordió el dedo índice. Con delicadeza, en la parte de atrás del mueble (un lugar en el que la sangre ya estaría bien seca antes de que nadie la considerara una suciedad que limpiar, si es que eso llegaba a pasar), dedicó un poco de tiempo para representar un ideograma con la palabra Caramelo. Asintió para sí mismo y volvió a ponerla en su sitio antes de abandonar su habitación.
Tras dejar las llaves en la recepción, se dirigió a la entrada. Kori y Zetsuo aún no habían llegado, pero tenía la certeza de que no tardarían demasiado en aparecer. Se apoyó en la pared y se cruzó de brazos, observando la cotidaniedad de una ciudad tan grande e importante como aquella.
En el fondo, era lo mismo que Shinogi-To, aunque con una arquitectura bastante diferente. Y soleada. Pero todas las grandes ciudades eran iguales a esas horas de la mañana: los transportistas iban de un lado a otro con carretillas llenas de cajas para los comerciantes. El obrero iba cargado con la mochila para ponerse a trabajar en la construcción o en la reparación de algún trozo de calle estropeado.
Miró al cielo, y se preguntó cómo estaría Ayame. Si estaría bien. Si, en el caso de que alguien la retuviera, al menos la estaría tratando bien.
Pero no se detuvo mucho a pensarlo, porque los fantasmas siempre amenazan con invadir la mente de un hombre preocupado que baja la guardia ante sus mayores temores.
Al ser una capital, no eran pocos los viajeros que entraban de noche. Aún así, como tenían que pasar frente a los guardias, Daruu se sintió terriblemente nervioso. Era consciente de que así levantaría más sospechas, pero no pudo resistir el miedo a ser interrogado y a que acabasen descubriendo que eran shinobis de Amegakure. En circunstancias normales, no pasaba nada, pero con la situación en la que se encontraban ambos países, y en medio de la noche... Afortunadamente, los guardias tenían sueño y no estaban atentos, o bien consiguieron disimular con total eficacia su procedencia, porque no tuvieron ningún problema al pasar, auspiciados por un grupo de viajeros que acompañaba a una carreta.
Al llegar a la primera avenida, tomaron un desvío y se metieron por un callejón. Caminaron durante unas cuantas calles, preguntaron al dueño de un puesto de perritos calientes dónde había un hotel bueno y barato para descansar hasta el día siguiente, y a cambio compraron de su género. Ahora devoraban los perritos de camino al hotel, El Suspiro de Susanoo.
No se entretuvieron mucho en la recepción. Esta vez no había habido otra que tomar tres habitaciones simples (pues era lo único que había disponible). Los tres quedaron en encontrarse al día siguiente tan pronto como pudieran a la entrada del hotel.
Y así, Daruu se fue a dormir con mil cargas de remordimiento encima. Pero había hecho lo que tenía que hacer.
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Al día siguiente, Daruu se preparó lo antes posible y se dispuso a salir de su habitación en el hotel. Pero antes de eso, pareció reparar en algo y se agachó frente a la mesita de noche que quedaba a la derecha del cabecero de la cama. La retiró con cuidado y se mordió el dedo índice. Con delicadeza, en la parte de atrás del mueble (un lugar en el que la sangre ya estaría bien seca antes de que nadie la considerara una suciedad que limpiar, si es que eso llegaba a pasar), dedicó un poco de tiempo para representar un ideograma con la palabra Caramelo. Asintió para sí mismo y volvió a ponerla en su sitio antes de abandonar su habitación.
Tras dejar las llaves en la recepción, se dirigió a la entrada. Kori y Zetsuo aún no habían llegado, pero tenía la certeza de que no tardarían demasiado en aparecer. Se apoyó en la pared y se cruzó de brazos, observando la cotidaniedad de una ciudad tan grande e importante como aquella.
En el fondo, era lo mismo que Shinogi-To, aunque con una arquitectura bastante diferente. Y soleada. Pero todas las grandes ciudades eran iguales a esas horas de la mañana: los transportistas iban de un lado a otro con carretillas llenas de cajas para los comerciantes. El obrero iba cargado con la mochila para ponerse a trabajar en la construcción o en la reparación de algún trozo de calle estropeado.
Miró al cielo, y se preguntó cómo estaría Ayame. Si estaría bien. Si, en el caso de que alguien la retuviera, al menos la estaría tratando bien.
Pero no se detuvo mucho a pensarlo, porque los fantasmas siempre amenazan con invadir la mente de un hombre preocupado que baja la guardia ante sus mayores temores.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)