9/12/2018, 19:42
Como una serpiente ante el acoso de una mangosta, Daruu se retiró rápidamente con una mirada fulminante.
—Vete a vender tu pez de mierda a alguien a quien aprecie la mediocridad, payaso —le aireó al pobre y contrariado vendedor, que se había quedado estupefacto ante la violenta reacción del muchacho.
—Pero será soplagaitas... Estos chavales de hoy en día no tienen ni idea ni modales —le oyeron farfullar, mientras se alejaba con el rabo entre las piernas a la caza de una nueva presa indefensa.
Zetsuo se masajeó la barba rala que comenzaba a apreciarse en sus mejillas (después de varios días de viaje ininterrumpido para lo último que había tenido tiempo había sido, precisamente, para afeitarse), disimulando una sonrisa divertida.
Lograron subir al ferry después de que el capitán, un hombre más bien robusto y de cabellos rubios, se hiciera cargo de los pasajes y después de aguardar con impaciencia la cola hacia el interior de aquel armatoste de hierro. Para Zetsuo, que no había parado de moverse en los últimos días ni un sólo instante, más que para comer y dormir, aquella fue la peor parte. Le daba la sensación de que estaban perdiendo el tiempo con toda aquella parafernalia cuando podían seguir volando, pero era bien consciente de que también necesitaban aquello. Por eso lo aguantó con estoicismo.
—El tipo ha dicho que sólo quedan dos camarotes disponibles —dijo Daruu—. ¿Compartís uno vosotros, me imagino?
Zetsuo le miró de reojo.
—No. Seréis vosotros quienes compartáis camarote —respondió, señalando tanto a Kōri como a Daruu, sin dar mayores explicaciones. Entonces hizo una seña, indicándoles que le acompañaran—. Pero antes ayudadme a desempacar mis cosas.
Se dirigieron al camarote que estaba destinado a Zetsuo y por el camino descubrieron que, por fortuna, ambas habitaciones se encontraban de forma adyacente. Entraron después de que el médico abriera la puerta y, lejos de acomodarse como había dicho que sería su intención, tiró la mochila de cualquier manera contra la pared, se sentó en una de las camas con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas, y les indicó tanto a Kōri como a Daruu que se sentaran enfrente de él, sobre la otra cama.
—Bien, ¿y ahora qué? Hasta ahora hemos venido siguiendo el rastro con ayuda de los perros, pero ya no contamos con ellos. ¿Alguna idea sobre cómo proceder a partir de aquí? Porque barrer una por una todas las jodidas Islas del Té y todas las jodidas islas del País del Agua no es una opción viable.
—Vete a vender tu pez de mierda a alguien a quien aprecie la mediocridad, payaso —le aireó al pobre y contrariado vendedor, que se había quedado estupefacto ante la violenta reacción del muchacho.
—Pero será soplagaitas... Estos chavales de hoy en día no tienen ni idea ni modales —le oyeron farfullar, mientras se alejaba con el rabo entre las piernas a la caza de una nueva presa indefensa.
Zetsuo se masajeó la barba rala que comenzaba a apreciarse en sus mejillas (después de varios días de viaje ininterrumpido para lo último que había tenido tiempo había sido, precisamente, para afeitarse), disimulando una sonrisa divertida.
Lograron subir al ferry después de que el capitán, un hombre más bien robusto y de cabellos rubios, se hiciera cargo de los pasajes y después de aguardar con impaciencia la cola hacia el interior de aquel armatoste de hierro. Para Zetsuo, que no había parado de moverse en los últimos días ni un sólo instante, más que para comer y dormir, aquella fue la peor parte. Le daba la sensación de que estaban perdiendo el tiempo con toda aquella parafernalia cuando podían seguir volando, pero era bien consciente de que también necesitaban aquello. Por eso lo aguantó con estoicismo.
—El tipo ha dicho que sólo quedan dos camarotes disponibles —dijo Daruu—. ¿Compartís uno vosotros, me imagino?
Zetsuo le miró de reojo.
—No. Seréis vosotros quienes compartáis camarote —respondió, señalando tanto a Kōri como a Daruu, sin dar mayores explicaciones. Entonces hizo una seña, indicándoles que le acompañaran—. Pero antes ayudadme a desempacar mis cosas.
Se dirigieron al camarote que estaba destinado a Zetsuo y por el camino descubrieron que, por fortuna, ambas habitaciones se encontraban de forma adyacente. Entraron después de que el médico abriera la puerta y, lejos de acomodarse como había dicho que sería su intención, tiró la mochila de cualquier manera contra la pared, se sentó en una de las camas con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas, y les indicó tanto a Kōri como a Daruu que se sentaran enfrente de él, sobre la otra cama.
—Bien, ¿y ahora qué? Hasta ahora hemos venido siguiendo el rastro con ayuda de los perros, pero ya no contamos con ellos. ¿Alguna idea sobre cómo proceder a partir de aquí? Porque barrer una por una todas las jodidas Islas del Té y todas las jodidas islas del País del Agua no es una opción viable.