11/12/2018, 21:58
Cuando el grupo bajó del barco y abandonó el distrito bajo de la capital, dedicado a las casas de los humildes pescadores y marineros, no podían caber en sí mismos del asombro. Por un momento, y a juzgar por los enormes rascacielos de metal que los rodeaban, cualquiera de ellos podría haber llegado a pensar que se habían equivocado de navío y habían acabado de nuevo en el País de la Tormenta. Sin embargo, aún existían varias diferencias que les aseguraba que, efectivamente, se encontraban en el País del Agua: en primer lugar, la falta de lluvias (casi siempre presentes en su lugar natal), y en segundo lugar (pero no por ello menos importante) era aquella persistente neblina que se les enredaba en los tobillos.
Echaron a andar hacia el interior de la capital, y pronto se vieron sumergidos en aquella atmósfera tan peculiar: comerciantes, lugares de ocio de todas las clases y tipos, lujos impensables para los humildes trabajadores que afanaban en el mar. Aquel era lugar para los ricos y para los turistas, no estaba pensado para gente humilde que dedicaba su vida al mar.
—Si llegamos a saber que íbamos a acabar aquí —comentó Daruu en un momento dado—, podríamos haber venido en barco desde Coladragón y habernos ahorrado gran parte del viaje...
—Pero no lo sabíamos —contraatacó Zetsuo, con el ceño fruncido y la mirada clavada al frente—. De hecho al principio creíamos que debíamos dirigirnos hacia Tanzaku Gai. Sólo espero que no nos estemos equivocando ahora —añadió, dirigiendo una elocuente mirada hacia Kiroe—. ¿De verdad piensas que puede estar aquí?
No sería una idea descabellada, si se detenían a pensarlo. Se encontraban en plena capital del País del Agua, en una ciudad tan grande donde los negocios más turbios pueden pasar fácilmente desapercibidos. Por no hablar de que en Yamiria se encontraba, precisamente, la ostentosa morada del Daimyo.
«Más nos vale que todo esto no esté relacionado con el Pez Gordo.»
Echaron a andar hacia el interior de la capital, y pronto se vieron sumergidos en aquella atmósfera tan peculiar: comerciantes, lugares de ocio de todas las clases y tipos, lujos impensables para los humildes trabajadores que afanaban en el mar. Aquel era lugar para los ricos y para los turistas, no estaba pensado para gente humilde que dedicaba su vida al mar.
—Si llegamos a saber que íbamos a acabar aquí —comentó Daruu en un momento dado—, podríamos haber venido en barco desde Coladragón y habernos ahorrado gran parte del viaje...
—Pero no lo sabíamos —contraatacó Zetsuo, con el ceño fruncido y la mirada clavada al frente—. De hecho al principio creíamos que debíamos dirigirnos hacia Tanzaku Gai. Sólo espero que no nos estemos equivocando ahora —añadió, dirigiendo una elocuente mirada hacia Kiroe—. ¿De verdad piensas que puede estar aquí?
No sería una idea descabellada, si se detenían a pensarlo. Se encontraban en plena capital del País del Agua, en una ciudad tan grande donde los negocios más turbios pueden pasar fácilmente desapercibidos. Por no hablar de que en Yamiria se encontraba, precisamente, la ostentosa morada del Daimyo.
«Más nos vale que todo esto no esté relacionado con el Pez Gordo.»