13/12/2018, 11:06
—Puede ser que sí que la hayan visto pasar por aquí, pero lo mismo se puede decir de todo el camino que han recorrido, ¿no? —objetó Kiroe—. Nos daría igual. No pudimos preguntar en Yamiria por no revelarnos, y no podemos hacerlo aquí. Sólo nos queda seguir el rastro sin levantar más sospechas.
—Ese no era el punto —rebatió Zetsuo, expresando en voz alta los pensamientos de su hijo mayor como si le hubiera leído el pensamiento. Aunque en otras circunstancias habría sido así, aquel no era el caso—. El punto era que habría llamado la atención ver a varias personas arrastrando a Ayame en contra de su voluntad, y más aún si resulta que está herida. Pero no nos hemos cruzado con ningún revuelo, ¿entonces Ayame está caminando por su propio pie? ¿Sin más?
No volvieron a hablar del tema. Cualquier perspectiva que se les pasaba por la cabeza era peor que la anterior, y aquella persistente neblina no hacía más que nublar aún más sus juicios, ya de por sí trastocados por el cansancio acumulado. El terreno tampoco se lo puso fácil. Una vez abandonada la urbe, los bosques se hacían cada vez más y más densos, la niebla se enredaba en sus cuerpos y el frío calaba a través de sus capas de abrigo, volviéndolas prácticamente inútiles. Además, las montañas reclamaban su territorio y, en cuestión de minutos, se vieron caminando cuesta arriba entre constantes resuellos, zigzagueando por sus laderas.
Fue poco después cuando llegaron a un cruce de caminos.
—Esto es un problema —habló Akatosu.
—¿Qué ocurre, Akatosu? —preguntó Daruu.
—La niebla es demasiado densa. Tanta humedad me afecta al olfato. No puedo encontrarla con precisión, pero siento que nos estamos acercando.
Zetsuo echó la cabeza hacia atrás y exhaló un largo suspiro lleno de hartazgo.
Malditos chuchos, ¿es que no saben hacer nada bien?
—Bien. Entonces ha llegado el momento del que hablamos —habló Kiroe, tomando momentáneamente el mando del grupo—. Tenemos que separarnos. Daruu, márcanos con sangre a todos. Akatosu, utiliza la técnica.
Y mientras Daruu marcaba con su técnica de sangre todas y cada una de las túnicas del grupo, Akatosu juntó las almohadillas de sus patas en una simulación de un sello ninja. Tres volutas de humo consecutivas dieron lugar a tres réplicas exactas del animal. Cada uno de los cuatro Akatosu acompañaría a un miembro del equipo, y así podrían seguir buscando el rastro de Ayame aún separándose.
—Y el miembro del grupo deberá permanecer escondido o seguir al enemigo desde una distancia prudencial. ¿Queda claro?
—No os preocupéis.
—Yo iré hacia el sur —declaró Zetsuo, con las manos metidas en los bolsillos de la túnica—. Kōri, tu ve hacia el norte. Estaremos en contacto con los comunicadores, ya sabes cuál es la frecuencia. Y recordad —añadió, volviéndose hacia los Amedama—: Si no encontramos nada nos informaremos con el Gentōshin no Jutsu a la noche. Buena suerte a todos.
Y así, el grupo de búsqueda se dividió en cuatro direcciones opuestas. A qué se verían conducidos sólo lo podía saber el caprichoso destino.
Una sombra blanca se deslizó a través de la niebla sin apenas emitir un sólo sonido. El Fantasma de la Niebla avanzaba sobre la superficie del agua de forma lenta pero segura, con sus ojos de color aguamarina inspeccionando lo que quedaba bajo la suela de sus botas, en las profundidades del lago. Por supuesto, sus ojos no detectaron nada. La niebla era bastante densa, y si a eso le sumaban aquellas tenebrosas aguas cargadas de malos augurios...
Pero ella sabía que estaban allí. Todos aquellos edificios, ahora reducidos a meras ruinas, todos aquellos cadáveres reducidos a esqueletos y condenados a pudrirse en las profundidades del lago. Ni siquiera el tiempo había logrado borrar aquel sentimiento espeluznante que aún le ponía el vello de punta. Recordaba a la perfección cada calle, cada parque y cada edificio. Desde la morada del Mizukage hasta la Academia. Lo recordaba todo, como si aún pudiera verlo, como si aún pudiera caminar por ella. En sus memorias, la aldea seguía intacta.
—Aquí empezó todo para mí —habló, con voz y ojos apagados—. En la antigua Aldea de Kirigakure.
—Y sigue estando, ahí abajo. Yo misma me encargué de ello, con ayuda de mis Hermanos.
—Ese no era el punto —rebatió Zetsuo, expresando en voz alta los pensamientos de su hijo mayor como si le hubiera leído el pensamiento. Aunque en otras circunstancias habría sido así, aquel no era el caso—. El punto era que habría llamado la atención ver a varias personas arrastrando a Ayame en contra de su voluntad, y más aún si resulta que está herida. Pero no nos hemos cruzado con ningún revuelo, ¿entonces Ayame está caminando por su propio pie? ¿Sin más?
No volvieron a hablar del tema. Cualquier perspectiva que se les pasaba por la cabeza era peor que la anterior, y aquella persistente neblina no hacía más que nublar aún más sus juicios, ya de por sí trastocados por el cansancio acumulado. El terreno tampoco se lo puso fácil. Una vez abandonada la urbe, los bosques se hacían cada vez más y más densos, la niebla se enredaba en sus cuerpos y el frío calaba a través de sus capas de abrigo, volviéndolas prácticamente inútiles. Además, las montañas reclamaban su territorio y, en cuestión de minutos, se vieron caminando cuesta arriba entre constantes resuellos, zigzagueando por sus laderas.
Fue poco después cuando llegaron a un cruce de caminos.
—Esto es un problema —habló Akatosu.
—¿Qué ocurre, Akatosu? —preguntó Daruu.
—La niebla es demasiado densa. Tanta humedad me afecta al olfato. No puedo encontrarla con precisión, pero siento que nos estamos acercando.
Zetsuo echó la cabeza hacia atrás y exhaló un largo suspiro lleno de hartazgo.
Malditos chuchos, ¿es que no saben hacer nada bien?
—Bien. Entonces ha llegado el momento del que hablamos —habló Kiroe, tomando momentáneamente el mando del grupo—. Tenemos que separarnos. Daruu, márcanos con sangre a todos. Akatosu, utiliza la técnica.
Y mientras Daruu marcaba con su técnica de sangre todas y cada una de las túnicas del grupo, Akatosu juntó las almohadillas de sus patas en una simulación de un sello ninja. Tres volutas de humo consecutivas dieron lugar a tres réplicas exactas del animal. Cada uno de los cuatro Akatosu acompañaría a un miembro del equipo, y así podrían seguir buscando el rastro de Ayame aún separándose.
—Y el miembro del grupo deberá permanecer escondido o seguir al enemigo desde una distancia prudencial. ¿Queda claro?
—No os preocupéis.
—Yo iré hacia el sur —declaró Zetsuo, con las manos metidas en los bolsillos de la túnica—. Kōri, tu ve hacia el norte. Estaremos en contacto con los comunicadores, ya sabes cuál es la frecuencia. Y recordad —añadió, volviéndose hacia los Amedama—: Si no encontramos nada nos informaremos con el Gentōshin no Jutsu a la noche. Buena suerte a todos.
Y así, el grupo de búsqueda se dividió en cuatro direcciones opuestas. A qué se verían conducidos sólo lo podía saber el caprichoso destino.
. . .
Una sombra blanca se deslizó a través de la niebla sin apenas emitir un sólo sonido. El Fantasma de la Niebla avanzaba sobre la superficie del agua de forma lenta pero segura, con sus ojos de color aguamarina inspeccionando lo que quedaba bajo la suela de sus botas, en las profundidades del lago. Por supuesto, sus ojos no detectaron nada. La niebla era bastante densa, y si a eso le sumaban aquellas tenebrosas aguas cargadas de malos augurios...
«Kokuō, ¿qué hacemos aquí?»
Pero ella sabía que estaban allí. Todos aquellos edificios, ahora reducidos a meras ruinas, todos aquellos cadáveres reducidos a esqueletos y condenados a pudrirse en las profundidades del lago. Ni siquiera el tiempo había logrado borrar aquel sentimiento espeluznante que aún le ponía el vello de punta. Recordaba a la perfección cada calle, cada parque y cada edificio. Desde la morada del Mizukage hasta la Academia. Lo recordaba todo, como si aún pudiera verlo, como si aún pudiera caminar por ella. En sus memorias, la aldea seguía intacta.
—Aquí empezó todo para mí —habló, con voz y ojos apagados—. En la antigua Aldea de Kirigakure.
«Ki... ¿Kirigakure? ¿La Aldea Oculta entre la Niebla? ¿Estaba aquí?»
—Y sigue estando, ahí abajo. Yo misma me encargué de ello, con ayuda de mis Hermanos.